“Estar contenido en los demás es
como una historia
que está contenida en una historia mayor”
El desasosiego de lo extraño, de lo desconocido, de
lo que no somos nosotros pero nos contiene, de cuanto acontece y está llamado a
confluir, de alguna manera. ‘Los niños’ (Siruela), de Carolina Sanín (Bogotá, 1973). El lugar que deja de ser físico y se ensancha
hacia lo terrorífico para replegarse después -casi sin interludio- a lo
apacible. La tensión constante de que algo va a ocurrir, y ocurre, mas a ritmo
pausado. ‘Los niños’, (Siruela), de Carolina Sanín, una novela que transita los
límites y propone huecos.
¿Qué cosas nos son intermitentes
en la vida?
Supongo que ese encuentro entre las personas, esa
solidaridad o ilusión de solidaridad y compañía es intermitente, la percepción
de que somos más que uno, de que vivimos con otras personas y en esas personas...
todo eso no es una conciencia constante sino que aparece y desaparece, como ese
estar en unidad con otro o sentir la separación abrupta del mundo. Creo.
La soledad sin paliativos, como
la que gasta Laura Romero, ¿termina matando o sana?
Es una soledad que, en últimas, es la realidad; cada
uno está solo, pero en la medida en que está solo se da cuenta de que también
es los otros y de que tiene a los otros dentro de sí. Entonces la soledad real,
que no es el aislamiento ni la sensación de abandono o desamor, que es la realidad, en la medida que sea consciente
es sanadora de alguna manera.
¿Cuál es la importancia de crear
o transitar mundos imaginarios para sobrellevar el peso de la propia vida?
... uno no vive solamente en lo que a veces creemos
que es la propia vida o realidad, visible y material, sino que siempre estamos
viviendo en distintos mundos, y darse cuenta de eso, más que imaginárselo,
sirve para agrandar la vida. Hay que tomar conciencia de que la vida tiene muchos más o infinitos
territorios, es más ancha y más larga porque está sucediendo en infinitos
mundos, por ejemplo está sucediendo al mismo tiempo en ti y en los demás, y en
los demás tu propia vida sucede de una manera distinta que en ti, es otra
historia, y estar contenido en los demás es como una historia que está
contenida en una historia mayor. A tu pregunta, es lo único que sirve para
sobrellevar la realidad, porque te dice que la realidad no es solo aquello que
parece, sino infinitas realidades, o al menos tantas como personas que te conozcan
o como historias en las que existas o haya versiones de ti.
Laura tiene mucho de niña y Elvis
–o Fidel-, de adulto; sin embargo, parece que nunca se llegaran a completar,
como si existiera entre ambos un cristal que impidiese un contacto real...
¿Sí, verdad? Ambos están aislados y hay una imposibilidad
de comunicarse, a pesar de que ambos son niños (a eso también se refiere el
título). Es que ser niño implica que nadie sabe cuál es la experiencia de un
niño, es algo que tenemos perdido para siempre, porque los niños no pueden
decir su propia experiencia cuando son niños y, cuando hemos crecido, no
sabemos qué fue lo que pasó, cómo vivimos el extrañamiento, un niño está y no está,
siempre se dice en traducción, es la manera de ser niños de ambos, que implica
ser desconocidos e inconocibles. Incógnitos.
Incógnitos...
Incógnitos, sí...
Laura acoge en su casa a un niño
sobre el que desconoce todo. ¿En la ‘vida real’ estamos tan abiertos al
presagio?
Tal vez sí sin que nos demos cuenta, son hechos más
porosos y permeables de lo que nos creemos, creo que nos constantemente nos
están pasando cosas de las que ni siquiera podemos dar cuenta porque no pasan
en una narrativa lineal; de todo lo que vimos y vivimos en un día escogemos muy
poco, pero cada una de las cosas que nos pasan darían como para una exponerla
al infinito, se puede explotar de una manera relacionada con todo el resto de
la realidad, en cada instante experimentamos el infinito pero nos enseñamos en
hacer narrativas en las que seleccionamos parte de lo que nos pasa y hacemos
sentido de las cosas relacionándolas por
ciertos caminos y de ciertas maneras necesariamente limitadísimas. Pero se
puede hacer de otro modo. Como sucede en la novela.
