Miguel
Albero, escritor
Al
que roba el contenido porque plagia
habría que condenarlo a publicar lo suyo.
habría que condenarlo a publicar lo suyo.
Con
ese humor que gasta, espolvoreado en la argamasa del texto, con la excelencia
con la que argumenta e ilustra, y con esa prosa que cabalga sobre el asunto,
Miguel Albero (Madrid, 1967) nos regala un texto inquietante por el título:
‘Roba este libro’ (Abada editores), en el que analiza el robo (expolio, hurto,
sustracción o saqueo) de libros. Rigor e ingenio prevalecen.
Bibliouñilargo, bibliochuzo,
bibliogarrapata, biblifaquines, bibliosandimas… ¿Por cuál de los términos que
designan al ladrón de libros siente querencia?
Bibliopirata,
que se acuña para Bartolomé José Gallardo, es un buen término. Pero todo
depende de lo que nos afecte el robo, si es uno niño que roba un libro y se
arrepiente, bibliosandimas está bien, porque es el ladrón bueno. Si es De Caro
que saquea la biblioteca Girolamini, mejor bibliogestas, que es el ladrón malo.
Malo malísimo. Aunque bibliogarrapata suena bien.
Confiesa que ha ‘robado’ el título. ¿En
qué casos, de haberlos, se justifica el robo?
Pues
el único que se justifica es ese robo que no lo es, como el del título, porque
yo mismo lo anuncio. La cultura occidental, como nos recuerda Steiner, es
libresca y autorreferencial, aunque está dejando de serlo. Mientras se cite, no
es robo. Pero eso es cuando robamos el contenido que no es en puridad robo,
cuando robamos el continente no hay justificación, aunque sí motivos. Los
ladrones bibliófilos como Libri o De Caro se justifican diciendo que los libros están mejor protegidos con
ellos, que el propietario no los cuida, el mismo argumento que usaba Erick el
belga para saquear nuestras iglesias. O los ingleses para llevarse medio
Partenón.
¿El mejor castigo para quien roba un libro
sería hacerle leer uno infame, por ejemplo ‘El Código da Vinci’?
No, yo
creo que sería un error, igual se aficiona y alimenta la industria del bestia seller. Hay un juez italiano que
condenó a leer cuatro libros a un chico que había robado unos cuantos. Dos
tenía que elegirlos él y dos se los dio de lectura obligada, porque le habían
gustado al juez, para que valorara los libros, aunque igual al hacerlo se
aficionaba a robar más. Pero para ‘El Código Da Vinci’, mejor la película, que
es también mala pero al menos no gasta papel. Es como cuando a Rulfo le
interpelaban por su pasado comunista y le preguntaron a bocajarro si había
leído ‘El Capital’. No, pero vi la película, contestó tan fresco. Pues eso.
Así como la Universidad de Valencia exigió
el ‘destierro’ de la alumna que robó un libro, a aquellos escritores que roban contenidos,
¿se les debería prohibir volver a publicar?
Prohibir
no ayuda mucho, más bien genera interés, como cuando la Inquisición publicaba
su lista de libros prohibidos, daban ganas de salir corriendo a
comprarlos. Por eso, al que roba el
contenido porque plagia y no porque hace metaliteratura, mejor condenarlo a
publicar lo suyo, y no lo de otros, igual ésa es ya suficiente condena. Que lo
lean sus hijos, que sus nietos tengan que escuchar comentarios hirientes en el
colegio.
Teniendo en cuenta, como apunta, que la
buena prensa de los robos de libros “es inversamente proporcional a la cercanía
de esos libros con los tuyos”, este tipo de robos no deja de tener un sesgo
casi romántico, como si se justificase ciertos robos frente a otros… Perdonamos
(y hasta entendemos) a quien roba libros, no a quien desfalca fondos públicos.
¿El delito es el mismo?
Lo
notable es que celebramos el robo de libros con el argumento de que así se
promueve la cultura, pero nadie dice lo mismo si se roba un Bacon, ni nadie justifica
al que se va sin pagar de un cien estrellas Michelin con el argumento de que
así se promueve la alta gastronomía. Y el que roba el libro igual no lo lee,
pero el que hace un simpa en el
restaurante sí ha disfrutado de ese elemento de la cultura, es más, está en pleno proceso de digestión. Pero no
es equiparable a desfalcar fondos públicos, salvo que robes en una biblioteca
pública, entonces es igual, porque el libro se lo robas a todos los posibles
usuarios.
