“En Machado, el amor siempre es una excusa
para hablar de otras
cosas”
Hay
poetas inagotables. Por su vida, por su proyección, por su huella, por su
legado. Nunca está todo dicho sobre ellos. Son infinitos, como las
interpretaciones a las que sus versos, su intención, sus requiebros, dan pie.
Buena muestra es ‘El mundo mago. Cómo vivir con Antonio Machado’ (Ariel), en el
que Elena Medel pauta las diferentes temáticas que vertebran su obra (uno
mismo, los sueños, la soledad, la muerte, la fe, la felicidad, la familia...)
El resultado: una estival excusa (como si hiciese falta) para abandonarse a
quien escribiera esa profunda reflexión de “hoy es siempre todavía”.
¿Cómo se vive con el poeta?
Una
sensación primera con Machado es que cada uno de sus poemas significa lo que tú
necesites que signifique; además, vivir con su poesía es vivir con una cantidad
inmensa de sus lecturas, sus poemas son muñecas rusas en los que hay amor,
reflexiones políticas, juegos formales... pienso en un poema como el dedicado a
José María Palacios, cuya primera lectura nos habla de la amistad, una segunda
lectura nos remite al desamor, a la muerte de Leonor, y una más profunda al
paisaje que conlleva, a su vez, la reflexión política y social sobre
Castilla... un poema tan breve como ese al tiempo es complejísimo, con una triple
o cuádruple lectura. En cualquier caso, Machado te da lo que necesitas.
¿Qué tiene Machado que lo hace
único?
La
conexión sentimental. Parece complicado pensar un hogar español que no tenga
una antología de poemas suyos, o que no hayan escuchado a Serrat cantándole... por
ejemplo, creía que la frase que tantas veces le escuché a mi abuela de “la primera
ha venido y nadie sabe cómo ha sido” era un refrán, y no, son versos de Machado... está muy presente en
nuestra vidas, por el lenguaje claro, porque se dirige al pueblo... eso lo
distingue mucho de otros escritores, como mucho competiría con él Lorca, pero
pocos nombres más han tenido un contacto con la vida tan directo y verdadero.
Machado es el poeta de la memoria,
más allá de ese continuo regresar a la infancia, pero ¿puede decirse en rigor
que era melancólico?
Sí,
Machado es uno de los grandes poetas de la memoria, para él la infancia es un
lugar idealizado; apenas vivió en Sevilla pero es el lugar de la felicidad de
la infancia mitificada. Y sí, la melancolía está presente en todas las etapas
de su vida, hay melancolía cuando habla de Soria, ciudad a la que regresa en
una única ocasión después de morir Leonor, melancolía cuando habla de Baeza...
el acto del recuerdo, impregnado de melancolía, está continuamente vertebrando
su obra...
Siguiendo la estela anímica... ¿fue
feliz, nuestro poeta?
Fue...
un tipo resignado... tuvo mala suerte, no tanto ya en el amor, desde luego, sino
en cuanto a aspiraciones vitales; siempre trató de volver a Madrid, estuvo peregrinando
por España con su cátedra y, cuando consigue plaza en la capital, al poco
estalla la guerra. Aun así, hizo una defensa potentísima de la felicidad y de la
alegría en sus poemas, incluso en los más desolados también, donde cabe un rayo
de luz, un destello de belleza.
La reedición de ‘Soledades’ parece
otro libro casi distinto al original. ¿En exceso puntilloso?
Machado
es un escritor consciente de la escritura, de que alguien le va a leer, no solo
de que alguien lo vaya a leer sino a dialogar con sus poemas, porque los poemas
de Machado tienen la posibilidad de la reescritura por parte del lector; cuando
estamos leyendo sus poemas sumamos la experiencia como lectores y lo
completamos. No es tan obsesivo como Juan Ramón, pero sí es muy cuidadoso.
Este sevillano-soriano, que no creía
en Dios, que rechaza (y critica) la estructura eclesiástica, y que sin embargo invoca
constantemente la figura de Cristo...
