domingo, 6 de julio de 2014

ENTREVISTA A ANTONIO COLINAS







“Lo bello es un estado de consciencia, de ser”





Su poesía reconforta. Es como encontrar un rastro conocido que apunta a la vida misma. Un paso que adelanta y despeja la maleza del paisaje anímico. Su verso como medicamento para el desarraigo. Prende el silencio y aleja el frío. “Abatido estoy en el vacío/ de una paz sublime/ mientras mi ser no cesa/ de trazar círculos de silencio/ sobre las lagunas serenas,/ sobre el humo de los tejados,/ por el espacio celeste”. Antonio Colinas (La Bañeza, León, 1946) acaba de presentar ‘Canciones para una música silente’ (Siruela), un poemario que sorprende por ser más corpóreo y social de lo que nos acostumbra. Atentos.


‘Canciones para una música silente’ parece una invitación a la mística más humana, en tanto que dejarse traspasar por lo que nos acontece, unos poemas más corpóreos o realistas...
Me parece muy cierto... tendemos a ver al poeta fuera de la realidad, a que trabaje con lo intemporal... en mi caso, a valorarme como un poeta lírico, emocional, pero lo cierto es que en mi poesía está muy presente la realidad, sobre todo en los últimos cuatro libros filtrada por mi voz, una voz cercana a la emoción, a la intensidad, a ese diálogo con lo mistérico... en este libro hay ocho libros, ocho secciones, ocho voces, pero todas caminan hacia esa sección final, más enamorada, en la que se busca lo esencial, fuera del sentir y del pensar en los límites. La vida, la vida misma, no tiene ningún límite. Es.

La poesía, en última instancia, camina al silencio, en cuanto que opuesto no a la palabra, sino al ruido...
En mi caso hablamos de un silencio fértil, positivo, que se resume en uno de los versos: “¿acaso no será la música el silencio?” Hay una conexión con la música silente, que no escuchamos pero que sentimos, porque está en nuestro interior; eso conecta con el sentido órfico, musical, de mi poesía. La música del verso es fundamental, la música del ritmo, del texto, pero sobre todo la música que nos lleva a la plenitud del ser, y ésa es siempre interna. La música de la palabra, cuando surge de la verdad.

¿Amedranta, el miedo?
A mi edad, cuando has escrito 16 libros, el silencio te lleva a pensar que tal vez ya lo hayas dicho todo, a que tal vez ya te hayas expresado de una manera completa, a dudar de si merece la pena seguir escribiendo. Cuando terminas un libro surge un silencio angustioso, el de no saber si podrás escribir algo más.

  
¿La edad, por qué pesa tanto?
No es que pese, es una manera distinta de estar en la vida, de mirar. 
 

Los poemas que recoge el libro emocionan porque laten reconciliados, con lo que uno pierde en el devenir de la vida, con aquello a lo que se tiene que renunciar, con lo que nos hace feliz y ya no está. ¿Cómo se consigue esa paz, ese equilibrio, y cito dos versos suyos como apoyo “la armonía de ser en lo interior profundo ascendiendo”?
Esto tiene su razón de ser. Yo aúno a la experiencia de vivir la experiencia de escribir. Todo es uno. Hay quien lo divide, quien tiene momentos en los que es escritor y otros persona; lo respeto, pero no lo entiendo. La escritura es una vía de conocimiento, para conocerme (hablo ahora de mi), de perfeccionarme, de aprender a desvelar el misterio. Machado decía aquello de “el alma del poeta a se orienta hacia el misterio”.

¿Uno siempre vuelve al poeta de Soria?
Es un buen lugar al que regresar. Él se refería no al misterio en tanto que lo fantasioso o evasivo, sino a aquello que desconocemos; por tanto, cada libro es un paso más hacia la búsqueda de la plenitud de ser. En la vida van apareciendo pruebas, dificultades, hechos terribles, que con la escritura tratamos de comprender.

