“No hay vidas grises, sino modos de mirar
más o menos distantes”
© Carmen Sayago
Hablar
de Eloy Tizón (Madrid, 1964) es convocar un lirismo prudente columpiándose en
cada línea de sus relatos. Son historias por momentos suspendidas, que caminan
con un ritmo acorde a. Su pálpito. ‘Técnicas de iluminación’ (Páginas de
espuma) reúne diez historias en las que el protagonista en enclavija en la zona
de penumbra vital. Todo es posible entonces, la sombra absoluta, el resplandor.
La caída, la ascensión.
Por comenzar de algún modo, destaca la parsimonia con
la que publica (su último libro, ‘Parpadeos’, data de 2006)... ¿porque es muy
exigente, perezoso o porque la inspiración es volátil?
Pereza no, no soy nada
perezoso; ten en cuenta que son cuentos bastantes trabajados, y el relato
necesita un tiempo de maduración, no están escritos del tirón ni de manera
apresurada, sino que han ido creciendo casi de manera biológica; en eso tengo
la paciencia de que crezca, de ver por qué camino va, pero eso requiere cierto
tiempo. ‘Alrededor de la boda’ es un
cuento dedicado a una pareja que, cuando se publicó, habían dejado de serlo.
¡Fíjate si suceden cosas mientras un cuento adquiere cuerpo!
La iluminación como decisión última de no claudicar...
Sí, ésa es una
interpretación valida, pero la luz no como el optimismo tontorrón de qué bonito
y luminoso es todo, sino la luz que surge en medio de las cosas dolorosas. Por
eso los personajes, que sufren pérdidas, cuando encuentran esa zona de luz no
quieren dejarla, se aferran a ella y mantienen su voluntad de seguir caminando.
También la iluminación como punto de no retorno. En la
vida, ¿qué cosas no son enmendables?
Todo lo que tiene que ver
con las pérdidas, bien por muertes o por separaciones; lo que ocurre es
que esas rupturas, que anímicamente son
muy dolorosas, en cambio son terrenos muy fértiles para lo literario, porque
cuando sucede la tragedia, o el drama, no caben disimulos, el personaje tiene
que romperse o abrirse y es entonces cuando vemos de qué está hecho. Sólo
entonces, cuando lo exprimimos, podemos, como lectores, comprobar qué tipo de
zumo da el personaje.
Y asimismo la iluminación como traspasar un límite. En
literatura, ¿qué límites conviene respetar?
La literatura es un
territorio de exploración, de búsqueda y de libertad, lo que nos obliga a ser valientes, arrojados,
debemos de traspasar los límites. Sí, la iluminación como transgresión al
límite, muy bien observado, sí, es así, una buena metáfora del escritor. Dar
ese paso que nos da miedo pero al que estamos obligados.
De las posibles técnicas de iluminación contempladas
en el libro, el camino, la muerte, la evasión, ¿cuál es la que más le interesa?
Todo lo que tiene que ver
con el arte, que es la dimensión poética de la existencia; intento que el mundo
material, el de las obligaciones materiales, no se coma todo, sino que haya
respiraderos para sentir esa belleza, esa emoción, esa compasión.
Salvo algún matiz, son personajes perdedores. ¿Por qué
interesa más a la literatura lo personajes que lindan con la exclusión?
Desde el punto de vista literario,
son más atractivos; dicho esto creo que mis personajes, más que perdedores, son
grises, son gentes cuyas vidas en apariencias son insignificantes pero que, si
las miramos de cerca, con atención, desde el ángulo correcto, se convierten en
atractivas, luego hay una cierta reivindicación de que no hay vidas grises,
sino modos de mirar más o menos distantes. Por eso siempre trato de ser noble
con ellos, con mis personajes, y no les juzgo, sino que dejo que se expliquen,
que hablen.
En ‘La calidad del aire’, hay un momento precioso que
habla de la conjunción de dos mundos, el del primer empleado del día con su
tartera y el del último juerguista de la noche con una rosa teñida. ¿Cuál le interesa
a usted más?
La superposición de ambos.
La literatura trabaja en esos intersticios, cuando no es de noche ni de día,
cuando algo va más allá de la amistad pero no es aún amor... en esos
territorios ambiguos, sin etiqueta clara.
© Carmen Sayago
Eugenio d’Ors defendía que todo es participado, es
decir, no hay nada en estado puro, ni conviene que así sea.
