viernes, 17 de febrero de 2017

ENTREVISTA A NURIA CAPDEVILA


Entrevista a Nuria Capdevila, catedrática de Estudios Hispánicos y de Género de la Universidad de Exeter


“La relación entre Elena Fortún y Carmen Laforet es una pieza clave en la genealogía de nuestro feminismo”


Leer un epistolario ajeno impregna una extraña sensación de culpa, de asomarse a cuanto uno no fue convidado, de adentrarse a una intimidad de la que fue excluido. Y, a pesar de ello, revelaban vínculos, mapas de afectos, la topografía de un país en un momento histórico concreto y dan cuenta del proceso creativo, creador. ‘De corazón y alma’ (Fundación Banco Santander) recoge las cartas que se escribieron Elena Fortún (Madrid, 1886-1952) y Carmen Laforet (Barcelona, 1921-Madrid, 2004), con dos textos de las hijas de esta última y una coda de Nuria Capdevila, catedrática de Estudios Hispánicos y de Género de la Universidad de Exeter. Esta relación amanuense revela una ternura, una generosidad, un amor delicado entre ambas, a la vez que ilumina un “nosotras” militante.


De las pocas pertenencias que Carmen se llevó consigo tras su ruptura matrimonial estaban las cartas de Elena Fortún, lo que da buena cuenta de cuán importantes eran para ella. ¿Qué supone Elena Fortún para Carmen, en lo personal, en lo literario?

Comentaba la hija de Carmen Laforet que, a raíz de las cartas, se había dado cuenta de cuánto de Celia, el personaje por el que Fortún es recordada, hay en Andrea, la narradora de Nada, novela por la que inequívocamente Laforet es a su vez recordada. Por mi parte, siempre sostuve que la primera manifestación del tipo de ‘la chica rara’, descrito por Martín Gaite, no es Andrea sino Celia. Desclasada, sola, diferente, con apetito intelectual y sin feminidad, ésa es la Celia de los últimos volúmenes que leyó la joven Laforet, la Celia de ‘Celia madrecita’ y ‘Celia institutriz’. Laforet ve en Fortún a una madre literaria. Nosotros tenemos que ver en esta relación una pieza clave en la genealogía de nuestro feminismo y de la autoría femenina en España. Creo que la inteligente Laforet al crear a Andrea tiene a Celia en mente. Ambas escritoras, además, nos ofrecen a través de los ojos de Celia adolescente y de Andrea, retratos llenos de profundidad psicológica que reflejan las tensiones políticas de la España de la preguerra y de la posguerra. Volviendo al ensayo de la chica rara de Carmen Martín Gaite sobre Andrea y Nada, texto decisivo en la canonización dentro del hispanismo internacional de Laforet y su obra, siempre me llamó la atención que Martín Gaite no aislase la orfandad o la separación entre madre e hija como rasgo definitorio del tipo narrativo más importante de la narrativa del medio siglo. Celia también se queda huérfana y también lo son Laforet y la misma Andrea. Podemos leer las cartas como unión íntima y especial, reencuentro, incluso, entre madre e hija literarias que hubieran deseado caminar juntas muchos años.


Es curioso cómo, a pesar de verse tan poco, de que el contacto físico es escaso, estas cartas revelan una relación de alta intensidad. ¿Es posible una relación sustentada en las cartas, en el afecto, digamos, ‘a distancia’?

La de ellas es ciertamente una relación emocionalmente intensa. No puedo evitar ver esta intensidad como prueba irrefutable de que es imperativo ver la historia de la cultura creada por las mujeres en España el pasado siglo como un continuum. Nuestro feminismo, la historia de nuestra emancipación no se para con el franquismo. Las mujeres no dejan de pensar, de crear, de avanzar y de luchar a pesar de que el vínculo entre generaciones se rompa o debilite por el exilio y los años de represión. Silenciadas no es lo mismo que silenciosas. A ellas debemos no fiarnos de las apariencias, no fiarnos de su ausencia, no fiarnos de que no las vemos. Les debemos buscar sus palabras, su herencia, sus cartas, sus testimonios vitales e intelectuales. Volviendo a tu pregunta, una relación así no es solamente posible sino que es también intelectualmente necesaria y, si me apuras, imposible de evitar. Las generaciones se comunican entre ellas, a pesar de las circunstancias adversas. En realidad, a pesar de todas las dificultades, ¡qué alivio que así sea!