La ascensión es recurrente en estos poemas (“revelará por siempre a los despiertos”). ¿A qué tiene que estar atento el poeta?
Dentro de ese proceso vital, el símbolo de la ascensión al monte, a una cima (algo que está en la tradición oriental pero también en los místicos), conlleva el descenso. Cuando se está arriba es cuando soplan los vientos fuertes. Lo difícil no es ascender al monte de la vida sino descender. Y es una prueba como de esfuerzo, de resistencia, como la escritura. Cuando comenzamos a escribir sentíamos una voz, una voz inusual, la nuestra, lo que había que hacer era llevar esa voz adelante, con todas las consecuencias, y ascender. No es el ascenso de la vanidades sino el ascenso de todo cuanto en la vida hay de prueba.

“Cuando los años vuelan, cuando la noche avanza” ¿qué descubre en el poema quien lo escribe?
Sucede algo misterioso cuando terminamos un texto... nos preguntamos “¿esto lo he escrito yo?” Comenzamos a escribir el poema como un doble viaje, eso se ve muy bien en el poema que abre el libro, ‘En invierno retorno al Palacio de Verano’.  Es la visita a un lugar pero es un lugar en el que hacemos un viaje interior, que implica la  ascensión y el descenso, los extremos, la dualidad, un tema muy vivo en mi obra. Vivimos en un mundo de extremos y el poeta lo que hace es deshacer esos extremos, fundirlos, llegar a una plenitud de ser.

¿Sin disociación?
Sin disociación, claro, eso es el poema, la fusión total, armónica, siquiera temporal, la plenitud es un instante; después llega de nuevo la dualidad, y de nuevo llega el poema. La poesía sana y salva, el arte por extensión, ayuda, tiene ese sentido de plenitud.

También existe esa literatura del exceso, dionisíaca...
Sí, la literatura del desequilibrio del malditismo... pero no es la mía... Aunque en la mía, cuyo resultado final es la plenitud, también ha habido exceso, o crisis, a toda plenitud le antecede una crisis, un dolor, una prueba, una dificultad. “La belleza es difícil”, dice Pound, es una sensación y un logro que viene después de la dificultad.

¿Dónde reside la razón de la belleza?
Quizás cerca de la verdad. Lo que es auténtico supera toda prueba, nace de una aspiración del ser humano, de ir más allá, la belleza que se deja traspasar por el dolor pero que se hace hueco entre él y se permite. Es una semilla que da el fruto del arte; en un poema de veinte siglos antes a Cristo, leemos la historia de una persona que está esperando en el camino a la amada, que llega al borde de un río y aparece la luna. Son tópicos, pero también arquetipos, esa sensación de lo bello, unidos tantas veces al amor, es un estado de consciencia, de ser. La poesía, por eso, no pasará.

Pienso en el poema sobre Hiroshima, o en los que dedica a los que murieron del lado nacional. El terror, el drama, ¿de qué manera pueden convertirse en poéticos?
Hay que fijar esos momentos de terror, de angustia, de dificultad, de guerra, pero siempre de manera no sectaria. Los poemas sobre la Guerra Civil, salvo el que alude a Unamuno, tratan de personas que no estaban señaladas ideológicamente, sino que padecieron la guerra. En el caso de los Panero, muertos los cinco miembros de la familia (la muerte lo allana todo),ya no hace falta matar al padre, el padre ya no tiene que ser el poeta del régimen, la madre ya no tiene por qué ser madrastra... quería dar la imagen de esa familia fuera del tiempo. Por eso me remití al origen, a la casa familiar. El tema del origen sirve para unificar y para eliminar tópicos.

Y para desnudar el malditismo...
Sí, el malditismo... con Leopoldo me llevé muy bien, siempre, la verdad, es una persona que en el fondo necesitaba afecto, como tantas personas complicadas o difíciles, y eso se enmarca en el drama familiar, que es el drama de otras familias, pero con una lectura objetiva del tema.

