martes, 27 de febrero de 2018

Grupo Surrealista de Madrid: “El lugar propio del ser humano es la poesía”



Grupo Surrealista de Madrid:
“El lugar propio del ser humano es la poesía”
(I parte*)


‘Clavar limas en la tierra’ (La Torre Magnética). Con este título, el Grupo Surrealista de Madrid y alrededores, es decir, personas afines en forma y fondo a esta manera de estar el mundo, la surrealista, reúne una cosecha de poemas que interpelan a quien los habita a buscar(se), a reclamar(se) el derecho -el deber- de vivir sin postergarse, y lo invitan a buscar “esa otra luz quizá ya extinta”.
Al encerado Julio Monteverde, José Manuel Rojo, Lurdes Martínez, Eugenio Castro, Jesús García y Ángel Zapata, con quienes conversamos hasta que “las nubes descendieron hasta tocar nuestras cabezas”.

Reivindicáis la dimensión colectiva de la poesía, la poesía como hecho comunitario, como un sentimiento de pertenencia que tiene que ver con la vida misma. ¿Os importa ahondar en esta cuestión, para mí crucial?


Esto es un grupo surrealista; como tal, pertenece a una tradición de casi noventa años, y siempre se ha entendido -y se sobreentiende en términos generales, aunque con matices- que el surrealismo como actividad es una aventura colectiva, y se sucede conforme a esa naturaleza. A partir de ahí, el desarrollo de su actividad de la que va a nutrirse lo hará conforme a ese punto de vista. Eso no quiere decir que anule, en absoluto, la individualidad de los miembros del grupo. No hay ningún antagonismo entre la actividad colectiva y la importancia el individuo dentro de la colectividad.

La propuesta de que estos poemas, esta actividad poética, apunte a lo común o a lo colectivo hay que entenderlo como algo utópico o utopista, es una tendencia, exigencia o dirección hacia la que apuntamos, que implica no sólo a quienes hemos participado en este libro sino a una comunidad más amplia de gente a la que puede interesarle estos poemas, y con los que podemos compartir pensamientos, lucha política o formas de resistencia. Por otro lado, al participar en el grupo con actividades de investigación, de debate, con distintas discusiones, etc., se crea una energía mental, una tensión mental y afectiva que suponemos que de alguna manera se traduce en los poemas individuales. Es decir, dentro de poéticas personales puede haber afinidades que vienen de esas otras actividades en la que estamos implicados. No suele haber mucho debate o discusión entre nosotros a propósito de cuestiones técnicas, no digo que no tenga su interés pero no lo hacemos. Hablamos de poesía pero siempre más como experiencia, que es lo que nos interesa: si se acerca al estado de delirio o autohipnosis. Hablamos de lo común, pero eso no quiere decir que estos poemas que aparecen en el libro se tengan que ajustar a una receta literaria ya dada, al contrario, cada cual parte de lo suyo.

No era nuestra intención hacer una antología; el tema de lo común tiene que ver con la actividad colectiva que realizamos, en la que hay una constante interacción o intercambio entre nosotros. La poesía parte de la individualidad pero alcanza el cariz colectivo.

Lo colectivo existe porque hay un sustrato de sensibilidades que se comparten; la creación poética es algo que hacemos individualmente, no solemos ponerla en común, como sí ocurre con textos teóricos o cuando preparamos la revista, ‘Salamandra’, salvo algunas experiencias concretas de poesía comunitaria, en la que se da un diálogo poético entre varios. Existe lo común, lo colectivo, pero el poema está forjado de la propia subjetividad.

No hay algo que se pueda entender como una poética común, ni lo pretendemos, es un territorio que no nos concierne, pero sí hay una comunidad de inspiración. Esto está muy presente en el libro. Se palpa.

El aspecto comunitario es una consecuencia más de una visión de la propia vida en sí, en nuestro caso surrealista. Desde el momento en que el grupo se define así, como grupo, interactúa entre sí para conseguir algo común. Partimos de la frase Lautréamont: “la poesía debe ser hecha por todos”. Si esa frase significa algo es un intento de eliminar o de salvar la excesiva concretización de la individualidad del poeta que se arroga el derecho de acaparar la poesía para sí. El impulso colectivo ha abierto esa vía de ruptura de esa introspección, individual, única, propia de ciertos poetas, para intentar, al menos intentar, poner el poema al alcance del mayor número de personas.

Donde hay una comunidad es en la puesta en práctica del poema, que no se quedaría en el poema sino en ciertos experimentos con el lenguaje allí donde existe un punto de vista comunitario, colectivo, dentro del grupo, que a su vez es algo que corresponde y pertenece al mismo recorrido del surrealismo como tal. Hay, por tanto, una concatenación y conjunción de puntos de vista sobre el lenguaje y la importancia del lenguaje que tiene para el surrealismo como medio de liberación. Nos aplicamos a un tipo de trabajo con el lenguaje de carácter emancipatorio, para que la palabra no nos pertenezca sino que sea emancipatoria, y ahí hay punto de vista común. Tratamos de impedir por todos los medios que el lenguaje de los amos se sobreponga al de cada uno de nosotros, y cuando digo ‘nosotros’ ahora no me refiero al grupo, sino a un cualquiera. En el contexto del grupo insistimos combativamente contra el dominio de un tipo de lenguaje utilitario, mecanicista, lógico, productivista. A él nos oponemos con todas nuestras ganas y nuestra furia. Eso aparecerá en la escritura de cada uno de nosotros de modo particular, tanto en textos como en poemas.

El Surrealismo, como devenir histórico, rechaza el ‘yo poético’. Este aborrecimiento del ‘yo poético’, tan en boga de un tiempo a esta parte, ¿incluye también la cuestión del ‘estilo?

Aborrecimiento me parece una palabra que se ajusta mucho. No nos preocupa intelectualmente al nivel de intentar imponer una estética común, esto es importante destacarlo. No pretendemos hacer el mismo tipo de poemas sino partir de algunos acuerdos de base.  

Más allá de aborrecimiento del yo literario, hay una aborrecimiento de la literatura entera, tal y como se entiende en la industria cultural, un intento de apartarse también de ese camino y de todo lo que ello conlleva. El estilo es uno de los ingredientes de ese sello literario y de ese mundo. El ‘yo literario’ como constructo cultural viene de unas líneas de poder muy claras, la de los amos, con las que el surrealismo histórico quiso romper. La cuestión es que puede aparecer algo parecido a un estilo, que más que un estilo literario es una cierta afinidad a la hora de escoger temas, una cierta sensibilidad común, que a veces se confunde con el estilo.

El rechazo al ‘yo poético’ tiene que ver con la idea de la poesía hecha por todos y el rechazo al poeta cuya voz trata de imponerse ante los demás, al rechazo de la poesía como elemento de prestigio, del yo puedo y tú no, del yo soy poeta y tú no… hay que entender esta antipostura literaria desde la  diferenciación que hace el surrealismo entre la literatura y la poesía. El surrealismo ha rechazado la tendencia a convertir la poesía en un coto privado de algunos, que la detentan y la reparten. La poesía debe ser hecha por todos, y tiene que ver con aquello tan polémico que afirmó Eluard: “poeta no es el que está inspirado, sino el que es capaz de inspirar a los demás”. Lo importante para el surrealismo es la poesía, y no por hacerla se es un privilegiado, el lugar propio del ser humano es la poesía, y desde ahí, hablar.

Lejos de ser un lugar privilegiado, la poesía es un lugar de posesión. Es ahí donde lo que soy habla, pero no yo, sino lo que soy. Y el soy tachado.

El surrealismo pone en quiebra al sujeto individual occidental, conocido y reconocido. Le suponemos ciertas formas de expresarse y comunicarse, pero su inconsciente hace que se quiebre una y otra vez. Esto es lo que nos interesa, no un ‘yo poético’ que se construya a sí mismo.

Podría entenderse que esta crítica al ‘yo poético’ también lo es al individuo que crea o escribe poesía, pero existe una tensión en el surrealismo entre lo colectivo y lo individual, y exaltamos ambos a la vez, porque no puede haber uno sin el otro. Al igual que reclamamos los lazos de lo común, también las prerrogativas del individuo más libre y soberano. Es lo sabemos, una tensión irresoluble pero que se tiene que plantear. Si se decanta uno de los dos actores surge el neoliberalismo burgués; si se decanta el otro, un totalitarismo cualquiera. Solo si están los dos planos será posible la liberación. En cuanto a ese rechazo del ‘yo poético’, hay dos referencias claras dentro del surrealismo, ‘Una ola de sueños’, de Aragon, en la que se refiere a que, al descubrir la escritura automática, nos dimos cuenta de lo fácil que era escribir poemas, y de que el genio era un bluf; por tanto, cualquier persona puede hacerlo. Otro texto es el de Breton cuando apunta a la posibilidad de que cualquier persona puede acceder a su propio menaje automático, a su propia riqueza poética, a través del inconsciente. Con esas dos referencia está hecha la crítica al ‘yo poético’. Ese ‘yo poético’, en vez de estimular la creatividad de cada uno la cierra, sin que esto suponga una crítica al hecho de leer poemas.

El ‘yo poético’ tiene un componente perverso, y al tiempo pusilánime. Es un refugio de irresponsabilidad. Se intenta, con el ‘yo poético’, lo contrario del surrealismo, establecer una división en el ser entre lo que se es y lo que se hace, y que esa división sea perenne. Se aplica el ‘yo poético’ para excusarse, como si fuera una figura ficticia separada del resto de lo que uno es. Como si el ‘yo poético’ le pudiera redimir a alguien de algún sentido de culpa por lo que dice y hace. 

El uso del lenguaje nunca es inocente, configura nuestra manera de mirar el mundo, lo nombra y, por tanto, lo crea. Desde ahí, el lenguaje es siempre político. ¿Cómo se conjuga esa actitud contemplativa con la acción? Dicho de otro modo, cómo incorporar el discurso más político sin renunciar a la belleza, al prodigio?

Nos han acostumbrado a pensar que la poesía política es una especie de propaganda, algo aburridísimo, plano y cansino; esto se piensa porque se coloca la importancia del poema en el mensaje ideológico. Pero si se parte de otros presupuestos, como la imaginación insurgente, que es el lema de nuestra revista, ‘Salamandra’, se trabaja sobre una base distinta. La imaginación tiene una potencia política fortísima, capaz de seducir desde el punto de vista estético, pero también social y político. El modelo que se plantee tiene que ver con el modelo de individuo. El surrealismo habla de un individuo atravesado por el deseo, por fuerzas irracionales y racionales, y plantea otro tipo de escenario y de paisaje. Por tanto, desde el surrealismo, la imaginación, lo maravilloso, cobra una dimensión política muy fuerte que supone unos mimbres no sólo válidos para la creación poética sino para otros de manifestaciones.

Creo que abordas el concepto de belleza desde un punto de vista demasiado clásico. Un simbolista como Rilke dice que la belleza es el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar, lo que quiere decir, y esto lo asumimos los surrealistas, que en la belleza hay algo de insoportable. La cuestión es ¿para qué, para quién? Para este orden del mundo, y para lo que hay en cada uno de nosotros que responde a este orden del mundo. En este sentido, la belleza es perturbadora en el terreno político, porque mina el orden existente.

Algo no sólo insoportable, sino convulso, perturbador, desordenado, imprevisible, inasible… que pone en entredicho el orden existente. Ese algo que rompe los bordes y los límites. En ese sentido, lo poético es político.

Es una cuestión, esta, que plantea muchos matices. ¿Qué se entiende por poesía política? ¿Las protestas, las reivindicaciones, las quejas que puede contener un poema o también que, a través del lenguaje, se ponga en duda el mundo en el que vivimos, que se apunte a una realidad superior, utópica, a una nostalgia? ¿Expresar un malestar que rompe la felicidad en la que vivimos, poner en entredicho el lenguaje del poder, el lenguaje que sirve para administrarse en esta vida de trabajo, de consumo o de entretenimiento de masas, no es político?

Has hablado de nostalgia. ¿Nostalgia de qué?
De la verdadera vida que en realidad no vivimos, de la auténtica comunidad que se perdió, o que quizás nunca existió, de la libertad plena que nunca experimentaremos, de aquello que no se dará del todo en ninguna sociedad, porque nada saciará la sed de absoluto que tenemos. La fotógrafa y teórica surrealista Claude Cahun ya explicó la diferencia entre el contenido latente del poema y su  contenido manifiesto, sobre cuál podía ser más revolucionario. Y, hablando de poesía política o social como tal, ha habido intentos admirables, como algunos poemas de Maiakovski, de algunos expresionistas alemanes, como ‘The action’, parte del movimiento dadá berlinés, incluso dentro del propio surrealismo, cuando Artaud regresa de México, o el Breton de ‘Oda a Charles Fourier’. Hay poemas cuyo contenido revolucionario es mucho más manifiesto y no tienen por qué perder la belleza. Pero la poesía política no sólo es aquella con contenido político manifiesto y con lenguaje pedestre. Lo político también está en el terreno de lo imaginario. En ciertos ambientes de la izquierda hablar de lo imaginario, y analizar cómo el capital nos ha robado los sueños, no está bien visto. O sí, pero tampoco se imagina una manera de vivir alternativa.

Una cuestión importante es el uso de la metáfora. Nosotros, los surrealistas, nos reclamamos de su riqueza. En momento de la historia, el surrealismo introdujo una voz poética más manifiesta pero unida a la metáfora, en la que la imagen en el poema establece un maridaje con respecto a esa voz política. Se me ocurre citar ‘Cuaderno de un retorno al país natal’...

¡Estaba anotando ahora mismo un verso de ese libro, de Aime Cesaire! “Bello como un decreto de expropiación…”. Este tipo de lenguaje evita contar al lector lo que ya sabe para llevarle a otra parte utilizando una metáfora explosiva.

A otra parte aparte de la crítica económica política, por su propio desconcierto. Ese libro es una embestida al colonialismo, utilizando un verbo exuberante y voluptuoso. Por lo tanto, es posible entender la escritura poemática donde esas dos esferas se unan sin que se peguen de ostias. Entre algunos poetas actuales en este país, dignos de mención, está Enrique Falcón, y su libro ‘La marcha de los 150.000.000’, en el que hace un uso de la palabra eminentemente surrealista, e incorpora todo el aparato político, y esa fusión genera en cierto modo lo que Lautréamont había dicho a propósito del encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección. Falcón ha integrado los dos estadios subversivos del lenguaje para conformar una nueva realidad explosiva en el lenguaje habiendo dejado de ser dicotómico.

Uno de los lemas de Rimbaud habla de cambiar la vida, más que de cambiar el mundo, aunque ambos pueden ser simultáneos y actuar de manera conjunta; el surrealismo, en todo caso, ha introducido esa idea de penetrar en el poder para hacerlo estallar a través de las armas de las que se ha dotado: el deseo insurgente, el humor, lo inconsciente, para, a partir de ahí, construir una vida nueva.



*El texto que antecede es la primera parte del encuentro con parte del Grupo Surrealista de Madrid, a expensas de publicarse la segunda entrega.




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