Pablo Rojas, crítico literario y profesor
Hemos heredado del Dadá ese cierto espíritu de
rebelión,
de encaminarse hacia lo aciago.
Simplificando hasta el esqueleto, el dadaísmo es
un movimiento artístico alumbrado en 1916 en el ‘Cabaret Voltaire’, que abrió
sus hendiduras (llámense puertas) en Zúrich. Como padre, Hugo Ball; como
sacerdotes, Tristan Tzara y Picabia. Embistió la razón positivista. Duchamp,
Mina Loy, Apollinaire y otros son nombres asociados a esta escuela pero ¿qué
hay de esta irreverencia artística, anímica, en nuestro país? El experto Pablo
Rojas, gran conocedor de uno de los auténticos dadístas bizarros, Guillermo de
la Torre, acaba de publicar ‘Poetas de las nada. Huellas del Dadá en España’ (Renacimiento).
¿Cómo es un
poeta de la nada?
Alguien que no
se toma en serio a sí mismo y que busca un arte intrascendente. Los dadaístas
se definieron en alguna ocasión en esos términos. Lo suyo era la provocación,
la quiebra de lo establecido, la superación de los límites de la realidad zambulléndose
para ello en el caos del azar.
¿Qué es lo
auténticamente genuino del Dadá que lo diferencia de otras vanguardias como el
surrealismo, el postismo, el ultraísmo..?
Un espíritu de
experimentación radical, que empieza por criticarse a sí mismo. El dadaísmo fue
anterior a todos los movimientos citados. En una frase afortunada de
Ribemont-Dessaignes, que gustaba citar Guillermo de Torre, el francés
estableció que “de una costilla de dadá nació el surrealismo”. Muchos
surrealistas, el mismo André Breton, militaron inicialmente en el dadaísmo para
buscar posteriormente un camino que en esencia no estaba muy alejado del
espíritu liberador de dadá. El ultraísmo español fue, en realidad, un guiso de
ismos: futurismo, creacionismo, dadaísmo, algunos gramos de expresionismo, todo
ello salpimentado por algunas greguerías inventadas por otro innovador
esencial: Ramón Gómez de la Serna. En el caso del postismo podemos decir que se
trata de un surrealismo evolucionado y por tanto portador en cierta medida del
adn dadaísta.
¿Resulta
extraño que un movimiento tan rupturista comenzase en un país tan anodino como
Suiza?
Fue algo casual y que tuvo mucho que ver con el
conflicto bélico de la Primera Guerra Mundial. Algunos intelectuales se
instalaron allí huyendo del estruendo de las bombas. Al alemán Hugo Ball se le
ocurre abrir un local, el ‘Cabaret Voltaire’, que rápidamente convierte en un
foco cultural: realiza exposiciones de arte, organiza veladas literarias, monta
representaciones teatrales y funda una revista en la que por primera vez se
pronuncia la palabra “dadá”. Casualmente también por Suiza anda un joven estudiante
de arte, el rumano Tristan Tzara, que rápidamente se involucra en las
actividades de Ball para convertirse con sus textos teóricos y literarios en
piedra angular del movimiento.
¿Por qué no
terminó de cuajar en España? ¿Por qué despertó tan poco entusiasmo en estas
tierras?
Simplificando
las cosas podemos decir que el vanguardismo surgido en Europa desde comienzos
del siglo XX (futurismo, dadaísmo, expresionismo, etc.) fue visto con malos
ojos en España tanto por los sectores más conservadores como por los
progresistas. Para los primeros todo aquello que se desviara de la tradición
constituía un ultraje a los inveterados valores patrios. Para los segundos, las
asonadas literarias y artísticas de comienzos de siglo eran cosa de señoritos
desclasados que en nada ayudaban a los más desfavorecidos. Fueron, de este
modo, algunos “iluminados” (miembros todos ellos de una clase media de corte
liberal) los que apostaron por tratar de aclimatar las nuevas corrientes
expresivas en nuestro suelo. Hablamos de personajes como Ramón Gómez de la
Serna, Rafael Cansinos Assens o el jovenzuelo Guillermo de Torre.
¿El Café Pombo
fue lo más parecido al Cabaret Voltaire?
