Julio Monteverde, poeta
Siempre he tenido la
impresión de que algunas piedras nos miran al pasar.
Estoy solo y no hay nadie en
el espejo, anunció Borges. Acaso porque el espejo despista, concentra la
atención en lo conocido, nos devuelve lo que la memoria recuerda desde la
niebla de su mirada. Pero el espejo es un tránsito al otro lado, al matiz, a lo
que subyace y no es aparente. El espejo nos habla de un otro no siempre
visible, pero que está. Basta atravesar ‘El pasillo de espejos’ (Ártese quien
pueda ediciones) convocado por Julio Monteverde para darse cuenta de ello.
Hay
unos versos de la mejicana Rosario Castellanos que dicen: “escribo porque, de
adolescente, me incliné ante un espejo y no había nadie”. ¿Se reconoce Julio
Monteverde en ese juego especular cuando atraviesa este pasillo?
Sí, definitivamente. Este
libro nace de una experiencia real muy concreta. Un día atravesé un pasillo que
estaba completamente cubierto de espejos. Y estaba tan maravillado que solo al
salir me di cuenta de que no recordaba haber visto mi imagen reflejada. ¿Qué
tipo de espejos eran esos? ¿Qué era lo que habían reflejado? ¿Y qué había visto
yo? Estas preguntas, que no se despegaron de mí durante los días posteriores,
fueron las que me impulsaron a escribir este libro.
El
reflejo del espejo, ¿distorsiona, sublima o ajusta?
El peligro que tienen los
espejos es que, a veces, no nos dejan ver más que nuestra propia imagen,
aquello que ya nos sabemos de memoria y que, con frecuencia, tomamos por
nuestra única manera de estar en el mundo. Por eso, en este libro he intentado hablar
de aquellos espejos en los que se puede encontrar otra cosa, y en los que uno
puede mirarse cuanto quiera y reconocerse sin tener que ser molestado por su imagen.
¿Cuál
sería la sílaba que quedaría de tu nombre después de que un martillo lo
golpease?
Una afilada y cortante, que
solo se pudiera gritar, supongo…
A
un martillo que golpea, ¿lo conduce el corazón, la rabia, la esperanza?
El martillo que golpea es un punto
intermedio entre la desesperación y la utopía. Es una señal de partida. Y después
de él nada puede volver a ocurrir del mismo modo.
“En la mañana, la oscuridad deja sus párpados abiertos para la llegada de pájaros”. ¿Qué le sucede al hombre que no mira el mundo desde el misterio?
Para mí el misterio es una
corriente que nos empuja una y otra vez al borde del abismo que se abre en el
centro de nuestra vida. Por eso hay que aceptarlo, unirse a él. Pero el
misterio no es suficiente.
Aunque
el sueño “sea ese sobre lacrado que tememos abrir”, ¿de qué modo se vive en él,
en el sueño? ¿Es tan real lo vivido en el sueño como en la vigilia?
El sueño es realidad. Sólo
recurriendo a la violencia se puede defender que el sueño no forma parte de lo
real. Posee su ámbito, su dominio propio, pero su existencia es claramente más
determinante que gran parte de las grotescas acciones que todos nos vemos
obligados a llevar a cabo todos y cada uno de los días de nuestra vida.
Que
“la noche exista a todas horas”, ¿qué nos recuerda?
Que, en definitiva, todo es
uno. Y que debido a ello no sirve de nada huir de ella, porque también está
dentro de nosotros.
¿De
qué depende que “las tinieblas estén de nuestra parte”?
Hay días en los que uno
desearía poder cubrirse con un manto e internarse sin más en las tinieblas. Para
mí, eso es lo que se entiende comúnmente como “un buen principio”. A partir de
ahí todo puede suceder.
“Bajo
la piedra hay un párpado abierto”…. ¿que solo adquiere identidad con el reflejo
del hallazgo?
Siempre he tenido la impresión
de que algunas piedras nos miran al pasar, y de que, en la mayoría de los casos,
lo hacen con un sopor inmenso, porque no les queda otro remedio.
Hay
corazones que atraviesan calles; senderos que atraviesan presencias; noches
atravesadas por la luz del remordimiento; estremecimiento que atraviesa el pensamiento;
relámpagos que atraviesan las estancias
y el sueño de los perros; corrientes marinas que atraviesan el tiempo… El verbo
‘atravesar’ atraviesa este pasillo, sirve de vaso comunicante entre un lado y
otro de los espejos…
Escuchándote me doy cuenta del
profundo placer que experimento ante la idea de “travesar”. Entiendo que se
debe a que implica algo más que un contacto superficial o epidérmico. Lo uno
penetra en lo otro, lo traspasa… hay ahí algo muy bello que al parecer me gusta
repetir una y otra vez…
“El
sentido se mantiene prendido de los
itinerarios. Con su hilo traza la costura de lo visible”. El sentido ¿no es un
haz de analogías que provoca, siquiera un instante, el fulgor de lo completo,
de lo que sí, de lo que todo?
Sin duda tienes razón, pero el
sentido no es solo una cualidad exterior de los fenómenos. El sentido es dar
sentido, buscarlo, encontrarlo y cumplirlo.
¿Cuán
alto ha de ser el sueño que buscamos?
Tan alto como nos lo exija nuestra
necesidad de amar.
¿Hasta
cuándo esperar “lo que nunca llega”?
Lo que nunca llega llegará, sólo
que ahora sabemos que no lo hará por sí solo. Habrá que empujarlo, obligarlo a
llegar hasta nosotros. Con todo, no me cabe la más mínima duda de que algún día
nos miraremos con asombro y diremos: “¿Ves?, no era tan imposible, está pasando”.
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