Vicente Luis Mora, escritor
Me gusta que el lector no esté cómodo,
que esté siempre a la
intemperie.
Después de Picasso tuvimos un artista universal, capaz de
ensanchar los límites del arte, conceptual y plásticamente. O no. Acaso fuera
un completo farsante. Depredador o visionario. Puede que el lector sepa
dilucidar y caer del lado exacto, si es que existe lo exacto, si es que
importa. ‘Fred Cabeza de Vaca’ (Sexto Piso), de Vicente Luis Mora (Córdoba,
1970) es una novela autómata que reconstruye la biografía fragmentada de un
mito… o de su representación. Atentos.
En nuestra sociedad,
¿es más pertinente que nunca advertir al lector que se trata de ficción, dada
la ínfima distancia entre ésta y la realidad o ya no importa que se confundan
los límites? ¿Por qué lo recuerda con tanta vehemencia?
Es obvio que la realidad tiene que entrar en la ficción, pero
el tratamiento y la visión que se da de la realidad y la irrealidad, porque en
esta novela hay alguna escena deliberada de ciencia ficción, detecto un
preocupante tendencia a confundir lo que aparece en una novela con la opinión
de su autor; en este caso en concreto,
teniendo en cuenta la radicalidad del pensamiento de Fred y sus características
personales, me quería curar en salud para que nadie me confundiera a mí con él
o con su pensamiento. A pesar de ello, la advertencia es tan seria que incluso
hay quien cree que es mentira. Hay hechos del pasado que no ocurrieron tal y
como se cuentan, pistas para que el lector se dé cuenta de que está caminando
sobre el borde de la ficción, un borde resbaladizo y delgado; en caso de duda,
mejor pensar que es mentira. La función de una novela no es informar, sino proponer
un criterio. Es un instrumento de análisis, pero no un instrumento realista de
análisis.
Algo así le ocurrió a
Umberto Eco, cuando publicó ‘El cementerio de Praga’, que pensaron que el
protagonista (moralmente reprobable) era él. Pero el problema está en el
lector.
He intentado alejar lo máximo de Fred no sólo de mí sino de
cualquier persona reconocible; es rubio, ojos azules, artista, filósofo… pero,
a pesar de eso, hay gente que sigue pensando que Fred soy yo; los personajes
han de ser verosímiles y es obvio que este artista, este pensador, en algún
momento va a coincidir con la opinión de alguno de nosotros. La inserción de
algunas personas reales en la novela puede llevar a la confusión, pero
Aristófanes, por ejemplo, en ‘Las nubes’, mete a unos cuarenta y cinco personajes
reales de la Atenas de su tiempo; el motivo de hacer eso es darle un marco de
verosimilitud, porque no tiene sentido inventarse un sistema artístico
completo. Una de las cosas que Fred quiere hacer es comentar el arte de su
tiempo, y su tiempo es este, ya que la narración transcurre entre 2000 y 2030.
Haya cosas que harán dudar al lector, pero me gusta esa idea, que el lector no
esté cómodo, que esté siempre a la intemperie. Nada de zona de confort, como
dicen los cursis. Prefiero la sensación de borrosidad.
¿Hasta qué punto la
biografía de cada uno de nosotros es ficción?
Según los neurocientíficos, casi todo lo es. Según el
neurocientífico David Eagleman, que tiene un libro en Anagrama muy interesante,
‘El cerebro’, hay experimentos que demuestran que es posible crear memorias
segmentadas en las personas; la memoria, con un poco de precisión, está
construida como ficción. A esto dediqué quince años de mi vida, fue el tema de
mi tesis doctoral, el sujeto y la construcción de la memoria. Teniendo en
cuenta que la memoria es como el hilo de continuidad de nuestra identidad, en
verdad nosotros somos, en parte, una historia que nos contamos a nosotros
mismos.
¿Por qué escogió el
género biográfico?
