Victoria Cirlot, catedrática
de Filología románica en la Universidad de Pompeu Fabra
El espacio interior es un
lugar de conflicto en muchas ocasiones
Cada propuesta de Victoria Cirlot (Barcelona, 1955) es un acontecimiento (íntimo, pero también compartido). En todo el esplendor del concepto. Acaba de coordinar, junto a Blanca Garí, ‘El monasterio interior’ (Fragmenta editorial), un ramillete de reflexiones sobre ese territorio de crecimiento propio, de indagación espiritual, sobre el vínculo entre persona y lugar. Entre persona y zona común. Desde los mandalas, pasando por iconos de la arquitectura casi mística, el símbolo de la cabaña, a los diagramas, el recorrido del texto nos propone distintos altos desde donde contemplar (nos).
¿Hay
características comunes para ese “lugar que no es el lugar”?
“El lugar que no es lugar”
tiene sus características propias. Pero comencemos por esta paradoja
agustiniana: por ‘lugar’ entendemos siempre algo físico, material; pero nos
estamos refiriendo a algo que no es ni físico ni material. Y, sin embargo,
cuando nos preguntamos por todo eso que está sucediendo, necesitamos colocarlo
en un lugar, un dónde. Estoy hablando de la interioridad, de un lugar interior.
De ahí el título del libro: monasterio interior, contrastando fuertemente el
sustantivo que alude a una arquitectura, y por tanto, física y material, y el
adjetivo, que fundamentalmente nos remite a lo que es invisible. Diría que la
característica fundamental de ese “lugar que no es lugar” es que está cerrado,
cerrado por un círculo, por un cuadrado.
¿Puede
compartirse el territorio interior?
Sí se puede compartir: con el
terapeuta en nuestros días, con el amado o la amada, con el amigo…
¿Cómo
reconocer que el espacio que habitamos es el mejor de los espacios interiores
posibles?
Puede ser el mejor o el peor.
Depende de nuestra situación. El espacio interior es un lugar de conflicto en
muchas ocasiones. No por azar la Psicomaquia
de un Prudencio es un testimonio inmejorable de esa apertura a la interioridad
que se manifiesta como una lucha entre vicios y virtudes.
Hoy
en día, en medio de estas sociedades capitalistas, postmodernas y aceleradas en
que vivimos, ¿es posible encontrar
correspondencias exteriores de nuestro mundo interior?
A pesar de todo siguen existiendo
en nuestro mundo obras de arte extraordinarias, arquitecturas maravillosas, en
las que podemos ver fuera esa construcción que edificamos en nuestro interior.
“La
cabaña es el refugio necesario para realizar aquello a lo que uno está
llamado”. La cuestión es ¿cómo reconocer esa vocación?
Más que de reconocer, de lo
que se trata es de oír. Vocación viene de vocare,
llamar. Hay que oír la llamada, para lo cual se requiere el silencio. Por eso,
para tomar grandes decisiones es necesario retirarse a los lugares en los que
se pueda oír. Estoy repitiendo casi literalmente a Cristina Campo (“Il flauto e
il tappeto” (1971), en Gli imperdonabili,
Adephi, Milán 1987) a quien por desgracia todavía no podemos leer en
castellano.
¿Cómo
se llega a ese lugar en el que dentro y afuera son dos momentos de la misma
cosa?
Se dan casos. Me viene a la
mente ahora el maravilloso y fantástico Palais Idéal del Facteur Cheval: una
construcción realizada a principios de siglo por alguien que era un cartero y
carecía de toda técnica para construir un edificio. Todavía hoy se puede
visitar y resulta conmovedor ver cómo aquel hombre necesitó construir fuera su
propio edificio interior.
¿En
qué modo “la intimidad es redonda”?
La frase es de Bachelard y fue
productivamente retomada por Peter Sloterdijk en Esferas. Es redonda porque en el lugar interior todo recae sobre
nosotros mismos, es la capacidad “autoplástica” del ser humano. Y no hay mejor
manera de imaginar ese lugar interior que lo redondo, la esfera, la cueva…
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