Entre ambos se
dan ciertas concomitancias. Fueron, en cierta medida, focos de irradiación
cultural surgidos desde el ámbito privado. La botillería de Pombo era visita
obligada de todos los artistas o escritores que andaban de paso por Madrid.
Gómez de la Serna organizaba, además, todo tipo de actividades, con su
característico sello iconoclasta. También es verdad que toda la actividad de
Pombo gravitaba en torno a la figura de su maestro de ceremonias. El Cabaret
Voltaire, en este sentido, fue quizá más coral.
¿Podría
hablarse de dos escuelas, la de Picabia y la de Tzara?
Hablar de
escuelas en el dadaísmo no es acertado. El dadaísmo fue, ante todo, un
movimiento libre en el que cada uno de sus miembros fue aportando todo aquello
que estimaba oportuno, siempre, eso sí, dentro de unos patrones innovadores.
Picabia, cuando se incorpora al dadaísmo, ya tiene un importante pasado como
pintor. Ha nacido en los brazos del impresionismo y se ha curtido con el
maquinismo futurista. Todo ese bagaje acumulado desagua posteriormente en el
dadaísmo. También Tzara tiene un pasado tradicionalista en Rumanía pero pronto
se siente tentado por la subversión que viene a proclamar dadá. Los dos desde
luego ocuparán papeles protagónicos en la función dadaísta.
Dentro de la
poesía dadaísta en castellano, entre la que destaca, por su entrega, Guillermo
de Torre, ¿encontramos idiosincrasias patrias?
La poesía
española que se acerca a dadá es muy mimética. Bebe sobre todo de las fuentes
francesas, no en vano algunos poemas dadaístas escritos por Rafael Lasso de la
Vega usan el idioma del país vecino como cauce expresivo. Lasso se inspira en
algunas antologías dadá que él mismo se encarga de difundir por España. El
mismo Torre en compañía de Jorge Luis Borges envían a Picabia un poema
colectivo escrito en buena parte en francés. Por otro lado, el dadaísmo
químicamente puro casi no existió en España. En nuestro movimiento autóctono,
el ultraísmo, caben huellas de movimientos muy diversos. Los mismos poemas
dadaístas que Torre envía a Tzara o a Picabia para que fueran publicados en sus
revistas están más próximos a la modernolatría futurista que a las consignas
dadaístas.
¿Cuántos
autores han quedado fuera de la antología?
Dado que el
dadaísmo se imbrica dentro del ultraísmo, son numerosos los autores que se
enrolan en el ultra en los que es posible hallar chispazos dadaístas. Cualquier
lector curioso que pasee sus ojos por revistas como ‘Vltra’ o ‘Grecia’ (hoy en
día a un clic de ratón ya que están
disponibles en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional) comprobará tal
contaminación. Otra cosa es considerar que todo el poema se atiene a los
cánones del movimiento surgido en el Cabaret Voltaire. Por esta razón, al
seleccionar los poemas he sido restrictivo. He incluido autores y poemas que en
su conjunto podrían catalogarse como dadaístas, sobre todo por estar presididos
por cierto espíritu caótico. Mi intención principal consiste en documentar que
el dadaísmo, siquiera de forma coyuntural, se paseó por España, no sólo en
revistas minoritarias sino también en la prensa generalista, que se hizo eco de
su singladura.
¿Qué queda de
la herencia del Dadá hoy en día?
Cierto espíritu
de rebelión, de ir contra lo establecido, de quebrar las normas, de encaminarse
hacia lo aciago. El dadaísmo, no lo olvidemos, fue obra de señores de clase
media, perfectamente asentados en la sociedad, incluso residentes en lujosas
mansiones parisinas. Una especie de grito anarquista proferido por
aristócratas. Todo un puro sinsentido.
¿Qué ha sido lo
mejor de esta antología?
El libro nace con motivo de la celebración en
2016 del centenario del dadaísmo. Me llamaba la atención que la efeméride,
tremendamente celebrada en Suiza, pasara inadvertida por España, en donde
también prendió su llama. Al asunto apenas se han dedicado un par de trabajos
debidos al profesor de la UCLM, José Antonio Sarmiento. Mi intención era
justamente documentar su irradiación en nuestro suelo y contribuir a que
futuros investigadores profundicen en el asunto.
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