Abordar ‘Fred Cabeza de Vaca’ para mí ha sido un desafío
inmenso por enfrentarme a la idea de una biografía, de la vida entera de una
persona; es mucho más complicado de lo que yo pensaba, había creído que era un
género menor frente a otros géneros literarios pero qué va, es dificultosísimo
y admiro a esas personas que saben mucho de la vida del biografiado y consiguen
armar un relato convincente y aproximado, porque resulta algo extremadamente
complejo de hacer. Este género, además, tiene sus grados de ficción (memorias,
biografía, diarios…), de intensidades, y, en este caso, Fred es la intensidad
máxima: una biografía falsa de un personaje que no existe. Eso me da una libertad
que me interesa mucho como escritor.
“Donde no hay normas,
hay espacio”. ¿Cuándo se hacen necesarias las normas, en general, y en la
escritura en particular?
Hablo por y de mí, y creo que cada escritor y cada libro debe
construir su propio ecosistema y tener su propia cosmovisión; eso significa que
cada libro se dota a sí mismo de las normas y también se dota de la capacidad
de incumplirlas si fuera necesario. Creo en la libertad de la ficción y creo
que es uno de los pocos espacios hoy en
día libres de reglas, así que tampoco quiero yo sembrarlo de normas. La
cuestión es que en cada libro intento crear una nueva mirada para no aburrirme,
entre otras cosas, porque me sostengo en el desafío constante de hacer algo
distinto, que aporte algo a lo que está hecho, incluso a lo que yo ya he hecho.
Fred es la novela más libérrima y libertina que he escrito, y estoy satisfecho
de haberla dejado crecer como si fuera un organismo vivo.
¿Una mirada poliédrica
sobre la vida de alguien (esquejes, correos, postales, apuntes…) es más propia
de un sujeto fragmentado o un signo de estos tiempo?
Hay ejemplos de libros que me interesan, libros fragmentarios
antiguos, por ejemplo de Heráclito, que responden más que a una visión de los
tiempos, como bien has expresado, a una visión del sujeto, y esto me interesa
mucho, el sujeto fragmentado, como reflejé en mi ensayo ‘El sujeto boscoso’, que
habla de un sujeto fragmentado y compuesto de árboles. Me parecía que, a la
hora de crear una biografía, un relato unitario (si ya me parece que los
relatos unitarios de por sí tienen bastantes problemas) no contaba bien una
vida que no es unitaria, sino que está hecha de diversos estratos, capas, sectores
familiares, amigos, trabajo. Esa compartimentación era casi obligatoria para
contar una vida entera desde la perspectiva de una persona que está fuera,
porque si uno cuenta su vida puede ficcionalizar la unidad del relato, pero
cuando te asomas a la vida de una persona fallecida no puede haber unidad. Natalia
cuenta a Fred, pero hubo mucha vida en la que ella no estuvo. Tanto Natalia
como yo teníamos que salvaguardar la discontinuidad.
El grado de impostura del arte contemporáneo es exactamente
igual al grado de impostura de cualquier profesión; conozco carpinteros que han
ido tres veces a rematar su trabajo, fontaneros que han hecho un estropicio, etc.,
lo mismo sucede en el arte, en el periodismo… hay un poco de verdadero talento,
un montón de dignidad en el trabajo y luego gente incompetente. Es decir, hay obras
de arte que son dignas aunque no sean talentosas, libros bien escritos pero no
excelentes. Excelente es una palabra que me gusta, porque sublime ya sería
hablar de otro estado. Hay impostura, sí, pero me parece que es mucho menor de la
que la gente dice porque cuando uno investiga y estudia museos como este en el
que estamos (Reina Sofía), galerías de arte independientes, autogestionadas, te
das cuenta de que hay un montón de arte que merece la pena. Pero hay impostura.
