domingo, 25 de junio de 2017

LA CASA DE LOS SORDOS de LAMAR HERRIN


La casa de los sordos



Perder a una hija es devastador. No hay un solo idioma que disponga de una palabra que defina a los padres que han perdido un hijo. Hay viudas y viudos, y huérfanos, pero no un término que exprese la condición de la paternidad/maternidad truncada. Quizás porque el dolor desborda en ocasiones la lengua. Cualquiera. Perder a una hija es sufrir la locura de lo que sucede antinatura.

‘La casa de los sordos’ (Chamán ediciones), de Lamar Herrin es una novela que retrata la pérdida y el duelo. La necesidad del ser humano de entender lo incomprensible, de ponerle palabras, de convivir con el dolor irreparable, es el corazón de esta novela.

Y aunque cada pérdida y cada duelo tiene sus códigos, su idiosincrasia, su particularidades (lo dejó claro uno de los inicios literarios más celebrados, el de Anna Karenina, de Tolstoi: “todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera”), imaginen el caso de una muchacha norteamericana, Michelle Williamson, que recala en Madrid por cuestión de estudios y que muere en un atentado de ETA. Imaginen al padre que viaja a España para entender qué cosa es esta que late detrás del acrónimo, de tres letras cargado de connotaciones y significados enfrentados. Esta es la historia que cuenta ‘La casa de los sordos’.

jueves, 22 de junio de 2017

ENTREVISTA AL PSICOANALISTA CARLOS LEDESMA

Carlos Ledesma, psicoanalista

No hay ninguna teoría que demuestre 
una causa biológica de los malestares psíquicos.



En la mayoría de los países desarrollados ya no existen los manicomios. Por tanto, cualquier espacio es susceptible de convertirse en uno. Por tanto, cualquiera es susceptible de ser etiquetado como enfermo. Aunque esté sano (suponiendo que existan categorías puras). El psiquiatra Piero Cipriano (1968) relata en ‘El manicomio químico’ (Enclave de Libros) sus experiencias con la psiquiatría química, un territorio en el que los psicofármacos se prescriben con la ligereza con la que uno toma gominolas y se diagnostica a ritmo de fábrica (febrilmente). Carlos Ledesma, psicoanalista, psicólogo y filósofo, autor de la introducción al texto, nos explica algunas cuestiones.

viernes, 16 de junio de 2017

ENTREVISTA A IXIAR ROZAS



Ixiar Rozas, 
escritora, dramaturga e investigadora



Lo que mantiene viva la búsqueda es el deseo de dar forma a algo.


Hay palabras que al ser escuchadas despliegan en nuestro interior una cosmogonía de significados, lugares, texturas. Palabras que al ser escuchadas nos invitan a habitarlas más allá de las letras que las componen, remitiéndonos a la voz que las convoca. ‘Beltzuria’ (Enclave), de Ixiar Rozas, es un transitar por el rastro de un ausente; es el momento previo a una tormenta y lo que abate el ánimo; es lo que el recuerdo blanquea para poder seguir viviendo. Pero es mucho más este texto traducido del euskera al castellano por José Luis Padrón. ‘Beltzuria’ es aroma de una tierra a la que se regresa remando en poesía, y en incertidumbre, en brazos de la pura contingencia. ‘Beltzuria’ reflexiona sobre la voz y que subvierte la relación entre las palabras y las cosas. Y que ‘bocaliza’ las palabras, las hace carne que proclama, como el silencio, la voz.


Después de este encuentro, o recorrido, o desplazamiento, porque el libro es quietud pero a la vez movimiento, ¿Xamuio es más real?
No sé si más real, pero está más presente. Xamuio es una de esas figuras familiares que están en tu memoria, con las que has convivido poco, de las que tienes recuerdos muy vagos, casi solo imágenes. Para escribir este libro he habitado espacios de Etxalar en los que él estuvo, quizás por eso ahora está más presente, pero no busqué este efecto a priori.

La voz, siendo algo tan identitario, algo que abriga y recoge como pocas otras características humanas, ¿por qué se desmadeja en la memoria con tanta facilidad?
Aunque a la mayor parte de las personas con las que he hablado les sucede esto, que terminan, más tarde o más temprano, por olvidar la voz de personas queridas que han muerto, también me he encontrado con algunas que sí la recuerdan. Este ‘olvido’ de la voz no sólo ocurre con personas que han muerto, también con personas muy queridas que, por distintas circunstancias, hemos dejado de ver. A mí, particularmente, me cuesta recordar ciertas voces. Igual tiene que ver con la buena o mala memoria, aunque la memoria siempre es selectiva, y tan imprevisible…