“Pienso en ti todos los días”, dice Laforet. ¿Fue, en palabras de Martín Gaite, Elena Fortún el mejor interlocutor de Carmen?
Fortún es la más importante interlocutora literaria de la novelista que publica ‘Nada’. A partir de ahí, podemos discutir. Hubo otros interlocutores, literarios e intelectuales, en la vida de Laforet. Lamentablemente, Fortún y ella no dispondrán de muchos años en los que compartir un diálogo epistolar o cara a cara. Durante la mayor parte de esta correspondencia, Fortún está agonizando y Laforet muy ocupada con la escritura, la casa, la maternidad, los comienzos de tantas cosas... Aun así, ¡cuánto lograron darse!

¿Por qué Carmen no llamó nunca a Elena Fortún por su nombre auténtico, Encarnación?

Resulta entrañable, ¿verdad? Tampoco Elena firmó ninguna de estas cartas como Encarna. Dice en una carta que le cuesta separar obra de autor y, en otra ocasión, dirá que Elena Fortún es mucho más real que su verdadero nombre, pues el mundo de Elena es más amplio, más suyo y también le es más afín. También es el nombre que figura en su tumba. La actividad literaria las une muchísimo y justifica el comienzo de la relación entre ambas. Encarnación Aragoneses no existe para Carmen Laforet porque Elena separó esos dos “yo” de manera -en mi opinión- muy lógica y consistente a lo largo de su vida.

Exactamente ese “nosotras” que utiliza Carmen para referirse a Carmen Conde, Matilde Ras, Lilí Álvarez, ¿qué significa?
Carmen Conde, Matilde Ras, Fernanda Monasterio, María Martos, Julia Minguillón, Adelina Gurrea, Paquita Mesa… todo un mundo de mujeres, un “nosotras” lleno de vínculos de amistad, literarios, amorosos. Con anterioridad las he llamado en mi trabajo “discretas e impecables” porque fueron mujeres que tuvieron que esconder la disidencia, la diferencia, el no plegarse a los roles genéricos tradicionales, en algunos casos la homosexualidad, tras una impecable fachada de propiedad y discreción. Hay un texto que plasma particularmete bien ese “nosotras”, ‘La mujer en España. Cien años de su historia (1860-1960)’, de María Campo Alange, editado además por Aguilar, el sello que publicó Celia. En ese libro, Campo Alange, a la hora de hablar del siglo XX, reproduce la red de mujeres de ese “nosotras” y es evidente que no lo hace yendo a la biblioteca e investigando fuentes escritas, sino dando cuenta de las relaciones intelectuales de mujeres en el mundo y la época en la que vive. Te doy un dato más. En ese libro Campo Alange dice que Fortún regresa a España para morir. Hay en ese volumen dos preciosas fotografías de Elena y Carmen y están las dos en el retrato generacional que Campo Alange, fundadora del SESM, el Seminario de Estudios sobre la Mujer, hace de las escritoras del siglo XX.



“Ya se ha ido, y me parece que me rodeaba el desierto”, dice Elena. ¿De qué tipo de amor podemos hablar entre ellas?
Decía Paula Ortiz cuando presentamos las cartas que le maravillaba la pureza de su amor. Esto me gustó mucho y me pareció acertado. En otras cartas, Fortún contará que le maravilla el inmenso amor que la joven novelista y joven madre siente por ella, tan intenso y, a la vez, tan literario, porque en el “siempre has estado conmigo” de Laforet hemos de leer tanto lo emocional como lo intelectual. Por otra parte, la Fortún que da cuenta de la añoranza tras la partida de su amiga es una mujer que vive en una soledad en parte causada por la edad y las circunstancias del exilio y el regreso, y en parte entendida como componente clave de su identidad de mujer que se sabe diferente.