Es más cómodo, desde el
punto de vista real, movernos en códigos de pureza, etiquetar con bueno y
malos, eso nos tranquiliza porque la inquietud
siempre llega del matiz, el matiz nos obliga a pensar, compromete. Pero la
literatura está obligada a trabajado en la complejidad y, por tanto, no debe
ser simplista.
En el cuento, ¿qué es más importante un comienzo
sugerente, un meollo atractivo o un final bien rematado?
El principio tiene que ver
con la música, necesito oír cierta cadencia musical; los finales me cuestan más
porque huyo siempre del efecto sorpresa y me gusta dejar el cuento en un punto
en el que sin cerrarse del todo, quede recogido e invite al lector a
completarlo.
¿Cuáles son los ingredientes del cuento?
En mi caso, realismo, cierta
dimensión poética, algunos elementos de humor, sutiles, pero que contrarrestan
la gravedad de algunas escenas, un punto de ternura y algunos rasgos de drama.
La dimensión poética es un marchamo que le hace
inconfundible...
Necesito ese punto de
electricidad verbal a la hora de escribir.
Por cierto, salvando las distancias, en alguno de sus
cuentos aparece el terror al modo de Fernández Cubas, un terror cotidiano, como
la contrariedad de que la voz que anuncia las estaciones no se corresponda con
las paradas en cuestión.
Es muy curioso lo que dices porque no me interesa como
escritor el terror digamos de serie B, los vampiros, los zombis adolescentes,
lo que le pase a Lobezno, pero sí lo que has subrayado, esos momentos de terror
que pueden surgir a la vuelta de la esquina. En la vida, lo que da miedo no es
que te ataque el hombre lobo, sino lo que sucede en el seno familiar, en el
entorno más cercano.
¿Cómo se sabe cuándo está cerrado un relato?
Cuando llega el equilibrio
inestable de todos esos elementos que te he comentado antes. Cuando el humor,
la poesía, el drama están colocados de manera que la pieza respire lo
suficiente, la doy por terminada.
Dice el protagonista de la ‘calidad del aire’, que a
la hora de la verdad, se encoge. ¿De miedo, la verdad?
Sí, Eliot decía que sólo
podemos soportar un grado de realidad determinado, más allá del cual nos rompemos; el libro plantea cómo dialogamos
cuando ocurre lo fatal, en ese momento en que no puedes esquivar la mirada pero
la mente se busca recursos para rodear el abismo en vez de mirarlo de frente,
pero no es una cuestión de falta de valentía sino de imposibilidad humana.
¿Y dónde se coloca el justo medio entre el
exhibicionismo requerido por el oficio de escritor y el pudor de quien escribe?
Es un equilibrio difícil;
exhibicionista soy nada, pero cuando publicas, en efecto, pasas a serlo, un
poco, de alguna manera; por fortuna, mis relaciones con los lectores son buenas,
de bastante complicidad y eso me facilita todo mucho.
© Carmen Sayago
¿El último libro que le emocionado..?
‘Proyectos de pasado’, de
Ana Blandiana , publicado en Periférica; son los suyos relatos con muchísima
fuerza, relatos largos, casi nouvelles,
donde lo real se confunde con lo fantasmagórico.
Los españoles, ¿somos buenos lectores de cuentos?
Hay un grupo pequeño muy
defensor del cuento, aunque en general se tiende a leer más novela que cuento,
aunque va ganando cierto espacio. El escritor de cuentos era como los
personajes de la casa tomada de Cortázar, en la que los habitantes eran invadidos,
expulsados...
Pero habría, quizás, menos intrusismo...
El cuento está metido en un
cierto microclima, lo cual ha sido beneficioso porque, en efecto, se ha
salvaguardado del intrusismo.
Y a día de hoy, se ha desembarazado del estigma del
género chico...
Para el gran público, no lo sé
pero, desde luego, para los que amamos el relato es un género mayor; esa
pregunta se plantea en España pero es impensable hacérsela en Norteamérica o Latinoamérica,
sobre todo a partir de Borges, por ejemplo, el mejor prosista en español del
XX, que nunca escribió novelas. A partir de Borges no podemos menospreciar el cuento,
el solo nombre de Borges coloca la discusión en su punto justo.
¿Qué relato le recomendamos al lector que está
leyéndonos ahora mismo?
Diría que el primero,
‘Fotosíntesis’, no porque sea el mejor, sino porque le dará una idea aproximada
de lo que va a encontrar; en él, seguimos el recorrido divagatorio de una voz,
tiznada de un cierto lirismo. Estoy ahí como escritor.
Esther Peñas
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