Entrevista a Nuria Capdevila, catedrática
de Estudios Hispánicos y de Género de la Universidad de Exeter
“La relación entre Elena Fortún
y Carmen Laforet es una pieza clave en la genealogía de nuestro feminismo”
Leer un epistolario ajeno
impregna una extraña sensación de culpa, de asomarse a cuanto uno no fue
convidado, de adentrarse a una intimidad de la que fue excluido. Y, a pesar de
ello, revelaban vínculos, mapas de afectos, la topografía de un país en un momento
histórico concreto y dan cuenta del proceso creativo, creador. ‘De corazón y
alma’ (Fundación Banco Santander) recoge las cartas que se escribieron Elena Fortún
(Madrid, 1886-1952) y Carmen Laforet (Barcelona, 1921-Madrid, 2004), con dos
textos de las hijas de esta última y una coda de Nuria Capdevila, catedrática
de Estudios Hispánicos y de Género de la Universidad de Exeter. Esta relación
amanuense revela una ternura, una generosidad, un amor delicado entre ambas, a
la vez que ilumina un “nosotras” militante.
De
las pocas pertenencias que Carmen se llevó consigo tras su ruptura matrimonial
estaban las cartas de Elena Fortún, lo que da buena cuenta de cuán importantes
eran para ella. ¿Qué supone Elena Fortún para Carmen, en lo personal, en lo
literario?
Comentaba la hija de Carmen
Laforet que, a raíz de las cartas, se había dado cuenta de cuánto de Celia, el
personaje por el que Fortún es recordada, hay en Andrea, la narradora de Nada, novela por la que inequívocamente
Laforet es a su vez recordada. Por mi parte, siempre sostuve que la primera
manifestación del tipo de ‘la chica rara’, descrito por Martín Gaite, no es
Andrea sino Celia. Desclasada, sola, diferente, con apetito intelectual y sin
feminidad, ésa es la Celia de los últimos volúmenes que leyó la joven Laforet,
la Celia de ‘Celia madrecita’ y ‘Celia institutriz’. Laforet ve en Fortún
a una madre literaria. Nosotros tenemos que ver en esta relación una pieza
clave en la genealogía de nuestro feminismo y de la autoría femenina en España.
Creo que la inteligente Laforet al crear a Andrea tiene a Celia en mente. Ambas
escritoras, además, nos ofrecen a través de los ojos de Celia adolescente y de
Andrea, retratos llenos de profundidad psicológica que reflejan las tensiones
políticas de la España de la preguerra y de la posguerra. Volviendo al ensayo
de la chica rara de Carmen Martín Gaite sobre Andrea y Nada, texto decisivo en
la canonización dentro del hispanismo internacional de Laforet y su obra,
siempre me llamó la atención que Martín Gaite no aislase la orfandad o la
separación entre madre e hija como rasgo definitorio del tipo narrativo más
importante de la narrativa del medio siglo. Celia también se queda huérfana y
también lo son Laforet y la misma Andrea. Podemos leer las cartas como unión íntima
y especial, reencuentro, incluso, entre madre e hija literarias que hubieran
deseado caminar juntas muchos años.
Es
curioso cómo, a pesar de verse tan poco, de que el contacto físico es escaso,
estas cartas revelan una relación de alta intensidad. ¿Es posible una relación
sustentada en las cartas, en el afecto, digamos, ‘a distancia’?
La de ellas es ciertamente una
relación emocionalmente intensa. No puedo evitar ver esta intensidad como
prueba irrefutable de que es imperativo ver la historia de la cultura creada
por las mujeres en España el pasado siglo como un continuum. Nuestro feminismo, la historia de nuestra emancipación
no se para con el franquismo. Las mujeres no dejan de pensar, de crear, de
avanzar y de luchar a pesar de que el vínculo entre generaciones se rompa o
debilite por el exilio y los años de represión. Silenciadas no es lo mismo que
silenciosas. A ellas debemos no fiarnos de las apariencias, no fiarnos de su
ausencia, no fiarnos de que no las vemos. Les debemos buscar sus palabras, su
herencia, sus cartas, sus testimonios vitales e intelectuales. Volviendo a tu
pregunta, una relación así no es solamente posible sino que es también intelectualmente
necesaria y, si me apuras, imposible de evitar. Las generaciones se comunican
entre ellas, a pesar de las circunstancias adversas. En realidad, a pesar de
todas las dificultades, ¡qué alivio que así sea!
