Graphiclassic publica un segundo
volumen dedicado al escritor francés Jules Vernes observado desde los
cuatro elementos
Nadie como él para ensanchar la
imaginación del lector. Su estilo preciso, casi exacto, ágil; sus atmósferas
trazadas con la exquisitez de lo sencillo; las tramas, urdimbres a las que
resulta imposible no entregarse en un disfrute intenso; los personajes
diligentes, entrevistos, comedidos. Todo ello construye una catedral literaria,
inagotable e inalterable a la que volver tantas veces se desee porque, tantas
veces como uno se aproxime a ella, recibirá la ungida lectura que reconforta.
Hablamos de Julio Verne (Nantes, 1828–Amiens, 1905).
Es imposible no asomarse
siquiera a cualquiera de sus Viajes extraordinarios y no quedarse prendado. ‘Cinco
semanas en globo’, ‘Viaje al centro de la Tierra’, ‘Los hijos del capitán Grant’,
‘Veinte mil leguas de viaje submarino’, ‘La vuelta al mundo en 80 días’, ‘Miguel
Strogoff’… Los entusiastas del francés se extienden por todos los continentes;
de hecho, es el autor más traducido del mundo después de Agatha Christie.
Graphiclassic publicó hace
tiempo un volumen dedicado al escritor, en el que se analizaba las
características más sobresalientes de su obra. Ahora acaba de publicar una
segunda entrega en la que pormenoriza sobre aspectos menos transitados.
Dividido en cuatro partes, correspondientes a los cuatro elementos, las casi
trescientas páginas a color que componen este segundo tomo, ‘Jules Verne’,
contienen una nómina de nombres más que suculenta: Fernando Aramburu,
Constantino Bértolo, José Jiménez Lozano, Guadalupe Arbona, Natalia Carrero,
Fernando Savater… a los que acompañan ilustradores que reflejan su particular
enfoque de los textos de Verne: Ana Juan, Ulises Culebro, Federico del Barrio…
Para Pilar Pedraza (que también
participó en la primera entrega), “la imaginación de Verne era prodigiosa en
cuanto a situar sus narraciones en contextos diversos, para lo que se
documentaba abundantemente aparte de crear mundos verosímiles, y estaba al día
de la tecnología de su época, tanto como para montar un artefacto fantástico
como el de ‘El castillo de los Cárpatos”. Sobre este texto trata el espléndido
artículo de Pedraza, en el que transita por los vínculos entre la obra de Verne
y otras como ‘Consuelo’, de Sand, ‘La Eva futura’, ‘Orlando’ o ‘El hombre de
arena’ y reflexiona sobre lo racional, lo fantástico y lo tecnológico de la
novela publicada entre enero de 1892 y diciembre del mismo año, y como un solo
volumen en octubre, con ilustraciones en color de Léon Benett.
“Me interesa Verne por su
calidad como narrador, por la sencillez y riqueza de sus tramas y por la
transparencia de su estilo, que le ha hecho asequible a los niños y los
adolescentes de todas las épocas”, puntualiza Pedraza, para quien “su obra
nació fresca y no ha envejecido con el tiempo gracias a su falta de rémoras
retóricas, a su lealtad con el lector y a la bondad de los valores con los que
se mueve”.
UN
VERNE MÁS REBELDE
Uno de los artículos más
interesantes es el que firma Inés Mendoza, ‘Verne simbolista’, que nos descubre
un escritor no tan políticamente correcto como pudiera parecer a primera vista.
En cuanto a la ‘poética de la rebeldía’, Mendoza explica que “por lo que he
leído sobre el asunto, nada confirma que Verne profesara el anarquismo, no
existen unas “pruebas concluyentes” que nos aseguren que en su vida práctica
cuestionara la sociedad burguesa y la ideología capitalista. Pero su obra es
ambigua, como mínimo, en este sentido. Por otro lado, yo soy una escritora
apasionada por Verne, no una especialista. Sin embargo, juraría que cualquier
lector crítico puede comprobar que en bastantes libros del autor hay indicios
que apuntan hacia una profunda rebeldía política. En mi artículo menciono
algunos. ¿Que en los ‘Viajes extraordinarios’ hay rastros de convicciones
contradictorias? Lógico. ¿Y quién de nosotros no es un sujeto dividido? Una
cosa es que la postura política de ciertos escritores provenga de la mala fe,
el infantilismo o la complicidad con los poderosos, y otra muy distinta que un
escritor que se preocupa por la sociedad deje evidencias de su complejidad
humana. No es lo mismo, y seguro que todo buen lector sabe distinguir una cosa
de la otra”.
De entre los personajes
alumbrados por Verne, Mendoza siente querencia por Nemo. “Para empezar, Nemo es
un romántico, un héroe prometeico que asalta varios cielos. Y para mí el
romanticismo es algo así como una religión. Reconozco que me atraen todos los
personajes vengativos, pero digan lo que digan las almas bellas, la venganza de
Nemo no deja de ser un canto al amor, una elegía terrible que se aleja de toda
convención sensiblera y se resiste a ser domesticada. ¿Es casual que en muchas
películas donde aparece este personaje no se mencione el asesinato –político-
de su esposa y su familia? Yo lo dudo. Además, Nemo es un dandy y un lector
furibundo. Y siempre me ha conmovido su espíritu libertario: es rebelde,
generoso (ayuda a los náufragos de La isla misteriosa), a veces habla como un
miembro más de su tripulación, desprecia el dinero, rehúye la publicidad,
respeta a las culturas “primitivas”, apoya la causa de los oprimidos, etc. Han
corrido ríos de tinta sobre la misantropía del capitán del Nautilus, pero para mí ese rasgo sugiere que Verne deseaba el bien,
sin hipocresías. Valora más la humanidad quien la desea libre que quien
justifica o niega sus (nuestras) vergüenzas. En suma, me gusta Nemo porque lo
veo como un romántico auténtico, entendiendo esta autenticidad en el sentido
existencialista”.
En su conjunto, este segundo
volumen que dedica Graphiclassic a la obra de Verne ahonda en aspectos a veces
periféricos respecto de la enjundia de su obra, que no hacen sino alumbrar la
enorme proyección y la incesante posibilidad de lecturas sobre sus textos.
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