jueves, 12 de octubre de 2017

ENTREVISTA A PABLO ROJAS: DADAÍSMO Y POESÍA



Pablo Rojas, crítico literario y profesor


Hemos heredado del Dadá ese cierto espíritu de rebelión, 
de encaminarse hacia lo aciago.


Simplificando hasta el esqueleto, el dadaísmo es un movimiento artístico alumbrado en 1916 en el ‘Cabaret Voltaire’, que abrió sus hendiduras (llámense puertas) en Zúrich. Como padre, Hugo Ball; como sacerdotes, Tristan Tzara y Picabia. Embistió la razón positivista. Duchamp, Mina Loy, Apollinaire y otros son nombres asociados a esta escuela pero ¿qué hay de esta irreverencia artística, anímica, en nuestro país? El experto Pablo Rojas, gran conocedor de uno de los auténticos dadístas bizarros, Guillermo de la Torre, acaba de publicar ‘Poetas de las nada. Huellas del Dadá en España’ (Renacimiento).



¿Cómo es un poeta de la nada?

Alguien que no se toma en serio a sí mismo y que busca un arte intrascendente. Los dadaístas se definieron en alguna ocasión en esos términos. Lo suyo era la provocación, la quiebra de lo establecido, la superación de los límites de la realidad zambulléndose para ello en el caos del azar.

¿Qué es lo auténticamente genuino del Dadá que lo diferencia de otras vanguardias como el surrealismo, el postismo, el ultraísmo..?

Un espíritu de experimentación radical, que empieza por criticarse a sí mismo. El dadaísmo fue anterior a todos los movimientos citados. En una frase afortunada de Ribemont-Dessaignes, que gustaba citar Guillermo de Torre, el francés estableció que “de una costilla de dadá nació el surrealismo”. Muchos surrealistas, el mismo André Breton, militaron inicialmente en el dadaísmo para buscar posteriormente un camino que en esencia no estaba muy alejado del espíritu liberador de dadá. El ultraísmo español fue, en realidad, un guiso de ismos: futurismo, creacionismo, dadaísmo, algunos gramos de expresionismo, todo ello salpimentado por algunas greguerías inventadas por otro innovador esencial: Ramón Gómez de la Serna. En el caso del postismo podemos decir que se trata de un surrealismo evolucionado y por tanto portador en cierta medida del adn dadaísta.

¿Resulta extraño que un movimiento tan rupturista comenzase en un país tan anodino como Suiza?

Fue algo casual y que tuvo mucho que ver con el conflicto bélico de la Primera Guerra Mundial. Algunos intelectuales se instalaron allí huyendo del estruendo de las bombas. Al alemán Hugo Ball se le ocurre abrir un local, el ‘Cabaret Voltaire’, que rápidamente convierte en un foco cultural: realiza exposiciones de arte, organiza veladas literarias, monta representaciones teatrales y funda una revista en la que por primera vez se pronuncia la palabra “dadá”. Casualmente también por Suiza anda un joven estudiante de arte, el rumano Tristan Tzara, que rápidamente se involucra en las actividades de Ball para convertirse con sus textos teóricos y literarios en piedra angular del movimiento.

¿Por qué no terminó de cuajar en España? ¿Por qué despertó tan poco entusiasmo en estas tierras?

Simplificando las cosas podemos decir que el vanguardismo surgido en Europa desde comienzos del siglo XX (futurismo, dadaísmo, expresionismo, etc.) fue visto con malos ojos en España tanto por los sectores más conservadores como por los progresistas. Para los primeros todo aquello que se desviara de la tradición constituía un ultraje a los inveterados valores patrios. Para los segundos, las asonadas literarias y artísticas de comienzos de siglo eran cosa de señoritos desclasados que en nada ayudaban a los más desfavorecidos. Fueron, de este modo, algunos “iluminados” (miembros todos ellos de una clase media de corte liberal) los que apostaron por tratar de aclimatar las nuevas corrientes expresivas en nuestro suelo. Hablamos de personajes como Ramón Gómez de la Serna, Rafael Cansinos Assens o el jovenzuelo Guillermo de Torre.

¿El Café Pombo fue lo más parecido al Cabaret Voltaire?