Sí,
es verdad, se acerca a su figura, pero desde un plano casi de ciudadano, casi
cívico, por lo que identifica en ella los valores que reclama para sí mismo: justicia,
igualdad... la relación de Machado con la religión es muy curiosa, porque la
identifica con los momentos de amor, vinculados a la religión por tanto que Leonor
y Guiomar son muy religiosas.
Sin embargo, a primera vista parece
tener menos de andaluz que de castellano viejo...
A
mí, sin embargo, lo andaluz me parece que persiste en toda su obra; es difícil
de entender, sobre todo su teatro, sin tener en cuenta la proyección del padre,
que fue uno de los primeros flamencólogos, y que dedicó su vida a dignificar la
cultura popular, el folclore, etc. Yo no puedo entender los proverbios sin
tener presente su raigambre con la sabiduría popular, al igual que la socarronería
de sus heterónimos remite a la figura paterna. En cualquier caso, la impronta
andaluza y la castellana se complementan. Incluso cuando él rechaza Baeza y
prefiere Soria, tiempo después, cuando conoce la ciudad de Baeza, queda
entusiasmado.
Leonor y Guiomar. ¿Qué saca cada
una de ellas de distinto en el poeta?
La
relación del poeta hacia el amor está siempre marcada por la imposibilidad. Los
poemas de amor, antes de que apareciera en su vida Leonor, hablan de un amor
platónico, de la amada inalcanzable. La relación con Leonor, a su vez, es
compleja y complicada, por su edad, sobre todo, y con Guiomar porque es una
mujer casada. Esa incompatibilidad en el amor se refleja en su poesía, y sin
embargo el amor no es un eje central en su obra, siempre es una excusa para
hablar de otras cosas. Recuerda cuando acompaña a Leonor a misa, y reflexiona sobre
la presencia y el lugar de la religión española, por ejemplo.
¿Cómo fue la relación con su
hermano mayor, también poeta, Manuel, con quien firmó libretos de teatro y a
quien se enfrentó por cuestiones políticas?
Manuel
le cuida desde el primer momento. Es él el que introduce a Antonio en los
ambientes literarios, el que le procura la publicación de sus primeros poemas,
el que le guía durante su estancia en París... Cuando Antonio se va a Segovia,
que coincide con su etapa de menor producción poética, Manuel le anima a volver
a escribir, y gozan del momento de mayor éxito teatral... Después estalla la
guerra y, como en tantas otras familias españolas, unos quedan a un lado,
otros, a otro, y no sólo geográfico...
Qué habría en esa maleta que
abandonó Machado antes de cruzar la frontera francesa...
No
sabemos qué contenía... sería interesante saber si guardaba en ella cartas de
su hermanos Manuel, o poemas suyos... eso hubiera implicado que, entre sus
posesiones más preciadas, llevaba recuerdos de su hermano...
De sus compadres de generación,
sentía especial querencia por Unamuno... ¿por qué?
Con
Unamuno establece una relación casi de devoción, continuamente está informándole
de sus pasos, escribiéndole todo el tiempo, para Machado, Unamuno es el ejemplo,
el mentor, el modelo a seguir...
¿Le costaba entenderse con algún
poeta?
No
me da sensación de que fuera un hombre de enemigos, por su talento y por su
manera de ser. Es cierto que con Juan Ramón tuvo muy buena y muy mala relación.
Hay una nota de Juan Ramón que, refiriéndose a los Machado, escribe algo así
como “madre inútil, hijos que no trabajaban, abuela que paga la renta... casa
de la picaresca”. Esa mirada hipercrítica, mordaz de Juan Ramón sobre la
supervivencia de los Machado da cuenta de la cercanía y de la distancia.
Hablar de Machado no deja de ser
sino hablar de uno mismo pero, ¿la poesía en estos tiempos qué nos procura?
En
estos tiempos de urgencias y de falta de tiempo, valga la redundancia, aportan paréntesis; un momento de calma, otro
punto de vista... en el fondo, un buen poema siempre habla de uno mismo...
¿A qué se refería con aquello de
“estos días azules y este sol de la infancia”..?
Probablemente
es uno de los epitafios más misterios... recoge los inicios de Machado,
vinculados a la poesía simbolista, y así cierra el círculo de su propia vida...
desde Colliure recuerda Sevilla... quizás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario