Entrevista al poeta José Luis Zerón
“Estamos
condenados a la incertidumbre”
Un poemario por momentos
críptico, a instantes diáfano, que acoge, que expulsa, que repele, que transita
por el filo y se hace llama, que se atrinchera en lo que no puede responderse…
todo esto es ‘De exilios y moradas’ (Polibea), el último poemario de José Luis
Zerón (Orihuela, 1965),
La
poesía, ¿tiene más de morada que de exilio?
La poesía nos brinda refugio y
al mismo tiempo nos arroja a la intemperie. En algunas ocasiones, es una
posibilidad de salvación y, en otras, un acto de resistencia. En cualquier caso,
la poesía siempre es exigente y nos somete a un grado de intensificación que
nos exalta y nos desasosiega. Tiene una naturaleza
paradójica: puede resultar tan acogedora como inhóspita. Uno no siempre
está preparado para soportar el estado de máxima alerta que exige la poesía. Hablo del poeta no acomodado, aquel que no escribe sometido
a la disciplina de un horario, el que nunca ha tratado con el lenguaje gozando
del máximo bienestar de un hotel cinco estrellas. Por ello suelo decir
que vivo la poesía como una suerte y una desgracia.
El próximo 21 de noviembre se
cumplirá el primer aniversario de un poeta excepcional que tuve la suerte de
conocer, Carlos Oroza, recuerdo unas palabras suyas y me hago cómplice de ellas:
“La poesía no es producción. Hay que recibirla, esperarla como un
acontecimiento”.
Abrir
el poemario con una cita de Breton, es toda una declaración de intenciones,
aunque el surrealismo es más un aroma
que una presencia matérica en estos poemas. ¿Por qué Breton?
Me identifico con la cita,
pero además la incluí en mi libro para rendirle homenaje a André Breton. Durante mucho tiempo
ha estado muy cuestionado como poeta y, sin embargo, escribió algunos de los
poemas más bellos e intensos del siglo XX, e influyó en numerosos autores, por
ejemplo Octavio Paz, quien siempre reconoció el magisterio del autor de ‘Nadja’. Además, me parece un narrador y
ensayista muy interesante. Galaxia Gutenberg ha publicado recientemente el
volumen ‘Pleamargen’, una
recopilación de los poemas de madurez de Breton, en la versión del traductor,
Xoán Abeleira.
Por otra parte, André Breton
–y toda la literatura surrealista- supuso un descubrimiento fascinante para mí
y para mis amigos y compañeros de la revista ‘Empireuma’ cuando empezamos a
escribir. Recuerdo que leímos con fruición su poesía, editada en dos volúmenes
por Visor y traducida por ese gran poeta y experto la poesía francesa del siglo
XX que fue Manuel Álvarez Ortega. De ahí que, como bien dices, se perciba el
aroma del surrealismo en ‘De exilios y
moradas’.
Lo
que sí se incardina en los poemas en esa búsqueda constante del misterio, casi
como en una Cruzada personal. El poeta de hoy ¿ha perdido la comunicación con
los dioses (llámese misterio, sagrado, etc.) por pereza, por soberbia, por
desgana..?
‘De Exilios y moradas’ es, ante todo, un libro interrogativo: el
ser humano no tiene más remedio que conocer para sobrevivir y explicarse, y
para llegar a ese sentido de la vida es necesario una recuperación de la metafísica.
Mi poesía nace de la necesidad del misterio, del deseo de expresar lo que no se
puede expresar, por eso no pierde el referente numinoso, no puede ignorar el
sentido de la trascendencia, y al decir trascendencia o espiritualidad no me
refiero a ningún credo religioso. Hablo de una apertura al misterio, de una interacción con el medio, que nos
permite soportar la incertidumbre y alcanzar una seguridad ontológica ante el
aparente nonsense del universo. Y ya que hemos hablado de
Bretón, creo, como él, que si no queremos ser aplastados por la tiranía del
capitalismo y la industria tecnológica debemos reconectarnos con la
espiritualidad primigenia y convocar el misterio, aunque sé que es una difícil
empresa intentarlo mediante el mismo lenguaje que utilizan los políticos para
trenzar sus discursos demagógicos, o la publicidad para lavarnos el cerebro.
Quizá debamos reinventar el lenguaje, tan manoseado y anodino, dejar que brote,
que respire, que fluya diáfano y hermético, abismalmente misterioso y a la vez
natural y cercano. Esa labor poética de recuperación del misterio, como dice
Ida Vitale en un artículo publicado en ‘El País’ el pasado 29 de octubre,
“inquieta a quienes se han habituado a pedir simplificación y acorazada
pasividad”. Pero también, advierte la autora uruguaya, eso de misterioso e
inexplicable, característico de la poesía, hace suponer que el poeta codicia la
incomunicación y el aislamiento. En mi opinión, el poeta de hoy ha perdido la
comunicación con lo que podríamos llamar misterioso o sagrado y quiere llegar
al lector por la vía cómoda y lo más rápido posible, invocando la utilidad ir
adaptando su lenguaje a las exigencias de la moda, las costumbres sociales y el
espectáculo mediático.
Creo que necesitamos poetas ávidos de misterio, entusiastas
y con capacidad de asombro, dispuestos a implicarse a fondo en el proceso poético
de búsqueda y descubrimiento; poetas que
crean en el poder perturbador de la palabra en contra de los discursos
falsarios; poetas que generen pensamiento y sean capaces de enfrentarse a los
actos de fuerza del poder; poetas convencidos de que la poesía nos puede
redimir de una existencia mezquina, apegada a la necesidad y al determinismo,
pues sirve no para emular la realidad, sino para trascenderla. Y también
necesitamos lectores entusiastas y pacientes abiertos a la recepción del poema.
¿Cómo
“sobrevivir al extravío de las horas que pasan”?
Asumiendo que nuestra existencia
está sujeta a numerosas contingencias. Que no hay nada perenne, y que lo que
llamamos mundo es un hecho abismalmente maravilloso, cruel, incomprensible,
despiadado y violento, pero también cercano, natural y acogedor. Admitiendo que
estamos condenados a la incertidumbre, pero que no por ello debemos dejar de
indagar, de buscar, de latir y crear. Habitando el presente y mirando el futuro
sin renunciar a la memoria ni tratar de falsearla, pues es esencial contra el
olvido, cómplice de todos los poderes.
¿Hay
que escribir “en el umbral de la herida”?
Bueno, no concibo el proceso
poético de otra manera, ya que considero que está profundamente vinculado a la
vida, si bien no quiero decir que el resultado tenga que ser doloroso y
sufriente. Como he dicho al principio, cuando se manifiesta el “instante
poético”, como lo llama Bachelard, resulta sorprendente y familiar, pero
también tiránico y caprichoso: invita y exige sin ofrecer demasiado. No es
amable porque te hace sentir la ambigüedad de los sentimientos y los principios
y te enfrenta a tu propia naturaleza humana.
1.
¿El poeta tiene más de asceta que de soldado?
Es un asceta si es honesto y está
convencido de que es posible arrancarle un sentido al mundo mediante una escritura
que no se deje seducir por la celebración de los simulacros. Es un soldado
cuando se enfrenta, con todas sus penurias, al envilecimiento de la realidad y
cree en el hecho poético y lo defiende siendo consciente de que la poesía no
cuenta para nada en nuestra sociedad pragmática, si bien no un soldado ejemplar,
ya que tiende a desobedecer mandatos y eslóganes. Siguiendo con el símil bélico,
asocio al poeta auténtico con un francotirador por su inconformismo e
insumisión, por su mirada lúcida e intemporal.
Versos
como “Hay en el movimiento una heredad sin dueño que es de todos” o “vamos a
quedarnos solos, pero no a oscuras” parecen contestarse en un baile sutil, en
el que se encuentran paradojas y conflictos. ¿Qué ilumina la poesía?
Mi poesía estriba en un
discurso paradójico, sobre todo los poemas agrupados en ‘De exilios y moradas’. Es así porque en la indagación poética no
hallo certezas absolutas, ni maniqueísmos. Hay un conflicto de contrarios que
se repelen y se buscan. Estoy convencido de que es posible entender el mundo desde la analogía, pues todo es lucha
de contrarios y a la vez reconciliación de los mismos, es decir, desde el
conflicto o la unidad, todo está relacionado y todo es nexo. Y estos nexos que nos conducen al todo solo
se pueden percibir desde el mestizaje, la impureza, la mixtura, el sincretismo.