“Pienso
en ti todos los días”, dice Laforet. ¿Fue, en palabras de Martín Gaite, Elena
Fortún el mejor interlocutor de Carmen?
Fortún es la más importante
interlocutora literaria de la novelista que publica ‘Nada’. A partir de ahí,
podemos discutir. Hubo otros interlocutores, literarios e intelectuales, en la
vida de Laforet. Lamentablemente, Fortún y ella no dispondrán de muchos años en
los que compartir un diálogo epistolar o cara a cara. Durante la mayor parte de
esta correspondencia, Fortún está agonizando y Laforet muy ocupada con la
escritura, la casa, la maternidad, los comienzos de tantas cosas... Aun así,
¡cuánto lograron darse!
¿Por
qué Carmen no llamó nunca a Elena Fortún por su nombre auténtico, Encarnación?
Resulta entrañable, ¿verdad?
Tampoco Elena firmó ninguna de estas cartas como Encarna. Dice en una carta que
le cuesta separar obra de autor y, en otra ocasión, dirá que Elena Fortún es
mucho más real que su verdadero nombre, pues el mundo de Elena es más amplio,
más suyo y también le es más afín. También es el nombre que figura en su tumba.
La actividad literaria las une muchísimo y justifica el comienzo de la relación
entre ambas. Encarnación Aragoneses no existe para Carmen Laforet porque Elena
separó esos dos “yo” de manera -en mi opinión- muy lógica y consistente a lo
largo de su vida.
Exactamente
ese “nosotras” que utiliza Carmen para referirse a Carmen Conde, Matilde Ras,
Lilí Álvarez, ¿qué significa?
Carmen Conde, Matilde Ras,
Fernanda Monasterio, María Martos, Julia Minguillón, Adelina Gurrea, Paquita
Mesa… todo un mundo de mujeres, un “nosotras” lleno de vínculos de amistad,
literarios, amorosos. Con anterioridad las he llamado en mi trabajo “discretas
e impecables” porque fueron mujeres que tuvieron que esconder la disidencia, la
diferencia, el no plegarse a los roles genéricos tradicionales, en algunos
casos la homosexualidad, tras una impecable fachada de propiedad y discreción.
Hay un texto que plasma particularmete bien ese “nosotras”, ‘La mujer en España. Cien años de su historia
(1860-1960)’, de María Campo Alange, editado además por Aguilar, el sello
que publicó Celia. En ese libro, Campo Alange, a la hora de hablar del siglo XX,
reproduce la red de mujeres de ese “nosotras” y es evidente que no lo hace yendo
a la biblioteca e investigando fuentes escritas, sino dando cuenta de las
relaciones intelectuales de mujeres en el mundo y la época en la que vive. Te
doy un dato más. En ese libro Campo Alange dice que Fortún regresa a España
para morir. Hay en ese volumen dos preciosas fotografías de Elena y Carmen y
están las dos en el retrato generacional que Campo Alange, fundadora del SESM,
el Seminario de Estudios sobre la Mujer, hace de las escritoras del siglo XX.
“Ya
se ha ido, y me parece que me rodeaba el desierto”, dice Elena. ¿De qué tipo de
amor podemos hablar entre ellas?
Decía Paula Ortiz cuando
presentamos las cartas que le maravillaba la pureza de su amor. Esto me gustó
mucho y me pareció acertado. En otras cartas, Fortún contará que le maravilla
el inmenso amor que la joven novelista y joven madre siente por ella, tan
intenso y, a la vez, tan literario, porque en el “siempre has estado conmigo”
de Laforet hemos de leer tanto lo emocional como lo intelectual. Por otra
parte, la Fortún que da cuenta de la añoranza tras la partida de su amiga es
una mujer que vive en una soledad en parte causada por la edad y las
circunstancias del exilio y el regreso, y en parte entendida como componente
clave de su identidad de mujer que se sabe diferente.