¿Cómo se pasa de una palabra concreta, corpórea, ‘beltzuria’, a la voz, que sería, de alguna manera, el alma de ese significante?
Ha sido un proceso de muchos años. Tal y como cuento en el libro, todo parte de un día en el que, estando en la playa, mi madre recuerda esa palabra d su infancia, ‘beltzuria’. En cuanto la escuché, supe que escribiría algo sobre esa palabra; tú sabes cómo funciona el proceso de escritura: de pronto, te quedas ‘pegado’ a una palabra, una imagen, una sensación… y en algún momento brota la escritura. Puede ser inmediato o no. No me preocupaba qué iba a hacer con esa palabra, la guardé y pensé en ella, se iba, volvía, y estuvo conmigo varios años. En esa época, en 2006, me preguntaba mucho sobre la performatividad de las palabras, sobre cómo llevar las palabras al espacio, cómo trabajar las palabras en un espacio escénico. Durante todos estos años me había preguntado cosas, qué es la palabra en el espacio, qué significa que una palabra sea performativa… y beltzuria apareció entonces, en medio de toda esta curiosidad en torno a estos temas. Han sido años de búsqueda con la palabra beltzuria siempre ahí. Después se hizo más presente la necesidad de entrar en ese mundo, entrar en los recuerdos familiares, de habitar ciertos lugares… y me tomé el tiempo para escribir sobre ellos, a partir de 2013.

“Si sólo nos fijamos en la belleza de la voz, dejamos de oírla”. ¿Cómo conseguir ese equilibrio entre la palabra, cuerpo, y la voz, aliento?
En la música popular lo importante es el significado, las letras, el sonido pasa desapercibido, es música pero las letras son lo más importantes. Se me vienen a la cabeza Rafa Berrio, un músico buenísimo, por la manera en la que pronuncia algunas palabras, la manera en la que vocaliza algunas palabras hace que tomen un relieve particular, ahí escuchas su voz, no sólo la palabra. Por otro lado se puede trabajar la palabra, la palabra dicha en el espacio escénico o en un texto se puede trabajar por su significado o por su ritmo, pero también desde un lugar intermedio, que es el que más me interesa, un espacio intermedio que ni es solo sonido ni es solo significado.

“Cualquier palabra que oye en palacio es falsa, el rey lo sabe”. ¿Cómo reconocer la palabra viva, verdadera, auténtica, que es?
El concepto auténtico nos lleva a la esencia, y cuando hablo de la unicidad de la voz no es tanto por autenticidad como por algo único. Entiendo lo que dices… la retórica se huele en un segundo, además, con los años vamos afinando en la escucha. Nos pueden engañar, claro, hay mentirosos muy buenos por el mundo, pero cada vez nos engañan menos; a la retórica ni hace falta desenmascararla, cae por su propio peso. Supongo que es algo intuitivo darnos cuenta de cuándo alguien habla de verdad. El concepto ‘verdad’ es también complejo. Mejor ‘verdadero’, verdadero en tanto que lo está pensando en ese momento, que busca las palabras para formular un pensamiento en directo. Para mí eso es muy importante, presenciar cuando alguien está pensando en directo, aunque sea algo elaborado pero que está pensando en ese mismo instante, eso me permite entrar en lo que dice, compartir ese lugar frágil de pensar mientras se está hablando. Puede ser algo que llevas tiempo elaborando pero que aún no está cristalizado, que se cuaja en ese momento casi mágico. Admiro mucho a la gente que habla bien, que es tan inteligente, tan maravillosa que es capaz de articular, hilar, estructurar un pensamiento complejo, pero me quedo fuera de ese discurso.

¿Realmente a la memoria le da lo mismo olvidar que recordar?
Puede parecer que hay una obsesión por recordar en este texto, pero no es así, me daba igual no saber, me pasa eso con otras cosas, esa búsqueda continua de entender todo me agota. Leemos y vivimos para comprender… Pero he aprendido a dejar de saber, a aceptar que no pasa nada si no sé esto o eso otro, que no me hace falta.

¿El silencio proclama la voz?
He pensado mucho sobre la relación entre silencio y palabra. El silencio me interesa bastante, porque sin él no se puede pensar, pero sin la palabra tampoco.

Acaso silencio y palabra, en vez de antónimos, como algunas piensan, sean dos momentos de lo mismo.
Creo que es así, la palabra desaparece sin silencio. Aunque me gusta mucho la música también.

¿Qué tipo de  música?
Nick Cave, por ejemplo, tengo mis fetiches que escucho obsesivamente. Pero ¿cómo piensas todo lo que nos pasa en la vida sin silencio? Bueno, igual hay quien piensa de otro modo. Alguien dijo que pensar es situarse en la proximidad de la distancia, y es importante para la amistad, el amor, para todo, no puedes estar pegado a las cosas. Con el tiempo y la edad tengo que retirarme un poquito para sentir, escuchar, mirar…


¿Es recomendable que uno dé caza al jabalí que lleva dentro?
Pienso mucho en eso, esa frase me la dijo mi prima, en el caserío en Zumudio. Recreé algunos escenarios vinculados a Xamuio, lo llamo puestas en situación, con diferentes personas, son situaciones más que teatrales, performativas, y en ellas han pasado muchas cosas que he recogido para el libro. Esto del jabalí, por ejemplo. No sé si dar caza, si dominar, pero desde luego es necesario tener consciencia del jabalí que todos llevamos dentro, llámalo jabalí, o hiena, como quieras. Hay quien se deja devorar por él, quien trata de ignorarlo, pero creo que lo más sane es hacer un proceso de encuentro.