“Santa Teresa sabía más de psicoanálisis que Freud”, dice Elena a Carmen, y me recuerda a Julia Kristeva, que escribió una recreación psicoanalítica de la santa. Era una mujer tremendamente culta, Elena Fortún, ¿cómo ha pasado tan inadvertida en los cánones de lo que se enseña en la escuela?
En una ocasión, hace ya muchos años, Francisco Nieva respondió en un artículo a la misma pregunta. Dijo algo así como que en España el crítico literario nace con barbas y el inteligente legado de la obra de Fortún pasa por eso desapercibido a los ojos masculinos. Elena Fortún fue una lectora incansable y la mística le interesó mucho en la última etapa de su vida. En la escritura inédita e íntima de Fortún, la novela ‘Oculto sendero’ y este epistolario, apreciamos la talla intelectual de la autora. Además, cuidado, ya no podemos estudiar a ninguna de las dos escritoras sin tener las cartas en cuenta. Son un testimonio clave de su proceso de autoría. Y, como apuntas, Elena Fortún ya se da cuenta años antes que Kristeva y otros de que la mística va a ser reinterpretada desde otras perspectivas críticas no necesariamente religiosas.

Hay dos presencias que se repiten con asiduidad en el epistolario, Lilí Álvarez y Carmen Conde. ¿Qué supusieron para Carmen Laforet y Elena Fortún, respectivamente?

Laforet da cuenta en este epistolario de la llegada de Lilí Álvarez a su vida y la señala como personaje clave en la experiencia mística que narra a Elena. A Fortún no le es desconocida, de nuevo se evidencia la existencia de vínculos generacionales entre mujeres escritoras, pero el papel de Álvarez en la vida de Laforet pertenece a la época posterior a la muerte de Elena, en mayo de 1952. Fue una relación muy diferente a la que tuvo con Fortún y creo que la fuerte personalidad de Lilí se impuso. En su juventud, Álvarez fue una pensadora feminista con una propuesta desde luego revolucionaria y profunda. Cuando entra en la vida de Laforet ya no es ella tampoco la joven escritora feminista y deportista de élite. La religiosidad ha ganado terreno. En el epistolario se menciona a Carmen Conde y a la doctora Fernanda Monasterio, ambas mujeres homosexuales cuya valentía destacan tanto Fortún como Laforet. Uno de los temas que preocupó a ambas es el sometimiento a la norma. Elena Fortún como “mujer vieja” lamenta no haber podado sus deseos. Su agonía le parece un castigo por su diferencia, por su autoría, por su éxito, por no haber sabido ser mujer al haber fracasado (cree ella) como esposa y madre. Es tan triste. No quiere el mismo destino para Carmen… pero tampoco, en medio del dolor del final, podrá guiarla o darle respuestas para vivir plenamente todo: literatura, maternidad, familia, trabajo… En fin, no usaban la palabra conciliación pero ahí tenemos precisamente el drama de la no conciliación.

“Te quiero muchísimo, de toda mi vida, cuando tú ni soñabas que yo existía”, dice Carmen. “Te echo de menos, como si hubiera tenido la costumbre de verte cada día”, escribe Elena. Qué sutileza, qué ternura, qué delicadeza en estas cartas. ¿Qué es lo que más le sorprendió al leerlas?
Leí por primera vez parte de este epistolario cuando preparaba mi libro ‘Autoras inciertas’. La hondura de sentimiento solamente es apreciable al leer todo el conjunto. Yo leo como feminista y lo más importante del texto es para mí la perspectiva de género que ofrece sobre la autoría de dos escritoras de generaciones diferentes, una al comienzo y otra al final de su vida creativa, una autora emblemática de la España anterior a 1936 y otra emblemática del medio siglo. Desde este punto de vista, me interesa muchísimo cómo plasman ambas su relación con la escritura, el conocimiento y la vida. A través de ellas podemos avanzar en la comprensión de la autoría femenina. Son autoras inciertas que se me vuelven más ciertas al leer estos documentos íntimos, que son también literarios.




Esther Peñas



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