Entrevista
a la escritora Sara Mesa
Sara
Mesa (Madrid, 1976) escribe sobre personajes raros, insólitos, inquietantes,
tarados, excéntricos, enfermos, alienados, perturbados. Hay poco espacio entre
ellos y el lector, así que leer a Sara Mesa exige contacto. El contacto con lo
otro, con lo que no solemos mirar, con aquello sobre lo que nos cuesta reparar.
Reparar en ese otro es rendirse cuentas a sí mismo, al fin y cabo. En 2011 publicó
‘Un incendio invisible’, en la Fundación José Manuel Lara, novela que ahora
rescata Anagrama y la devuelve al anaquel de novedades de las librerías.
Espléndido texto este, profundamente anómalo, todo él. Se celebra.
¿Cómo se enfrenta uno a un texto antiguo?
¿Se reconoce en él? ¿Hay nostalgia, vínculo, estupor?
De los
tres términos que planteas, en este caso lo que predomina es el vínculo. Como
explico en una nota inicial, yo nunca releo lo que escribo y hacerlo en este
caso, siete años después, ha sido revelador: había olvidado cuántas cosas había
en ese libro, como semillitas casi imperceptibles, que se desarrollarían más
tarde en mi escritura.
Me quedo en el oxímoron del título. ¿Qué
arrasa el fuego que no se ve?
Lo que
no se ve. O incluso lo que no se quiere ver. Las estructuras invisibles que
sostienen lo visible. Esa idea de combustión interna, ante la que nadie hace
nada, es central en el texto.
¿Qué nos enseñan quienes, como estos
personajes, viven en los márgenes, en la periferia, los que quedan fuera del
foco?
Que
hay otra vida más allá de lo visible y de lo esperado. Siempre me interesan más
este tipo de personajes y de ambientes. Es como cuando ves la guía turística de
una ciudad, que supuestamente te destaca lo más identitario… cuando posiblemente
lo más revelador es justo lo que no aparece en la guía.
¿Hay más autenticidad en estos personajes
anómalos, un tanto tarados, que en los que salen en las revistas del corazón,
en los periódicos, en los compañeros de vagón de metro?
Para
mí sí, teniendo en cuenta que la realidad es tan plural como imprevisible. Tu
pregunta me recuerda un poco lo que decía Mario Levrero cuando le acusaban de
escribir siempre sobre personajes raros que siempre estaban cansados, como
desgastados por la vida. Decía: ¿acaso son más reales los zapatos nuevecitos
que están en un escaparate que los deformados por el uso? Pues eso.
Releyendo ‘Un incendio invisible’, de
personaje de Tejada no dejaba de presentárseme como una alegoría de Europa, tan
indolente, con su negligencia en ristre… ¿Es pertinente esta lectura?
¡Y
tanto! Aunque reconozco que no lo pensé así, de forma tan directa, quiero decir
no refiriéndome a Europa en concreto… pero es un mal muy propio de lo que
estamos viviendo, esta derrota, la sensación de apatía y de cansancio.
Tus historias, esta en concreto, provocan
en el lector la inquietud de las situaciones en las que, pese a que son
irreales, no dejan de tener un sustrato de realidad…
Sí,
por irreales que parezcan o que puedan parecer a primera vista, son situaciones
que podrían suceder, y de ahí quizá
su capacidad para generar inquietud. Como suelo decir, el mundo es un lugar muy
raro si se mira desde ciertos sitios… los sitios desde los que a mí me gusta
mirar, por cierto.
No hay reflexión alguna acerca de la decadencia,
en ese aspecto el narrador, como los personajes, son muy postmodernos. No hay
esperanza para los desarrapados del sistema?
Esperanza
sí hay, aunque quizá no en este libro. No sé, cuando escribo no trato de
representar la realidad ni mucho menos el futuro. Ahora que lo pienso, ‘Un incendio invisible’ es más bien un
aviso. En Vado no hay esperanza, pero ojo, afortunadamente no estamos todavía
en Vado.
Las únicas que ríen son las hermanas de la
Torre Grady, y es una risa que perturba. ¿De qué nos salva el humor?
Las
hermanas –me alegra que te fijes en ellas- y algún otro secundario estrafalario
introducen un elemento de humor absurdo que me parece fundamental para dar
aire. En ‘Cuatro por cuatro’, mi
novela posterior y con la que ésta guarda mucho parentesco, también están esos
rasgos de humor negro. A mí el humor me parece salvífico, es necesario siempre.
A veces me reprocho no ser capaz de llevarlo más a mi escritura, porque en mi
vida diaria es central. Algunos, al conocerme, se sorprenden de lo poco seria
que soy.
Como en tu libro ‘El trepanador de
cerebros’, en este (la residencia, el hotel, el bar) a los lugares por los que
se mueven los personajes (pero también el lector) les falta el aire…
Bueno,
es una constante en lo que escribo, pero te aseguro que no es algo que busque a
prori… Digamos que sale solo… El internado de ‘Cuatro por cuatro’… el no-espacio de lo virtual en ‘Cicatriz’… los espacios rurales en ‘Mala letra’… A mí me interesa el tema de
la falta de libertad y de los monstruos que el encierro genera. Me interesa
particularmente cómo se reparte el poder cuando falta aire. Supongo que de ahí
surgen estos espacios.
Es curioso que, en una época en la que
todo el mundo quiere vivir en las grandes ciudades (los datos hablan de que, en
un futuro, un 70 por ciento de la población mundial vivirá en ellas), tú
describas lo contrario, una ciudad deshabitada, como tratando de mostrar que
por más que se llenen de gente, las ciudades de hoy en día son fantasmas…
Yo me
inspiré en Detroit para escribir este libro. O mejor dicho, el despoblamiento
masivo de Detroit fue el detonante que me llevo a escribir sobre algo que ya
había imaginado, como si la realidad me diese permiso para hacerlo. Pero ten en
cuenta que los que huyen de Vado van a otra ciudad, Cárdenas. Al final hay un
movimiento masivo de personas que huyen y que no es fácil de gestionar… Nos
suena, ¿no?
¿Qué línea nos separa del fracaso?
Depende
de lo tolerante que seamos, o de lo que nos permitamos o no ver. Toda gran
ciudad tiene su extrarradio de pobreza, aquello que no miramos o que miramos
sólo de vez en cuando, con espanto. Pero la desigualdad está en todas, en
Madrid, en Barcelona, en Sevilla, en París, en Londres… por hablar sólo de lo
cercano. ¿Esto es un fracaso? Yo creo que sí, ¿no?
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