“Lo bello es un estado de consciencia, de ser”
Su poesía reconforta. Es como encontrar un
rastro conocido que apunta a la vida misma. Un paso que adelanta y despeja la
maleza del paisaje anímico. Su verso como medicamento para el desarraigo.
Prende el silencio y aleja el frío. “Abatido estoy en el vacío/ de una paz
sublime/ mientras mi ser no cesa/ de trazar círculos de silencio/ sobre las
lagunas serenas,/ sobre el humo de los tejados,/ por el espacio celeste”.
Antonio Colinas (La Bañeza, León, 1946) acaba de presentar ‘Canciones para una
música silente’ (Siruela), un poemario que sorprende por ser más corpóreo y
social de lo que nos acostumbra. Atentos.
‘Canciones para una
música silente’ parece una invitación a la mística más humana, en tanto que
dejarse traspasar por lo que nos acontece, unos poemas más corpóreos o
realistas...
Me
parece muy cierto... tendemos a ver al poeta fuera de la realidad, a que
trabaje con lo intemporal... en mi caso, a valorarme como un poeta lírico, emocional,
pero lo cierto es que en mi poesía está muy presente la realidad, sobre todo en
los últimos cuatro libros filtrada por mi voz, una voz cercana a la emoción, a la
intensidad, a ese diálogo con lo mistérico... en este libro hay ocho libros,
ocho secciones, ocho voces, pero todas caminan hacia esa sección final, más
enamorada, en la que se busca lo esencial, fuera del sentir y del pensar en los
límites. La vida, la vida misma, no tiene ningún límite. Es.
La poesía, en última
instancia, camina al silencio, en cuanto que opuesto no a la palabra, sino al
ruido...
En
mi caso hablamos de un silencio fértil, positivo, que se resume en uno de los
versos: “¿acaso no será la música el silencio?” Hay una conexión con la música
silente, que no escuchamos pero que sentimos, porque está en nuestro interior;
eso conecta con el sentido órfico, musical, de mi poesía. La música del verso
es fundamental, la música del ritmo, del texto, pero sobre todo la música que
nos lleva a la plenitud del ser, y ésa es siempre interna. La música de la
palabra, cuando surge de la verdad.
¿Amedranta, el miedo?
A
mi edad, cuando has escrito 16 libros, el silencio te lleva a pensar que tal
vez ya lo hayas dicho todo, a que tal vez ya te hayas expresado de una manera
completa, a dudar de si merece la pena seguir escribiendo. Cuando terminas un
libro surge un silencio angustioso, el de no saber si podrás escribir algo más.
¿La edad, por qué pesa
tanto?
No
es que pese, es una manera distinta de estar en la vida, de mirar.

Esto
tiene su razón de ser. Yo aúno a la experiencia de vivir la experiencia de
escribir. Todo es uno. Hay quien lo divide, quien tiene momentos en los que es
escritor y otros persona; lo respeto, pero no lo entiendo. La escritura es una
vía de conocimiento, para conocerme (hablo ahora de mi), de perfeccionarme, de
aprender a desvelar el misterio. Machado decía aquello de “el alma del poeta a
se orienta hacia el misterio”.
¿Uno siempre vuelve al
poeta de Soria?
Es
un buen lugar al que regresar. Él se refería no al misterio en tanto que lo
fantasioso o evasivo, sino a aquello que desconocemos; por tanto, cada libro es
un paso más hacia la búsqueda de la plenitud de ser. En la vida van apareciendo
pruebas, dificultades, hechos terribles, que con la escritura tratamos de
comprender.
La ascensión es
recurrente en estos poemas (“revelará por siempre a los despiertos”). ¿A qué
tiene que estar atento el poeta?
Dentro
de ese proceso vital, el símbolo de la ascensión al monte, a una cima (algo que
está en la tradición oriental pero también en los místicos), conlleva el descenso.