En la novela me interesaba mucho esa delgada línea entre la farsa artística y
el talento, Fred camina sobre esa línea, hay quien dice que es un estafador y
otros lo consideran un genio, no se sabe muy bien qué es, y quizás no hace
falta que se sepa. Decía Derrida, el filósofo, que el poema no es nada si no
corre el riesgo de no tener sentido; a veces estoy de acuerdo con eso, la obra
de arte tiene que ser eso mismo, dejar la impresión en el espectador de si es
arte o no, con independencia de que le guste o no, que es otro debate distinto.
Me interesa el arte que se desafía a sí mismo. No hay que sacar de quicio la
impostura del arte, Fred se aprovecha de esa impostura pero creo que también
hay algo de verdad en lo que hace, y ese margen de incertidumbre entre una cosa
y otra es lo que hace interesante al personaje, me parece.
Retomo ese concepto,
sublime. ¿Algún libro leído recientemente podría calificarlo así?
¿Sublime? Uno de cuentos, ‘Un paso para la desgracia ajena’, de
Javier Moreno, me pareció excelente, ‘Chocar con algo’, de Erika Martínez, también.
Tengo suerte porque la crítica la hago para mí y leo muy buenos libros. Me
parece que estamos en un buen momento para la literatura actual.
¿El hombre postmoderno
requiere de mitos?
Todos necesitamos mitos, aunque sea el mito de la identidad
propia, que es el mito que nos contamos todo el día, el yo es nuestro amigo
imaginario, nuestro primer mito. El segundo sería el de que la vida merece la
pena, algo con lo que estoy de acuerdo, pero es un mito que hay que actualizar
diariamente para poder seguir creyendo en él; hoy, precisamente, pensaba en esa
necesidad continua de relatos que tenemos, no podemos vivir sin los relatos, hemos
sustituido reunirnos alrededor del fuego para contarnos la historia, la memoria
ancestral y los antiguos relatos por narraciones de todo tipo. Pero hay
necesidad de mitos y de mitología en nuestros días, y hay que reactualizar la
idea de mitología, como hizo Roland Barthes. Qué es una mitología. Esa
necesidad de historia sigue siendo hoy necesaria, se ve en nuestra necesidad
permanente de que la información nos venga dada como una historia, que no sea
solo un conjunto de datos dispersos sino que haya alguien que nos lo cuente
(escritor, periodista, director de cine), y las historias potentes que rozan el
imaginario colectivo se convierten en mitos, dando el paso al arquetipo. Por el
hecho de ser postmodernos y tecnológico no tenemos menos necesidad de mitos.
¿Cuánto de voluntad y
de azar (elementos que se concitan en la construcción de sí mismo que hace
Fred) hay en la vida real?
Parafraseando a Lautréamont, el arte es el resultado sobre una
mesa de operaciones técnicas. Hay una dosis de azar, de inspiración, la idea
que te llega y a partir de la cual se produce un inmenso trabajo quirúrgico de
cirugía para convertir esa buena idea en algo parecido a un poema, una obra de
arte, hay un punto de encuentro casual entre una idea y un artista que es capaz
de desarrollarla; si me apuras, esa idea, por buena que sea, es el diez o
quince del trabajo total, lo importante es qué haces con ella, sobre todo en
literatura. En la narración audiovisual la idea es lo más importante, en
literatura es el proceso, el lenguaje, el propio lenguaje, la estructura, el
narrador, el grado de información que se maneja, ese mecanismo de relojería
interno que debe pasar inadvertido al lector. Hay que trabajar de un modo quirúrgico,
apasionado pero frío, intentando que eso funcione de un modo literario.
Por cierto, ¿a quién
pondríamos al frente de Ministerio de la Basura?
Jajaja, hay muchos escritores que hablan de la basura, en
todos mis libros, por ejemplo, es una constante… se podía malentender este
ministerio, pero pensando en la escritura como reciclaje, en el modo de
reutilización de recursos disponibles, nombraría a Cristian Rivera Garza, que habla
de la necesidad de la apropiación de los discursos. Sería una buena ministra no
tanto de la Basura como de Reciclaje y Administración de los recursos existentes.
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