“Tengamos simplemente un piadoso recuerdo/ para aquel inocente y para sus asesinos/sin rostro”. Este final de poema es conmovedor...
Es un poema muy personal que estuve a punto de no publicar. Dicen que, durante la Guerra Civil, en cada familia hubo un muerto; este poema habla del muerto de mi familia, una persona sin ideología, un monje, muy abierto, con gran capacidad de orador. Lo mataron. Trata de deshacer el tópico de lo la memoria histórica, aludiendo a personas que no estaban adscritas a ningún bando, pero que mueren. Es uno de los poemas más duros de estos poemas que yo llamo ‘civiles’, junto con el que habla de la inmigración en la frontera de Méjico (pero tan actual si pensamos en Melilla o Ceuta), el que habla de la vuelta a las raíces, en el sentido de que es necesaria la integración y la justicia, del desarraigo, en tanto que hay que devolver a las personas lo necesario para que sean lo que son...

El soliloquio de Unamuno...
Sí, también el poema de Unamuno, un Unamuno que lo pongo a hablar el día que muere, 31 de diciembre de1936, dividido entre “los Hunos y los Hotros”, rodeado de soledad, torturado por la situación... y que finalmente se inclina sobre la mesa camilla y muere...

Y, por último, el asunto del ruiseñor...
El tema del ruiseñor es una provocación, es la noticia que no aparece en los periódicos, como contrapunto a este mundo economicista, agresivo.

“Quizás aquello que inesperadamente se encuentre en las nubes es difícil hallarlo en la pantalla de un ordenador”. ¿Cómo saber, cuando se busca, que uno transita la senda correcta?
Ya... recibimos muchos mensajes, hay mucha publicidad, mucha invasión... no podemos sentir el silencio del que hablábamos antes, no podemos casi escucharnos a nosotros mismos, y surge esa confrontación tan fuerte entre lo que nos llega y lo que nosotros sentimos. Sí, vivimos tiempos críticos, pero es un buen momento para que el poeta llegue con sus poemas, cumple la función de revolver algo dentro de nosotros, llega –el poeta- con algo de provocación...

Otra de las pautas de esta música silente es el límite. ¿Sólo en la frontera, en el límite del ser y sentir uno es más uno, más auténtico?
Hay un límite en el que sentimos y pensamos de una manera radical, hay sentimiento y una emoción y también un pensamiento, un pensamiento que se revela a través de los símbolos (los árboles, la noche, el río...) el límite también nos lleva a una idea muy poética, muy de Leopardi, la idea de la infinitud, porque el límite nos pone un poco fuera de la realidad y con la palabra, con el poema, tocamos esa otra realidad. Límite también es la frontera. 



Dos presencias, la mujer y la naturaleza, que también es femenina... 

Sí, la mujer está muy presente, en sentido polivalente, por supuesto es la amada, pero también es la amiga (como recuerda el poema a Concha García Campoy), la mujer que remite a lo telúrico, a un ideal de lo bello, a lo verdadero. La mujer es un camino de conocimiento. En Dante la amada no sólo remite a lo pasional, sino que es un ser que ayuda al más allá. Hay un amor pasión, pero también un amor divino.  Recuerdo esos versos “nosotros somos el rumor de la llama, el rumor de las almas...”

¿Estamos olvidándonos de la simbología?
Los símbolos son muy importantes, María Zambrano decía que el símbolo revela el misterio; el símbolo, en los momentos de crisis agudos, es la argolla a la que nos aferramos, como el náufrago a su tabla. Cuando todo falla acudimos al símbolo... El primer poema de ‘Tiempo y abismo? Lo escribí al día siguiente del entierro de mi padre. Cogí el coche y acabé ante la montaña, el Telono, nuestra cima tutelar, la mayor montaña del noroeste de España. Era invierno, paré el coche allí, me detuve, y me vino ese primer verso. Después de tres años de silencio surgió el poema y el libro. En esos momentos de vacío, siempre aparece el símbolo.

(“Esta noche –soñando-/ te veía desnuda, y no sabía dónde se encontraba/ el secreto/ de tu cuerpo silencioso./ Te veía en sueños,/ mas supe, al fin,/ dónde se hallaba/ el secreto/ desnudo/ de tu cuerpo/ silencioso:/ en su blancura, en su nieve que ardía sin arder).


 Esther Peñas