Cuando se está arriba es cuando soplan los vientos fuertes. Lo difícil no es
ascender al monte de la vida sino descender. Y es una prueba como de esfuerzo,
de resistencia, como la escritura. Cuando comenzamos a escribir sentíamos una
voz, una voz inusual, la nuestra, lo que había que hacer era llevar esa voz
adelante, con todas las consecuencias, y ascender. No es el ascenso de la
vanidades sino el ascenso de todo cuanto en la vida hay de prueba.
“Cuando los años
vuelan, cuando la noche avanza” ¿qué descubre en el poema quien lo escribe?
Sucede
algo misterioso cuando terminamos un texto... nos preguntamos “¿esto lo he
escrito yo?” Comenzamos a escribir el poema como un doble viaje, eso se ve muy
bien en el poema que abre el libro, ‘En invierno retorno al Palacio de
Verano’. Es la visita a un lugar pero es
un lugar en el que hacemos un viaje interior, que implica la ascensión y el descenso, los extremos, la dualidad,
un tema muy vivo en mi obra. Vivimos en un mundo de extremos y el poeta lo que
hace es deshacer esos extremos, fundirlos, llegar a una plenitud de ser.
¿Sin disociación?
Sin
disociación, claro, eso es el poema, la fusión total, armónica, siquiera
temporal, la plenitud es un instante; después llega de nuevo la dualidad, y de
nuevo llega el poema. La poesía sana y salva, el arte por extensión, ayuda,
tiene ese sentido de plenitud.
También existe esa
literatura del exceso, dionisíaca...
Sí,
la literatura del desequilibrio del malditismo... pero no es la mía... Aunque en
la mía, cuyo resultado final es la plenitud, también ha habido exceso, o
crisis, a toda plenitud le antecede una crisis, un dolor, una prueba, una dificultad.
“La belleza es difícil”, dice Pound, es una sensación y un logro que viene
después de la dificultad.
¿Dónde reside la razón
de la belleza?
Quizás
cerca de la verdad. Lo que es auténtico supera toda prueba, nace de una
aspiración del ser humano, de ir más allá, la belleza que se deja traspasar por
el dolor pero que se hace hueco entre él y se permite. Es una semilla que da el
fruto del arte; en un poema de veinte siglos antes a Cristo, leemos la historia
de una persona que está esperando en el camino a la amada, que llega al borde
de un río y aparece la luna. Son tópicos, pero también arquetipos, esa
sensación de lo bello, unidos tantas veces al amor, es un estado de
consciencia, de ser. La poesía, por eso, no pasará.
Pienso en el poema
sobre Hiroshima, o en los que dedica a los que murieron del lado nacional. El
terror, el drama, ¿de qué manera pueden convertirse en poéticos?
Hay
que fijar esos momentos de terror, de angustia, de dificultad, de guerra, pero
siempre de manera no sectaria. Los poemas sobre la Guerra Civil, salvo el que
alude a Unamuno, tratan de personas que no estaban señaladas ideológicamente,
sino que padecieron la guerra. En el caso de los Panero, muertos los cinco
miembros de la familia (la muerte lo allana todo),ya no hace falta matar al
padre, el padre ya no tiene que ser el poeta del régimen, la madre ya no tiene
por qué ser madrastra... quería dar la imagen de esa familia fuera del tiempo.
Por eso me remití al origen, a la casa familiar. El tema del origen sirve para
unificar y para eliminar tópicos.
Y para desnudar el malditismo...
Sí,
el malditismo... con Leopoldo me llevé muy bien, siempre, la verdad, es una
persona que en el fondo necesitaba afecto, como tantas personas complicadas o
difíciles, y eso se enmarca en el drama familiar, que es el drama de otras
familias, pero con una lectura objetiva del tema.
“Tengamos simplemente
un piadoso recuerdo/ para aquel inocente y para sus asesinos/sin rostro”. Este
final de poema es conmovedor...
Es
un poema muy personal que estuve a punto de no publicar. Dicen que, durante la
Guerra Civil, en cada familia hubo un muerto; este poema habla del muerto de mi
familia, una persona sin ideología, un monje, muy abierto, con gran capacidad
de orador. Lo mataron. Trata de deshacer el tópico de lo la memoria histórica,
aludiendo a personas que no estaban adscritas a ningún bando, pero que mueren.
