El antropólogo Le Breton reflexiona sobre este acto
Elogio del caminar
“Caminar es una apertura al mundo”. Con esta
emocionante apertura comienza el antropólogo francés David Le Breton (1953) su
reflexión sobre la cartografía (anímica, paisajística, física, fisiológica, mística)
de este acto convencido y consecuente en
‘Elogio del caminar’ (Siruela).Por si no fuera lo suficientemente
sugerente el asunto y la cita inicial no nos besara en los labios inaugurando,
el pórtico –el umbral del camino- corre a cargo de una de las mentes más
poéticas del XX, Gaston Bachelard
(imprescindible leerlo en las traducciones de Ernestina de Champourcín e Ida
Vitale) como contrapunto: el caminar es un acto físico, pero también puede
serlo mental (poética del espacio).
Le Breton, metáforas aparte, se centra en el caminar
como vivencia del propio cuerpo. A partir de esa premisa, todo su ensayito se
convierte en una columna helicoidal que encincha aquello que concierne a este
acto tan trivial como trascendente y humano.
Caminar como un acto de rebeldía en un mundo que
exige prisas (y confunde diligencia con carrera). Caminar como una resistencia.
También como forma de nostalgia. Como un anacronismo. Sin raíces, nuestros pies
están hechos para el movimiento, para que sean las calles las que pierdan la
cabeza en todo caso. Caminar como una manera de entenderse parte de (¿acaso la
poesía no busca eso, no ansía sino la unidad, la unidad con el tú, con el
cosmos, con lo sagrado, hasta con uno mismo?), de entenderse, de reposar las
sensaciones y tratar de colocar en los estantes adecuados, al paso –que no al
peso-. Le Breton habla de ese caminar consentido “que se hace con placer del
corazón”. Porque el corazón también se activa con el caminar, recuerda, ama,
sonría, solloza, comprende y se desconcierta.
Caminar nos devuelve la sensación del yo, resulta
una invitación a escucharse, a recogerse, a saberse pequeño e infinito al mismo
tiempo. Tan poca cosa y tan única. Caminar cura, y restañe heridas. Y nos hace
sentir vivos. La temperatura corporal se incrementa, el músculo saca pecho, la
respiración se agita en cuesta y suspira en tiempo; mantiene el ritmo en
cualquier caso. Lo importante que nos puebla se hace presente y nos habla.
Pero el paisaje es fundamental. ¿Por qué cuando
viajamos abrimos los ojos, predisponemos nuestra mirada, entregamos el corazón
para que se empape y no hacemos eso mismo en nuestras ciudades, nuestros
pueblos? Perdemos detalles, la belleza no se cumple, fracasa el caminar si no
hay una predisposición de ánimo de apertura a lo que nos suceda. Entonces,
acontece.
Robert Walser, el caminante literario por excelencia. |
Le Breton considera las particularidades de caminar
acompañado o hacerlo solo, de lo que se incluye en una mochila (aunque apenas
basta unos bolsillos del pantalón y, si me apuran, con la faltriquera del alma
estaríamos listos), de las horas del caminar (la noche y su incertidumbre, la
luz y el alumbramiento), el caminar urbano, los ritmos del caminar, la
experiencia (el goce del acontecer), los sentidos y su despliegue.... hasta el
canto. ¿Quién no ha caminado tarareando una canción? Porque el caso, como
cantaba Cecilia, es andar, y el poeta yo nos convenció de la inexistencia del
camino. Machado. Camino embarazado de signos. Acaso la santa de Ávila tuviera
razón: “si no mirásemos otra cosa que el camino, pronto llegaríamos...”
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