¿Qué mantiene viva la búsqueda?
El deseo de dar forma a algo cuando, sobre todo con materiales tan fragmentados como los que he trabajado en este libro, que dependiendo del orden podían contar la historia de un modo u otro. Al principio no tenía en la cabeza publicar un libro como hacer lecturas, pero, al final, pensé que eran demasiado años con estas cosas y que había que cerrarlas para poder abrirlas más tarde. La publicación en castellano ha supuesto abrir de nuevo la historia. Además, soy una persona persistente, no insistente, tengo mucha confianza en la vida. En general, distingo bien si algo me está dando fuerza, en cuyo caso es bueno para mi, o si me la quita. Tiene que ver con los afectos alegres de los que hablaba Spinoza. Distinguir qué me da fuerza, potencia, y qué me la quita. Este es un límite muy claro que me ayuda a decidir.

Lo que se encuentra, ¿satisface el deseo del corazón?
Sin duda. No ha habido, en mi caso, un deseo desbordante, el proceso de buscar los materiales ha sido muy cuidado, en el sentido de muy no ponerme en lugares y situaciones que no me aportaban nada, saber diferenciar dónde merecía estar y dónde no, con prudencia y serenidad. Y, aunque sea un tópico enorme, lo importante no es llegar, es el camino. Así lo he vivido. El deseo y el corazón han caminado juntos porque no me preocupaba el resultado final. En este caso, además, estoy muy satisfecha con el final, pero si no hubiera sido así, lo hubiera dado por bueno. He disfrutado mucho.

¿Qué habita el espacio que queda entre el querer decir y el des-significar?
… El querer decir, ese deseo, permanece, no porque sienta que tengo que decir cosas importantes, de ese modo enmudecería. Mi deseo es el que me da libertad y ligereza de querer decir, de buscar un encuentro, que no tiene por qué ser comunicación, puede ser otra cosa; pero ese encuentro que busco es un espacio social, un espacio intermedio, entre quien escribe y quien recibe, un espacio social de aprendizaje, de compartir, que no se produce solo entre dos sino que se va multiplicando, eso es, de alguna manera, des-significar… aunar ritmo y significado. En euskera es más hermoso, porque he creado un neologismo a partir de dos palabras, ‘eza-nahia’, ‘eza’ remite a la ausencia, el vacío, la nada, y ‘nahia’ significa deseo. Lo que resulte del encuentro entre quien entrega el texto y cómo lo recibe quien lo lee es ese espacio común.

El libro está sustentado en lo tangible y lo lábil, lo que se recuerda y lo que no se muestra (las fotografías ausentes), lo visual (incluso los juegos tipográficos) y el recuerdo…
Te entiendo… es que he escrito este libro de manera muy diferente a mis libros anteriores. Luz Pichel lo comentó en la presentación aquí, en Enclave, que mi método es hacer método mientras escribo. En este libro, desde luego ha sido así. No tenía nada antes de ponerme a escribir, solo una palabra. Y cuando me puse a escribí, traté de buscar un equilibrio entre contar lo que voy buscando y desaparecer. De alguna manera, la composición del libro se hizo en tiempo real, desde ahí podemos hablar de ensayo documental, sin que suene pretencioso.


lunes, 5 de junio de 2017

ENTREVISTA A MIGUEL ALBERO (III)


Miguel Albero, escritor


Al que roba el contenido porque plagia
habría que condenarlo a publicar lo suyo.



Con ese humor que gasta, espolvoreado en la argamasa del texto, con la excelencia con la que argumenta e ilustra, y con esa prosa que cabalga sobre el asunto, Miguel Albero (Madrid, 1967) nos regala un texto inquietante por el título: ‘Roba este libro’ (Abada editores), en el que analiza el robo (expolio, hurto, sustracción o saqueo) de libros. Rigor e ingenio prevalecen.

Bibliouñilargo, bibliochuzo, bibliogarrapata, biblifaquines, bibliosandimas… ¿Por cuál de los términos que designan al ladrón de libros siente querencia?
Bibliopirata, que se acuña para Bartolomé José Gallardo, es un buen término. Pero todo depende de lo que nos afecte el robo, si es uno niño que roba un libro y se arrepiente, bibliosandimas está bien, porque es el ladrón bueno. Si es De Caro que saquea la biblioteca Girolamini, mejor bibliogestas, que es el ladrón malo. Malo malísimo. Aunque bibliogarrapata suena bien.