Es uno de los poemas más duros de estos poemas que yo llamo ‘civiles’, junto
con el que habla de la inmigración en la frontera de Méjico (pero tan actual si
pensamos en Melilla o Ceuta), el que habla de la vuelta a las raíces, en el sentido
de que es necesaria la integración y la justicia, del desarraigo, en tanto que
hay que devolver a las personas lo necesario para que sean lo que son...
El soliloquio de
Unamuno...
Sí,
también el poema de Unamuno, un Unamuno que lo pongo a hablar el día que muere,
31 de diciembre de1936, dividido entre “los Hunos y los Hotros”, rodeado de
soledad, torturado por la situación... y que finalmente se inclina sobre la
mesa camilla y muere...
Y, por último, el
asunto del ruiseñor...
El
tema del ruiseñor es una provocación, es la noticia que no aparece en los periódicos,
como contrapunto a este mundo economicista, agresivo.
“Quizás aquello que
inesperadamente se encuentre en las nubes es difícil hallarlo en la pantalla de
un ordenador”. ¿Cómo saber, cuando se busca, que uno transita la senda
correcta?
Ya...
recibimos muchos mensajes, hay mucha publicidad, mucha invasión... no podemos
sentir el silencio del que hablábamos antes, no podemos casi escucharnos a nosotros
mismos, y surge esa confrontación tan fuerte entre lo que nos llega y lo que
nosotros sentimos. Sí, vivimos tiempos críticos, pero es un buen momento para
que el poeta llegue con sus poemas, cumple la función de revolver algo dentro
de nosotros, llega –el poeta- con algo de provocación...
Otra de las pautas de
esta música silente es el límite. ¿Sólo en la frontera, en el límite del ser y
sentir uno es más uno, más auténtico?
Hay
un límite en el que sentimos y pensamos de una manera radical, hay sentimiento
y una emoción y también un pensamiento, un pensamiento que se revela a través
de los símbolos (los árboles, la noche, el río...) el límite también nos lleva
a una idea muy poética, muy de Leopardi, la idea de la infinitud, porque el
límite nos pone un poco fuera de la realidad y con la palabra, con el poema,
tocamos esa otra realidad. Límite también es la frontera.
Sí,
la mujer está muy presente, en sentido polivalente, por supuesto es la amada,
pero también es la amiga (como recuerda el poema a Concha García Campoy), la
mujer que remite a lo telúrico, a un ideal de lo bello, a lo verdadero. La
mujer es un camino de conocimiento. En Dante la amada no sólo remite a lo
pasional, sino que es un ser que ayuda al más allá. Hay un amor pasión, pero
también un amor divino. Recuerdo esos
versos “nosotros somos el rumor de la llama, el rumor de las almas...”
¿Estamos olvidándonos
de la simbología?
Los
símbolos son muy importantes, María Zambrano decía que el símbolo revela el misterio;
el símbolo, en los momentos de crisis agudos, es la argolla a la que nos
aferramos, como el náufrago a su tabla. Cuando todo falla acudimos al
símbolo... El primer poema de ‘Tiempo y abismo? Lo escribí al día siguiente del
entierro de mi padre. Cogí el coche y acabé ante la montaña, el Telono, nuestra
cima tutelar, la mayor montaña del noroeste de España. Era invierno, paré el
coche allí, me detuve, y me vino ese primer verso. Después de tres años de
silencio surgió el poema y el libro. En esos momentos de vacío, siempre aparece
el símbolo.
(“Esta
noche –soñando-/ te veía desnuda, y no sabía dónde se encontraba/ el secreto/
de tu cuerpo silencioso./ Te veía en sueños,/ mas supe, al fin,/ dónde se
hallaba/ el secreto/ desnudo/ de tu cuerpo/ silencioso:/ en su blancura, en su
nieve que ardía sin arder).
Esther Peñas
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