¿Cómo detectar a quien no nos devolverá
jamás un libro?
Mirándote
al espejo.
Si Bolaño le hubiese pedido prestado un
libro, sabiendo que no iba a regresar jamás a su biblioteca, ¿hubiera accedido?
¿Por qué en ocasiones, sabiendo que perderemos un libro somos incapaces de no
prestarlo?
Lo
mejor es comprarlo y regalarlo porque así ayudas al autor que te gusta, el
prestatario se queda contento y tú también. Si le prestas el libro a un amigo,
puedes perder el libro y el amigo por el mismo precio. Parafraseando a
Monterroso, bibliófilo no prestes tu libro, regálalo tú mismo. La no devolución
no es en puridad robo, sino apropiación indebida, pero sus consecuencias son a
veces peores, por eso los llamo ‘la innoble raza de los prestatarios’. Bolaño,
por cierto, es de los escritores que confiesa haber robado libros, pero siempre
se confiesa en pasado remoto, como si fuera un elemento necesario en su
desarrollo como escritor.
De la tipología de cacos de libros (los
que no pueden evitarlo, los que persiguen un uso personal, los que trataran de
sacar provecho, los que delinquen por enfado y los que roban casualmente), ¿a
cuál entiende más y por qué?
El que
roba por el contenido y no por el continente es el más noble, quiere leer,
aunque te diré que son los menos. El menos simpático es el que roba para vender,
ése tiene poca gracia. Pero entender entiendo a todos, empezando por el
bibliófilo, que roba por amor al continente, o el bibliocleotómano de verdad,
el que no puede evitarlo, el que no puede dejar de robar. Hay casos geniales
como el de Blumberg, el mayor ladrón de libros de Historia, todo un personaje.
Justificar no, pero está claro que es un mundo de personajes fascinantes, desde
los escritores ladrones como Genet, a los bien trajeados como Smiley, el gran
ladrón de Mapas, por no hablar del Conde Libri, el patrón del robo de libros,
un tipo que merece una novela.
¿Se puede uno saquear a sí mismo?
Bueno,
yo he robado un capítulo de mi propio libro para hacer éste, luego sí se
puede. Pero da poca emoción, prueba a
mangarte un libro de tu estantería, no descargarás mucha adrenalina. Pero si te
lo roba un amigo igual deja de serlo. Eso sí, si vienen los cacos estás a
salvo, se llevarán el plasma pero no las primeras ediciones. Robarse a sí mismo
genera, en efecto, pocas emociones, si te autolesionas y eres masoquista igual
disfrutas, pero si te robas un libro no, ahí tendrías que ir a la
biblioclastia, quema un libro tuyo que valores y ahí sí que sufrirás. Y si te
pone, puedes seguir, salvo que prives a la Humanidad de ejemplares únicos. En
ese caso, háztelo ver.
¿Qué libros conviene robar, si es que
conviene hacerlo en algún caso?
En el
libro no pretendo dar pistas sobre cómo robar o qué libros robar, ni tampoco
incitar al personal, sino más bien describir este mundo fascinante de ladrones.
Por eso el único consejo es que no robes los míos. Los de mi propiedad, quiero
decir, los de mi autoría puedes robarlos e incluso leerlos, pero si los compras
casi mejor.
Si ese alunizaje del que nos da cuenta
hubiera sido real, un alunizaje para hacerse con un botín de libros,
¿estaríamos en un país más avanzado?
No,
alunizajes los mínimos, aunque sea una palabra preciosa, como elevalunas
eléctrico. Bastante tienen ya los pobres libreros como para que, además de
robarles el género, les jodamos la librería. No estaremos en un país más
avanzado si se roban más libros, solo si se leen. Y la mayoría de los que roban
no roban para leer, pese a que Eiunaudi, que vivía de la venta de libros, decía
que un libro robado es un libro leído. Más bien un libro
comprado es un libro leído, hay más posibilidades de que el que lo compre lo
lea.
¿Miguel Albero ha robado algún libro?
No
conozco al personaje y desde luego no me despierta mayor interés, pero para mí
que tiene cara de no haber roto nunca un plato; de robar, ni hablemos.
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