“Santa
Teresa sabía más de psicoanálisis que Freud”, dice Elena a Carmen, y me
recuerda a Julia Kristeva, que escribió una recreación psicoanalítica de la
santa. Era una mujer tremendamente culta, Elena Fortún, ¿cómo ha pasado tan
inadvertida en los cánones de lo que se enseña en la escuela?
En una ocasión, hace ya muchos
años, Francisco Nieva respondió en un artículo a la misma pregunta. Dijo algo
así como que en España el crítico literario nace con barbas y el inteligente
legado de la obra de Fortún pasa por eso desapercibido a los ojos masculinos. Elena
Fortún fue una lectora incansable y la mística le interesó mucho en la última
etapa de su vida. En la escritura inédita e íntima de Fortún, la novela ‘Oculto
sendero’ y este epistolario, apreciamos la talla intelectual de la autora.
Además, cuidado, ya no podemos estudiar a ninguna de las dos escritoras sin
tener las cartas en cuenta. Son un testimonio clave de su proceso de autoría.
Y, como apuntas, Elena Fortún ya se da cuenta años antes que Kristeva y otros
de que la mística va a ser reinterpretada desde otras perspectivas críticas no
necesariamente religiosas.
Hay
dos presencias que se repiten con asiduidad en el epistolario, Lilí Álvarez y
Carmen Conde. ¿Qué supusieron para Carmen Laforet y Elena Fortún,
respectivamente?
Laforet da cuenta en este
epistolario de la llegada de Lilí Álvarez a su vida y la señala como personaje
clave en la experiencia mística que narra a Elena. A Fortún no le es
desconocida, de nuevo se evidencia la existencia de vínculos generacionales
entre mujeres escritoras, pero el papel de Álvarez en la vida de Laforet
pertenece a la época posterior a la muerte de Elena, en mayo de 1952. Fue una
relación muy diferente a la que tuvo con Fortún y creo que la fuerte
personalidad de Lilí se impuso. En su juventud, Álvarez fue una pensadora
feminista con una propuesta desde luego revolucionaria y profunda. Cuando entra
en la vida de Laforet ya no es ella tampoco la joven escritora feminista y
deportista de élite. La religiosidad ha ganado terreno. En el epistolario se
menciona a Carmen Conde y a la doctora Fernanda Monasterio, ambas mujeres
homosexuales cuya valentía destacan tanto Fortún como Laforet. Uno de los temas
que preocupó a ambas es el sometimiento a la norma. Elena Fortún como “mujer
vieja” lamenta no haber podado sus deseos. Su agonía le parece un castigo por
su diferencia, por su autoría, por su éxito, por no haber sabido ser mujer al
haber fracasado (cree ella) como esposa y madre. Es tan triste. No quiere el
mismo destino para Carmen… pero tampoco, en medio del dolor del final, podrá
guiarla o darle respuestas para vivir plenamente todo: literatura, maternidad,
familia, trabajo… En fin, no usaban la palabra conciliación pero ahí tenemos
precisamente el drama de la no conciliación.
“Te
quiero muchísimo, de toda mi vida, cuando tú ni soñabas que yo existía”, dice
Carmen. “Te echo de menos, como si hubiera tenido la costumbre de verte cada
día”, escribe Elena. Qué sutileza, qué ternura, qué delicadeza en estas cartas.
¿Qué es lo que más le sorprendió al leerlas?
Leí por primera vez parte de
este epistolario cuando preparaba mi libro ‘Autoras
inciertas’. La hondura de sentimiento solamente es apreciable al leer todo
el conjunto. Yo leo como feminista y lo más importante del texto es para mí la
perspectiva de género que ofrece sobre la autoría de dos escritoras de
generaciones diferentes, una al comienzo y otra al final de su vida creativa,
una autora emblemática de la España anterior a 1936 y otra emblemática del
medio siglo. Desde este punto de vista, me interesa muchísimo cómo plasman
ambas su relación con la escritura, el conocimiento y la vida. A través de
ellas podemos avanzar en la comprensión de la autoría femenina. Son autoras
inciertas que se me vuelven más ciertas al leer estos documentos íntimos, que
son también literarios.
Esther Peñas
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