jueves, 28 de enero de 2016

Entrevista a Ángel Zapata

Entrevista a Ángel Zapata, escritor

"Me angustia la indolencia 

respecto a la tiranía y la barbarie"



Estamos acostumbrados (léase, si procede, 'adocenados') a analizar desde las pautas aprendidas. Pero ¿qué ocurre si nos encontramos con que el discurso lógico se quiebra? ¿Cómo nos adentramos en una narración que dinamita lo establecido y propone un orden distinto, que habla en otro orden de cosas, con un ángulo de contrapunto, sin mapa y con el concierto de lo intuitivo? Ocurre el estupor. La extrañeza. Pero también la hendidura que recuerda que la servidumbre no se impone, se acepta. Estupor, extrañeza. Después, la franca alegría de lo otro siendo, de veras, otro.  De todo esto sabe mucho Ángel Zapata (Madrid, 1961), maestro mayor del relato. Imprescindible su última propuesta, 'Materia oscura' (Páginas de espuma).




Pienso en ‘Cosmogonía’, un texto fascinante (a Jardiel Poncela le hubiera encantado). ¿Hay cuentos que justifican la labor de un autor? Si la respuesta es ‘sí’, en su caso, ¿cuál sería?

Siempre es estupendo que haya textos especialmente afortunados, qué duda cabe. Pero soy muy estructuralista en estas cosas, y pienso que en la obra de un autor o una autora los textos toman valor y significado por su relación con los demás.


La materia oscura, como el inconsciente, no se ‘detecta’ pero conduce y gobierna, nos hace posibles. ¿Se podría decir que es más auténtica que la parte ‘lúcida’ o racional?

Una parte de mí está deseando contestar que sí. Pero sé que no es cierto. Lo auténtico en este sentido es la composición, la mezcla, la capacidad de ir y venir entre lo consciente y lo inconsciente, lo racional y lo irracional. Lo verdadero es la integración (nunca definitiva, obviamente) de esos dos lados de los que estamos compuestos.

En el libro, se quiebra el discurso oficial de la narración (o de lo que debería ser tomado como tal). A pesar de que el oficio de escritor pasa por ser el que ofrece más libertad de todos (el escritor como un dios-liebre en pequeño), ¿hasta qué punto están condicionados a la hora de escribir?

Creo que estamos casi completamente condicionados desde que nos servimos del lenguaje. En el lenguaje se amonedan las percepciones, las experiencias, las ideas y los sentimientos de las generaciones que nos han precedido. El lenguaje me hace de arriba abajo. Y en este sentido, me hace ser otro, ser los otros. Pero eso también: precisamente el uso poético del lenguaje escapa en alguna medida a esta especie de maldición, puesto que nos permite inscribir en el campo de la palabra desvíos, diferencias, anomalías, a través de las cuales algo de lo que soy consigue expresarse y aun así sustraerse al discurso del Otro.


¿Por qué concedemos todo el poder a la lógica?

No lo sé. Quizá porque apuntala en nosotros una ilusión de seguridad y de control sin resquicios.

Si Dios es una liebre, ¿cualquier cosa es posible? ¿Es ‘deseable’ que cualquier cosa sea posible?

Que Dios es una liebre es lo que he sentido desde que tengo uso de razón. Mi percepción de base, en efecto, es que estoy en una realidad caótica donde cualquier cosa puede pasar en cualquier momento. Llevada al extremo, esta percepción conduce al terror y la desintegración psicóticas y no soy –supongo- psicótico. Sin embargo, esta percepción, en sí misma disolvente, es la que abre también la posibilidad de lo impensado, de lo utópico y de la maravilla., ese “resplandor” que hay en cada palabra, como dice Leonard Cohen. Mi deseo, en este sentido, se orienta hacia un estilo de conciencia y de sensibilidad que pueda moverse entre las polaridades, el permanente trabajo alquímico de deshacer lo petrificado y aglutinar lo disuelto.

Pienso en ‘Lo inconcebible no es el porvenir’. Si de nosotros depende el tamaño de la avellana, ¿por qué tendemos a dejar que nos agobie, por qué damos poder a lo que no lo tiene, por qué tendemos a colocarnos grilletes?

Es la pregunta del millón de dólares. Hay un libro de Fromm, “El miedo a la libertad”, que contiene algunas sugerencias al respecto.
  
¿A qué huele la traición?

Para mí huele a “que les aproveche”.
  
Aunque “todas las indolencias son hermanas”, ¿cuál le molesta más a usted?

La indolencia respecto a la tiranía y la barbarie; y no me molesta, me angustia. Siento pánico cuando observo la indiferencia de la población ante el goteo en la pérdida de derechos y libertades, porque la Historia del siglo XX enseña que la barbarie no es algo que sobrevenga de un día para otro, sino eso: una erosión lenta de los principios y las prácticas sociales que hacen el mundo habitable, una aquiescencia pasiva, mansa, anestesiada, ante la inhumanidad y el terror.
  
En ‘Materia oscura’, los títulos de los ¿cuentos? ¿microrrelatos? ¿poemas? (qué más da, son sucesos de extraordinario poder hipnótico), los títulos cobran una gran importancia. ¿Completan o se independizan del texto que nombran?

¿No es posible completar desde la independencia? Decía Schönberg que “la disonancia es una armonía remota”, y con la mayoría de los títulos busco un efecto de tipo dodecafónico, algo que disuena y al mismo tiempo guarda una inopinada afinidad con el texto.
  
“Acercando el oído a las cosas que duermen, se escucha un verbo desconocido hasta ahora que es lo contrario de tocar”. ¿Estamos atentos, los lectores, los ciudadanos al presagio, o lo dejamos pasar?

Es una bella pregunta. Breton advertía, en su estilo elevado y oracular, que los mirones han usurpado el lugar de los videntes en el transcurso de esta larga noche. Quizá ahora más que nunca necesitamos gente, colectivos, capaces de leer en las semillas del tiempo. Porque la percepción general es que no hay más futuro que el que los amos decidan. Y eso es falso, eso no es el futuro, sino una imagen intensificada del presente que proyectamos sobre el tiempo por venir. El futuro es lo que no sabemos. Y seguro, ya digo, que convivimos ahora mismo con hechos que ya lo anuncian, y que no somos capaces de percibir. 

Si  “no somos diestros para la levedad”, ¿para qué lo somos?

En este momento de la sociedad, yo diría que somos muy diestros en eso que llaman “ser positivos”; es decir: ver el lado bueno de todas las cosas, y así aceptar lo inaceptable. 
“Comprendo de una vez y para siempre que este círculo de pelo muerto es el ser, y que si se tratara de pelo vivo, sería la nada”. ¿Qué cree que pensaría Sartre al leer este remate de relato? 
Imagino que aplaudiría, porque la imagen se relaciona muy directamente con su percepción del ser-en-sí como algo inerte, opaco, sobrante y opresivo. Algo “de más”, le gustaba decir a él. En general no soy muy devoto de Sartre. Pero hay que reconocerle sus puntos de clarividencia...



Esther Peñas


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