Ernesto Pérez Zúñiga, escritor
“El
canto es lo que consigue entrar y sobrevivir, de alguna manera, al infierno”
Dos hombres que pierden su
destino, su presente, su patria. Dos hombres que escogen frente a la derrota la
lucha, y emprenden la reconstrucción de su mundo. Dos hombres a los que la vida
cruza y entre los que brota la conexión de la esperanza. Porque con esperanza
el duelo es distinto. Y se transforma. Ramón Montenegro y Manuel Juanmaría se
embarcan en el propósito que los mueve como justificación última, que tira de
ellos, que los repara. ‘No cantaremos en tierra de extraños’ (Galaxia
Gutenberg), la última novela de Ernesto Pérez Zúñiga (Madrid, 1971) nos relata
las intensas vicisitudes que salen al paso del exilio, de la guerra, del
sufrimiento, del amor.
¿Qué
justifica el amor?
Jajaja, está muy bueno eso… El
amor lo justifica todo, la solución siempre es el amor… Como decía San Juan de
la Cruz, “al final sólo te examinarán de amor”, y eso mismo pienso yo y, de
alguna manera eso está en la novela, cuando todo está perdido, cuando el mundo
está en ruinas, el amor es el mejor motor para reconstruirlo de nuevo.
¿De
dónde el título, ‘No cantaremos en tierra de extraños’?
Viene de una decisión que
toman los cantores del Templo de Jerusalén cuando fueron prendidos por los
soldados babilónicos y les obligaron a cantar; ellos se negaron y dijeron “no
cantaremos a Dios en tierra de extraños”.
Sin
embargo, los protagonistas de la novela sí cantan, a pesar de todo…
Sí, a pesar de todo, deciden
cantar, son como Orfeo, bajan al infierno cantando, y mantienen esa visión del
mundo que implica que el canto es lo que consigue entrar y sobrevivir, de
alguna manera, al infierno.
Pareciera
que nuestra sociedad, a diferencia de lo que ocurría antaño (pienso en las
corralas, en los patios de luces, en los patios de vecinos) se canta cada vez
menos…
La canción, la música, todo el
universo está conectado por una especie de música, y todos contribuimos al caos
o a la armonía, dependiendo de si participamos o no de ese canto; la voz humana,
de hecho, es la manera que tenemos más natural de conectarnos al universo, hay
pocas cosas más hermosas que una voz cantando, mi madre canta… me acuerdo de
pequeño, escuchándola cantar constantemente, cantar es una manera potentísima
de comunicarnos, de comunicar emociones, y de unirnos a los demás, al otro. Una
sociedad que no canta es una sociedad que se aburre, que se duerme, que se
duerme en su intimidad, que desaparece, de ahí también que esta novela tiene un
título paradójico.
¿Qué
pierde uno al perder la patria?
Lo pierde todo, sobre todo si
no es una elección, porque hay quien no cree en la patria y no le sucede nada si
la pierde pero si, como es este caso, la patria es la libertad, porque mis
personajes luchan contra el totalitarismo y al perder la guerra pierden la
patria, es decir la libertad, lo pierden todo, la construcción de la vida en la
que estaban sumergidos, como nosotros lo estamos en el día de hoy. Tienen que
construir una nueva patria, todo lo que te rodea, y lo tienes que construir por
ti mismo, tienes que empezar no de cero, de antes de la educación porque cuando
llegas al mundo lo haces en un contexto, en un patria, con una sociedad
construida. Me interesaba esto para la novela, conocer los valores con los que los protagonistas
deciden construir el mundo, porque de las elecciones que tomemos en esas circunstancias
terribles dependerá el futuro, no solo el nuestro sino el de quienes nos
rodean.
Ernesto
¿tiene más de Manuel o de Ramón?
Jajaja, de los dos, nos
repartimos los personajes… de Manuel me gusta mucho la duda, duda siempre de lo
heredado, de la ideología, de la educación, piensa que la realidad hay que
construirla desde cero pero sabe que eso es casi imposible, y es consciente de
que muchas veces actuamos desde una verdad heredada que no siempre nos pertenece.
De Ramón me gusta su fuerza, su lealtad, a pesar de que es un gran perdedor
lleno de sombras, siempre entre el bien y el mal, entre la violencia y la
nobleza.
Dice
el padre de Ramón: “Cuando sientas miedo tienes que convertirte en montaña”.
¿Cómo se hace eso?
Qué bueno… Convertirte en
montaña es algo que me aplico o lo intento, ser montaña es ser parte, hacerte
quieto, procurar un detenimiento de la acción, de la emoción, un control de las
pasiones, en este caso del miedo. Fortalecerte en tu ser, un ser en el que no
estás solo sino que perteneces a algo superior, la tierra, el planeta… como la
montaña, esa pertenencia a una tierra pase lo que pase, no somos consciente de
eso, pensamos que somos ciudadanos, individuos aislados, pero pertenecemos al
planeta, al universo, y te das cuenta de que, al fin y al cabo, eres el
planeta, la montaña, la piedra.
Pienso
en los avatares que salen al paso de Ramón y Manuel, ¿cuánto de azaroso tiene
la vida?
Muchísimo, la vida está llena
de azares, pero los veo como pruebas de aprendizaje, se cruzan como una
tormenta, son ingobernables, y muchas veces traen el dolor, derrota, sufrimiento,
otras veces la superación… en la vida todo es ese cruce de cosas que salen al
paso, y me gusta verlo como una oportunidad para la aventura, como decía el Quijote,
que venimos la mundo para estar en aprobación de aventuras, superando algunas, y
cobrar experiencia y fama. Se trata de hacerte cada vez más sólido.
¿Qué
saca lo mejor de cada cual, el miedo, el instinto de supervivencia, el “temblor
de vivir” que decía, de nuevo, el padre de Ramón?
El confrontamiento con cada
una de estas cosas, ninguna son buenas por sí mismas, el temblor de vivir es
muy importante, hay mucha gente que pasa por la vida sin temblar, sin conectarse
con ella, están como en caparazones que les impiden el temblor… hay que bañarse
en el río de la vida, incluso dejarse llevar por la corriente hasta un límite
que podamos controlar, todo esto son maneras de crecer, las cosas no son ni
buenas ni malas, depende de cómo reaccionemos ante ellas.
¿Qué
queda por contar de la posguerra española?
Todo... para mí me sirvió
muchas inspiración el mundo del western, entendí que el western se había hecho
justo en el misterio de lo que había ocurrido en la guerra de secesión norteamericana,
donde aparece la gente perdedora que se queda sin destino y tiene que comenzar
de nuevo. La posguerra española es un territorio parecido, se ha escrito mucho
pero no lo importante, el testimonio de la gente que lo vivió, sigue sin
contarse del todo, hay una especie de silencio, muchas cosas de las que nadie
quiere hablar… y eso crea un territorio misterioso en el que conviven datos
históricos y la emoción de ese tiempo que sigue siendo muy explorable para los
escritores. La española, como cualquier posguerra, es un lugar de construcción
de futuro, que es lo que me interesa a mí, qué se podía haber construido con
ella y qué se puede construir ahora con las posguerras simultáneas que nos han
tocado vivir.
Esther Peñas
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