Entre ambos se dan ciertas concomitancias. Fueron, en cierta medida, focos de irradiación cultural surgidos desde el ámbito privado. La botillería de Pombo era visita obligada de todos los artistas o escritores que andaban de paso por Madrid. Gómez de la Serna organizaba, además, todo tipo de actividades, con su característico sello iconoclasta. También es verdad que toda la actividad de Pombo gravitaba en torno a la figura de su maestro de ceremonias. El Cabaret Voltaire, en este sentido, fue quizá más coral.

¿Podría hablarse de dos escuelas, la de Picabia y la de Tzara?

Hablar de escuelas en el dadaísmo no es acertado. El dadaísmo fue, ante todo, un movimiento libre en el que cada uno de sus miembros fue aportando todo aquello que estimaba oportuno, siempre, eso sí, dentro de unos patrones innovadores. Picabia, cuando se incorpora al dadaísmo, ya tiene un importante pasado como pintor. Ha nacido en los brazos del impresionismo y se ha curtido con el maquinismo futurista. Todo ese bagaje acumulado desagua posteriormente en el dadaísmo. También Tzara tiene un pasado tradicionalista en Rumanía pero pronto se siente tentado por la subversión que viene a proclamar dadá. Los dos desde luego ocuparán papeles protagónicos en la función dadaísta.

Dentro de la poesía dadaísta en castellano, entre la que destaca, por su entrega, Guillermo de Torre, ¿encontramos idiosincrasias patrias?

La poesía española que se acerca a dadá es muy mimética. Bebe sobre todo de las fuentes francesas, no en vano algunos poemas dadaístas escritos por Rafael Lasso de la Vega usan el idioma del país vecino como cauce expresivo. Lasso se inspira en algunas antologías dadá que él mismo se encarga de difundir por España. El mismo Torre en compañía de Jorge Luis Borges envían a Picabia un poema colectivo escrito en buena parte en francés. Por otro lado, el dadaísmo químicamente puro casi no existió en España. En nuestro movimiento autóctono, el ultraísmo, caben huellas de movimientos muy diversos. Los mismos poemas dadaístas que Torre envía a Tzara o a Picabia para que fueran publicados en sus revistas están más próximos a la modernolatría futurista que a las consignas dadaístas.

¿Cuántos autores han quedado fuera de la antología?

Dado que el dadaísmo se imbrica dentro del ultraísmo, son numerosos los autores que se enrolan en el ultra en los que es posible hallar chispazos dadaístas. Cualquier lector curioso que pasee sus ojos por revistas como ‘Vltra’ o ‘Grecia’ (hoy en día a un clic de ratón ya que están disponibles en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional) comprobará tal contaminación. Otra cosa es considerar que todo el poema se atiene a los cánones del movimiento surgido en el Cabaret Voltaire. Por esta razón, al seleccionar los poemas he sido restrictivo. He incluido autores y poemas que en su conjunto podrían catalogarse como dadaístas, sobre todo por estar presididos por cierto espíritu caótico. Mi intención principal consiste en documentar que el dadaísmo, siquiera de forma coyuntural, se paseó por España, no sólo en revistas minoritarias sino también en la prensa generalista, que se hizo eco de su singladura. 

¿Qué queda de la herencia del Dadá hoy en día?

Cierto espíritu de rebelión, de ir contra lo establecido, de quebrar las normas, de encaminarse hacia lo aciago. El dadaísmo, no lo olvidemos, fue obra de señores de clase media, perfectamente asentados en la sociedad, incluso residentes en lujosas mansiones parisinas. Una especie de grito anarquista proferido por aristócratas. Todo un puro sinsentido.

¿Qué ha sido lo mejor de esta antología?


El libro nace con motivo de la celebración en 2016 del centenario del dadaísmo. Me llamaba la atención que la efeméride, tremendamente celebrada en Suiza, pasara inadvertida por España, en donde también prendió su llama. Al asunto apenas se han dedicado un par de trabajos debidos al profesor de la UCLM, José Antonio Sarmiento. Mi intención era justamente documentar su irradiación en nuestro suelo y contribuir a que futuros investigadores profundicen en el asunto.


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