La editorial Sitara publica ‘Mosaicos’
Felisberto Hernández o el ángulo
inaudito de las cosas
Del mismo modo que no se puede
entender a Borges sin haber leído a Macedonio Fernández, Cortázar no sería el
escritor que fue sin un precedente insólito en las letras en castellano:
Felisberto Hérnández (Montevideo, 1902-1964). Antes de escritor, fue pianista.
Y pasó de una vocación a otra. En 1940 (la fecha es orientativa) abandona la
práctica profesional del instrumento y esgrime la tinta con una armonía nueva
hasta entonces. Porque el estilo de este uruguayo de padre canario es
reconocible como rastro de carbón en la nieve.
Dos son sus obsesiones,
diseminadas de manera obscena o sutil en sus composiciones, la inconsistencia
del sujeto y la fragilidad del lenguaje como acceso pleno a lo real. En sus
relatos, los objetos se personalizan, los sujetos se desvanecen. No hay amarre,
apenas encontramos lugar concreto, tiempo exacto, causalidad pespuntada. Todo
en su microcosmo es inquietante, espita del desasosiego, lumbre de lo incierto.
Es puro extrañamiento. E irregularidad sintáctica.
Para los amantes de la buena
literatura, la editorial Sitara, en su colección ‘Marginalia’, acaba de
publicar ‘Mosaicos’, que reúne sus cuatro primeros libros (‘Fulano de tal’,
‘Libro sin tapas’ –publicado originalmente sin ellas-, ‘La cara de Ana’, ‘La
envenenada’) y un quinto –y no lo hay malo-, ‘Relatos varios’), todo ello acompañado
por un delicioso retrato del autor cincelado por María Agra, que se adentra en
los ángulos (siempre inauditos y turbadores) de la literatura del uruguayo. Disfruten,
por cierto, de la portada, toda una alegoría musical.
Es curioso observar cómo en su
primer libro, ‘Fulano de tal’, encontramos los rasgos que pervivirán en su
literatura, los abismos del lenguaje (esos adjetivos o verbos ‘mal colocados’,
que sacuden al lector), el regusto por el misterio de los objetos cotidiano y
su vida íntima, lo endeble y frágil del sentido común… Hay una lírica del
fracaso y una poética de lo errático en su estilo, que entusiasma por lo distinto
y lo articulado (“Los momentos más terribles y violadores de una de las
posiciones de placer, ocurrían algunas de las noches al despedirnos”, leemos en
‘El vestido blanco’).
En ‘La casa de Irene’, uno de
los grandes relatos de este volumen, se explicita el modo de mirar de
Felisberto. Nos habla de una muchacha ‘normal’, en cuya normalidad reside lo
extraordinario: “Cuando toma en sus manos un objeto, lo hace con una
espontaneidad tal, que parece que los objetos se entendieran con ella, que ella
se entendiera con nosotros, pero que nosotros no nos podríamos entender
directamente con los objetos”.
La carga subjetiva de los
personajes sigue funcionando hoy en día como entonces. En ‘Hace dos días’,
leemos: “...después de que estuve en el escritorio y quise escribir, después
que sufrí la traición de lo lento y lo medido; entonces, después, al mucho
rato, pensé suavemente en ella y en mí: me imaginaba cómo sería cuando nos
diéramos el primer beso, cómo sería de ancha su cara cuando yo estuviera
hundido en ella, y cómo sería el silencio de alrededor de ese beso”.
Italo Calvino escribió de él, al
traducir al italiano sus relatos: "Basta con que se ponga a narrar las
pequeñas miserias de una existencia transcurrida entre orquestinas de café en
Montevideo y giras de conciertos por pueblitos provincianos del Río de la Plata
para que en las páginas se acumulen gags, alucinaciones y metáforas en los que
los objetos cobran vida como personas. Pero éste es sólo el punto de partida.
Lo que desata su fantasía son las inesperadas invitaciones que abren al tímido
pianista las puertas de misteriosas casas, de quintas solitarias donde moran
personajes ricos y excéntricos, mujeres llenas de secretos y neurosis.
Felisberto Hernández es un escritor que no se parece a nadie: a ninguno de los
europeos y a ninguno de los latinoamericanos, es un 'francotirador' que desafía
toda clasificación y todo marco, pero se presenta como inconfundible al abrir
sus páginas".
Y, en efecto, Felisberto no se
parece a nadie porque es una categoría literaria en sí mismo, como Macedonio.
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