Al hilo de esto, a la hora de
seleccionar esos momentos vividos, ¿el escritor lo hace de un modo distinto al
resto?
Sí, es distinta la manera de hacerlo en los
distintos oficios, los oficios, al fin y al cabo, son maneras de relacionarse
con la realidad y una ventaja para el que escriba es que puede demorarse con su
propia experiencia, en las ideas, las imágenes, las puede abrir, ver qué más
tienen dentro, sacarles patas e inventar que son otra cosa aparte de la que
son.
¿Cuál es el embrión de esta
historia?
De distintos lugares, no recuerdo muy bien qué fue
primero... hubo varias películas en torno a una pareja improbable, una mujer mayor y un niño que no es su hijo...
‘Gloria’, de Cassavetes, ‘Pixote’, de Héctor Babenco, ‘Estación central de
Brasil’, de Walter Salles, ‘Harold y Maude’... todas ellas hablan de una pareja
cuyo vínculo no es sexual, ni de filiación y casi ni siquiera de amistad,
porque no hay territorio común discursivo, hay algo como de solidaridad
desnuda, de compañía entre dos seres. Me interesaba esa pareja. Por otro lado,
el interés en el terror (más en cine que en literatura) y en que el niño fuera
casi lo horripilante, el niño es la víctima pero también infunde terror. Así
fui creando esta historia.
“En esta otra mano, como pueden
observar, sostengo un cuchillo provisto de su adecuado afilamiento, que puede
emplearse para untar la jalea en el pan y para muchas otras funciones. El
cuchillo no está en venta, puesto que es mi humilde herramienta de trabajo”. Hay
muchas conversaciones cotidianas, a lo largo de la historia, teñidas de cierto
aroma de tragedia, con un punto casi lorquiano...
Pues sí, como grotesco, tal vez... me gusta esa
lectura que haces de tragedia lorquiana, de tragedia estilizada y lírica... hay
intervenciones que tienen ciertos personajes que hablan con unos registros
particulares. A mí me parecen irrupciones de la violencia, no sólo el terror
sobrenatural que significa este niño, sino el terror de la realidad, esos monólogos
escritos en registros orales particulares, este hombre que vende cosas en el
bus, que es el registro de la pobreza que cree que tiene que hablar así. En
Colombia existen estas personas que venden en el bus y que hablan así, sin
saber muy bien lo que dicen, creyendo que hablar mejor es hablar de esa forma
alienada, personas que no tiene lenguaje o más bien creen que no tienen
lenguaje, lo mismo que el ámbito burocrático, y que termina siendo una cosa
cantinflesca. Es una manera de violencia muy colombiana que me preocupa mucho y
que por eso aparece en la novela en itálica, discursos enrarecidos y trágicos,
como dices.
Hay momentos en los que el lector
no sabe qué plano –real, irreal- se está moviendo, ¿eso sucede también en la realidad?
Sí, a mí desde luego, me sucede, por ejemplo soñamos
cada noche y soñar es otra manera de vivir, se trata de un tema muy viejo, el
gran tema del Barroco, la vida es sueño, cuál es el sueño y cuál es el
despertad... me gusta saber que pude transmitir eso porque es lo que más me
interesaba, ser capaz de crear esa confusión y ambigüedad entre las distintas
realidades, me alegra que lo hayas visto... estamos en otra parte incluso cuando
parece que estamos en un parte concreta...
¿Qué es lo más terrorífico y
sublime de ‘Los niños’?
Lo más terrorífico es un pasaje que me asustó
mientras lo escribía, el que narra el primer rapto del niño, cuando se queda
solo en la casa y empieza a hablar con el perro, como en un trance... y creo
que pude tocar algo mejor cuando está viendo las fotos de las ballenas, esa
parte es el otro lado del terror, y me consuela.
Esther Peñas