'El
ciervo aplaudido'
o el desesperado verso de Panero
Hay un azar en cada vientre y niebla en los
títulos de crédito. Nunca se entiende nada del todo, ocurre siempre. Se escribe
para contarse a otro desde el silencio, para comprobar que se existe en ciertos
momentos, se escribe por no ahogarnos en un trago de arena que seque los
labios.
Para esto
se escribe, para confirmar que el corazón astillado tuvo forma de astro y
movimiento en órbita escrita al trazo, con vuelo falciforme. Se escribe por
esto.
Para que otro nos
llegue por entre los espacios y se nos quede dentro, tendiendo una palabra
infinita de su rastro a nuestro abrazo. Para que exista el abrazo, se escribe.
Para que el amado no olvide cuánto y cómo lo hemos amado. Para no olvidar que
también fuimos amados. Para contemplar de nuevo aquello que nos conmueve, para
restaurar lo que se pierde y nos hace viejos, para rescatar el contorno de un
camino que nos lleve al otro lado.
Para preservar lo dado.
Para que sea posible el milagro de dar lo que no se tiene a quien no es.
Se escribe porque no se
crece aunque lo parezca.
Para no mirar las
paredes cuando se está solo se escribe.
Para habitarnos, para
entregarnos al verbo y que nos fecunde, para quedar embarazados del pronombre
que se convoca. Aunque él no nos convoque.
Para morir un poco
menos o morir menos tiempo.
Algo así sucede.
Por eso se escribe,
para creer que somos lo que sospechamos que somos y no nos atrevemos a creer.
Para comulgar el pan del perdón hecho estigma, para que sane la herida que no
sanará, para que las lágrimas corran la tinta de lo escrito e interrumpan el
discurso.
Y a veces se escribe
porque se está muriendo y se acepta, se desea casi, sin ser terrible, se
convoca la muerte a cada verso y se es consciente de lo que se pide.
También por esto se
escribe.
Nada menos.
Así ‘El ciervo aplaudido’
de Leopoldo María Panero (El ángel caído, no puede haber una editorial más al
caso). “El poema es un lago/ en donde acaba el ciervo/ aplaudido sólo por la
página/ por la página en silencio donde muere el ciervo”. Un poemario escrito desde la muerte en falso
de un poeta. “La vida es sólo el vuelo de un insecto/ sobre la página que no
existe”. Un poemario descentrado del canon que pide muerte. Como casi todos los
versos de Panero. También se escribe para eso, ya lo dijimos.
Un poemario acompañado de
fotografías que nos dan testimonio de un hombre que jugaba a estar vivo y se
burlaba de la muerte. Un poemario breve como el suspiro que determinada la
suerte de uno: “Nadie recordará mañana que existo”. Se escribe para comprobar
que se existe, también se dijo.
Hay algo terrorífico al
leer a Panero. Leer a Panero es leer a un hombre que nada teme porque todo lo
ha perdido salvo la palabra, un hombre que todos hemos sido, somos o seremos en
algún momento. Esa es su advertencia. La advertencia del ejemplo. Del otro.
“La
blasfemia de haber nacido/ en la playa en donde brilla la muerte/ como un perro
callejero/ como la nada que cae sobre mi alma/ y que escupe sobre la vida/ y
sobre mi nombre”.
No hay luz en la poesía
de Panero, todo es sombra, reflejo pálido, bruma incierta, paso descompasado,
latido desacorde. Pero también se escribe por eso, para que se interrumpa el
discurso. Se dijo.
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