El cuento se dirige a los
raros, los profundos, los sensibles…
Tras doce años de silencio
narrativo (en la esfera pública), este corrector del Boletín Oficial del
Gobierno Andaluz, de risa fácil, de conversación flexible y de contundencia
tierna, este maestro en el oficio del cuento (a través de espejos, de juegos
circulares, de teselas que el lector ha de ir encajando), regresa con un
espléndido libro de cuentos cuyo título es una acción de gracias al padre,
Cortázar, ‘La vuelta al día’ (Páginas de Espuma).
Doce
años después, nuevo libro. Este estar
peinando fue largo…
A lo mejor me he pasado y
alguno se ha quedado calvo de tanto peinarle… tantos años… entré en barrena,
por miedo, por responsabilidad excesiva… Tras la buena acogida de ‘Los últimos
percances’ y ‘Vivir del cuento’, cómo fue recibido por los lectores, por los amigos,
por la crítica, me llené de satisfacción pero también de responsabilidad y de
miedo, y pensé: ¿y ahora voy a salir con esto? He corregido hasta la extenuación,
e iba pasando el tiempo, pasando dos años, luego cuatro, después ocho… y cada
vez era peor… Diez años después, creí que sería imposible, estaba paralizado, y
eso que los textos los tenía incluso mucho antes de mis primeros libros, ahí
estaba yo peleándome con mis comas y mis adjetivos y mis cosas…
“Todo
lo raro para los raros”, sirve de frontispicio las palabras de Nietzsche. ¿Qué
es más raro, un escritor de cuentos o un lector de relatos?
Debe estar equiparado, casi,
deben ser la misma cantidad… el cuento tiene mucha dificultad para encontrar
los lectores que le tocan porque el cuento exige mucha complicidad, que se esté
muy atento a cada pequeña pieza, porque un relato con tres o cuatro páginas no
tiene ningún elemento perdido, todo está en función de algo, y si el lector se
pierde dos cosas que parecen no tener mucha importancia, igual pierde la
historia entera. El cuento requiere de un lector muy metido en él. Ese epígrafe
de Nietzsche también habla de que “hay que apartarse de querer gustar a todos”,
porque es imposible, y más con el cuento, porque para leer cuentos el lector ha
debido de leer mucho antes, porque los cuentos apelan a muchas cosas. El cuento
se dirige a los raros, los profundos, los sensibles…
La
cita mantiene un eco en alguno de los cuentos…
Sí, durante mi adolescencia
encendíamos una candela y leíamos cuentos, de Kafka, de Beckett, de Nietzsche…
a Nietzsche en los 70 lo leíamos mucho, es muy cómodo de leer, sobre todo ‘Humano,
demasiado humano’, tan fragmentario. Sí, hay juegos en un par de relatos, me
gusta que todo tenga que ver en los libros, las dedicatorias, las portadas, las
citas, que todo se integre en algo.
La
inspiración, la técnica, las lecturas acumuladas o los juegos especulares…
¿Cuál es el mejor ángel de la guarda del escritor?
Para mí, un protector que me
sirvió, además, para tomar distancia, fue el humor, pero ahora es la memoria. Todo
lo que había escrito que creía que había partido desde mi imaginación, un poco loca
y desbordante, en el fondo tenía mucho de mí dentro. En realidad todos mis
cuentos escondían muchas cosas personales sin darme cuenta.
La
escritura para usted, la vida, añado yo, es memoria. ¿En qué momento la vida de
uno se convierte en materia de ficción?
Es difícil saberlo, hay mucha
gente que me dice lo interesante que es su vida; mi suegro, de hecho, escribió
la suya… casi todo el mundo tiene una historia interesante para contar… qué
parte de la biografía puede ser llevada a la narración y que funcione… es
difícil saber. Mi abuelo fue emigrante en Nueva York en 1916, y trabajó en la prolongación
del puente de Brooklyn, eso puede convertirse en una historia interesante para
el lector, pero después hay cosas más pequeñas que no lo son en apariencia, por
ejemplo el que me vaya con mis amigos de la adolescencia a escuchar a Pink
Floyd y a leer a Nietzsche, y sin embargo terminó como cuento. Quizás todas las
partes de la biografía puedan servir, lo difícil es cómo abordarlas y construir
con ellas algo que sea válidamente artístico e interesante. Hasta ahora yo era
incapaz de abordar el suicido lento de mi padre. Podría haber contado un coma
etílico de los muchos que tuvo detrás del mostrador del bar, o esos momentos en
los que mi madre me mandaba a ver cómo estaba, y yo me tendía a su lado para ver
si respiraba. La cuestión es ¿cómo cuentas eso?
Bueno,
usted lo ha hecho, de alguna manera…
Sí… en cierto modo, como te
decía antes, siempre lo he hecho. Me dí cuenta cuando Sainz de Ibarra preparó
una antología de mis relatos. Ahí descubrí cuánto de mí había en ellos, y me sorprendió.
Pienso
en el último relato, ese que habla de su padre, ‘La poda y la tala de los
árboles frutales’, en el que el protagonista asegura que el libro más
importante de su vida fue uno que jamás leyó. Pero, ¿cuál es la lectura
inaugural de Hipólito?
Es muy difícil responder a eso
porque marcan muchas, precisamente ese texto fue una petición sobre el libro
que más me había marcado… Me dirigió a escribir los cuentos los de Cortázar, fueron
una iluminación, había leído mucho antes, Verne, Salgari, ‘El exorcista’, ‘Papillón’…
pero no me dejaron un poso detrás más allá del gusto por leer, pero los cuentos
de Cortázar, en concreto ‘Historia de Cronopios y de famas’, esas
‘Instrucciones para subir una escalera’… ahí me dí cuenta de que se podía
escribir de cosas que me parecían imposibles, me gustaban los chistes, los
juegos, las asociaciones verbales… y
Cortázar me enseñó que se podían contar historias locas con visos de seriedad,
de convertirse en algo importante. Y también otro libro me marcó mucho, ‘Cómo
acabar de una vez por todas con la cultura’, de Woody Allen. Un libro
maravilloso, que proponía exactamente lo que yo quería, romperlo todo. Dos
libro que me iluminaron, que me animaron a escribir cuentos. Luego han venido
otros muchísimos, los cuentos de Onetti, los latinoamericanos, realismo social,
el boom, todo eso me marcó, traía una
alegría del lenguaje que nos llenó de vida a quienes vivíamos en un mundo gris,
en los años sesenta, en España.
Amo a
Cortázar pero…
A Cortázar hay que llevárselo a comer a casa.
¡A
vivir, incluso!
¡Exacto!
Decía
que amo a Cortázar, de otro modo también a Borges, pero son peligrosos, te
fagocitan…
Son peligrosísimos, pero de eso me di cuenta rápidamente;
aprendí de Cortázar el sentido lúdico, pero al papá hay que matarlo rápido, así
que tiré por mi territorio, porque tienes razón, es casi imposible no querer
imitarlo… Y a Borges es imposible hacerlo, es único, aunque yo no me lo
llevaría a casa…
Hombre,
si viene acompañadito de Bioy Casares, yo hasta el fondo le dejo entrar…
¡Sí! A Bioy por supuesto, pienso
en ese cuento, ‘El calamar opta por su tinta’, delicioso, ¡gracias por
recordarme a Bioy, qué grande! Me di cuenta, como te decía, del peligro de esos
autores, y me aparté a tiempo. De hecho, en mi segundo libro, yo ya estaba
lejos, y así lo vio la crítica. De lo que no me separé nunca fue del agradecimiento.
De hecho, el título de este libro, ‘La vuelta al día’, es un homenaje descarado.
Pienso
en ‘Puentes, acueductos’, qué cosa esta que lo real sea más ficticio que la
literatura…
Jajaja, sí, eso también es
real, es otro de los cuentos que juegan con otros anteriores, me gusta el trasiego
de historias. Es que, a veces, voy a los pueblos y me parece todo impostado, todo
mentira, esa gente lava calzoncillos en el río, con un moño ladeado, los gatos
comiendo sardinas, los sostenes tendidos… la realidad es mentira, la verdad
está en la literatura… tengo la cabeza confundida.
Qué
será, será…
Una cosa extraña, en cualquier
caso.
“A
un tigre, así sea albino, nunca le da por contar sus rayas”. Hay comienzos como
este, imprescindibles, llenos de ecos…
‘Balance’, el cuento al que te refieres, habla
de cómo los artistas tienen que pelear con su arte sin hacer caso de lo que digan
de ellos, pelear a lo bestia… es sospechoso un ebanista al que no le falten un par de dedos,
así como sospechoso sería un domador de tigres al que no le falta una oreja… Al
tigre no le importa las rayas que tenga, él da un zarpazo. Esta cita es un
homenaje a mi libro ‘Los tigres albinos’. La única novela que tengo, ‘Las
medusas de Niza’ parte de dos elatos que a mí me gustaban mucho, ‘Tantas veces
huérfano’ y ‘Los artistas cautivos’, ví los puntos de unión y la construí.
Luego sentí que había traicionado a mi género favorito, así que restituí los
cuentos como lo que eran, relatos, no novelas, y de ahí ‘Balance’ y ‘Rifa’ que
son, además, cuentos programáticos, como una poética, me alegra que te haya
llamado la atención…
Hay
poco ejemplos de escritores que no se hayan salido del cuento, acaso Borges,
como si un escritor fuera menos escritor si no escribiera una novela...
Es muy triste, y sucede en nuestro país. Salvo alguno,
Monterroso, con una excepción, Medardo Fraile…
Inmensísimo
Medardo…
Desde luego. Él escribió ‘Autobiografía’. Pienso en Fernando
Quiñones, cuyos cuentos eran extraordinarios, y que, sin embargo, se vio en la
obligación de escribir poemas.
Me
quedo con su faceta de poeta…
También, su serie de las
Crónicas son extraordinarias, pero al final tuvo que escribir novelas como ‘La
canción del pirata’, finalista del Planeta, etc. En este país, hasta que no
sacas una novela o dos o tres no te echan cuenta. Cuando publiqué ‘Las medusas
de Niza’, que obtuvo un par de premios, me preguntaron que qué sentía con ella,
y respondí que decepción, porque había escrito cuatro libros de cuentos que
apenas llamaron la atención. Una novela te da dinero, lectores, fama, pero hay
que hacerlo, desde aquello empiezan a entenderme de otra manera, a fijarse en
mis cuentos. Me apena que alguien que solo quería haberse dedicado al cuento no
haya podido. Me aburro escribiendo novela, encerrarme en una habitación con
unos personajes tanto tiempo… no puedo.
El
relato, de algún modo, ¿es capaz también de dar la vuelta al día del lector,
incluso capaz de mudarle el alma?
Al lector espero, a mí, como autor, el cuento último me la
ha mudado, me ha puesto del revés.
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