Quizá sea esto lo que ilumina la poesía, entre otras muchas cosas.
Los
poemas van volviéndose más carnales, más sugerentes, más sensuales, como si el
poeta nos dijera que los grandes enigmas, o las grandes preguntas hay que
resolverlas en lo cotidiano, o por lo menos en lo sencillo.
Sí, es cierto, y me alegra que
me lo preguntes. El magnífico prólogo de Alberto Chessa alumbra hasta los
recovecos más oscuros de mi libro, y también se han escrito algunas reseñas muy
esclarecedoras sobre el mismo, así que poco puedo añadir. Quizá insistir en lo
que tú apuntas. Hay lectores que
consideran que ‘De
exilios y moradas’ es un libro filosófico y un tanto hermético, e incluso
místico. Bien: el volumen consta de cuatro partes. En las dos primeras me
preocupan las grandes preguntas, los grandes misterios del universo y de la existencia
del ser humano, pero uno termina reconociendo que hay asuntos a los que solo
nos podemos aproximar, pero sin llegar a definirlos porque resultan inefables. De
ahí la recomendación última del ‘Tractatus’ de Wittgenstein: “De lo que
no se puede hablar, mejor es callarse”. Por esta razón, en el segundo bloque
hay menos vuelo e inmersión y un anclaje más terrenal. Por tanto los poemas son
más carnales, más sensuales, menos paradójicos.
¿Qué
verso es aquel “donde se inicia la tragedia”, el que abre o el que cierra el
poema?
Bueno, es difícil responder a
esta pregunta. En mi caso, cuando empiezo un poema no sé adónde me va a
conducir el primer verso. Claro está, tengo una vaga idea de lo que quiero
escribir y hasta dónde quiero llegar, pero en mi proceso de escritura nada está
claro desde el principio. Unas veces me dejo llevar por un ritmo insistente o
una imagen recurrente y el poema sale casi de un tirón; otras voy tanteando un
poco a ciegas, hasta que encuentro el camino por el que he de transitar. En ese
proceso hay mucha eliminación, incluido a veces el verso con el que inicié el
tanteo. Yo le doy mucha importancia al
verso final y en no pocas ocasiones me ha provocado verdaderos quebraderos de
cabeza. Los versos finales de mis poemas suelen ser rotundos y no siempre
trágicos o funestos. De hecho mi poemario acaba con un verso luminoso y
esperanzado. Pero si hay tragedia no sé dónde se inicia exactamente.
“Pasó
el tiempo de los abrazos”. ¿La poesía fructifica mejor escrita desde el dolor
que desde la luz?
No necesariamente. Hay
poemarios -e incluso poemas- donde conviven el dolor y la plenitud, la tristeza
y la celebración. Estoy pensando en
grandes poetas que han escrito desde la felicidad y el sufrimiento de manera igualmente
conmovedora. Por poner algunos ejemplos significativos: Hörderlin, Rilke, Ana
Ajmatova, Pablo Neruda. Miguel Hernández, García Lorca, Raúl Zurita, Olga
Orozco, Sylvia Plath. Hay poetas que solo han escrito desde el dolor y la
oscuridad como Trakl, Alejandra Pizarnik, Leopoldo María Panero. O desde la
plenitud solar como Whitman, Jorge Guillén, Claudio Rodríguez. En mi opinión,
el poeta se mueve en zonas de luz y de sombra. Su hábitat suele ser el
crepúsculo, como “grieta que une y separa a un tiempo los contrarios”, por
decirlo con palabras de J.E. Cirlot, y también como estado de ambivalencia e
indeterminación emocional y perceptiva. Lo que me resulta extraño en términos
creativos es que las experiencias dolorosas o felices no siempre me influyen de
la misma manera: unas veces me bloquean por completo y otras, en cambio, me
motivan poderosamente.
Esther Peñas
Formidable. Enhorabuena a ambos.
ResponderEliminarXoán Abeleira
P.S. Es maravilloso descubrirse hermanado en medio de tantos desiertos.
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