“Para
Martín Gaite todo era un cuento
que tenía que estar bien contado”
La literatura de Carmen Martín Gaite (Salamanca,
1925, Madrid, 2000) resulta familiar y fascinante. Acoge y recoge. Y es cordial
en dos direcciones: recuerda –etimológicamente vuelve a llevar al corazón- y acuerda –une corazones, el suyo, el del lector-). Espasa-Círculo de Lectores
acaba de publicar la cuarta entrega de sus Obras Completas, ‘Ensayos I.
Investigación histórica’, que incluye ‘El proceso de Macanaz. Historia de un
empapelamiento’, ‘Usos amorosos del dieciocho en España’, ‘El conde de Guadalhorce,
su época y su labor’ y ‘Usos amorosos de la posguerra española’. En cada uno de
estos títulos, la salamantina tiene la capacidad de invitar al lector en una
querencia que aunque tal vez no sea suya, acaba sintiéndola como tal, llevando
a sus últimas consecuencias aquel principio que tanto gustaba repetir:
“mientras quede vida, hablemos de vida”. La edición, a cargo de José Teruel,
profesor titular del Departamento de Filología Española de la Facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid. Con él nos acercamos a
esta obra.
El
próximo 23 de julio se cumplirán 15 años de la muerte de Martín Gaite. Su obra,
que obtuvo un reconocimiento tardío, ¿va ganando con el tiempo, como los buenos
vinos?
Va ganando en amplitud y profundidad. Conocemos
mucho mejor el taller literario de Carmen Martín Gaite a raíz de publicaciones
póstumas como ‘Visión de Nueva York’
y, sobre todo, ‘Cuadernos de todo’.
Estos diarios en libertad están dando un viraje en los estudios
“martingaitianos” y no están descubriendo un taller lleno de pesquisas en torno
a una pregunta central: cómo convertir el tiempo histórico, vivido o
soñado en tiempo narrativo.
El
proyecto de las obras completas se paralizó en 2010, ¿qué ocurrió?
La respuesta no la tengo yo, la tiene la editorial. Aunque
lo importante ahora es que los tres próximos volúmenes salgan a un ritmo anual.
¿Qué
tiene la faceta de ensayista de Martín Gaite de particular?
El punto de vista, esto es, la concepción del ensayo
como una autobiografía espiritual. Me sorprende la capacidad de Martín Gaite de
hacer visibles las abstracciones, de convertirlas en narración, de
transcribirlas en letra minúscula. Por ejemplo, en este primer volumen de
ensayos el
lector podrá comprobar la coherencia de la labor historiadora de Martín Gaite
con su biografía intelectual, ya que los dos periodos en los que centró su
estudio estuvieron firmemente vinculados con el tiempo que le tocó vivir y
entender. Esta relación es muy evidente en ‘Usos
amorosos de la postguerra española’, concebido
como un compromiso con la propia memoria que había que legar a los hijos de su
generación, pero también en su incursión en el siglo xviii, dada la desconfianza y la manipulación de la historiografía
oficial en la que fue educada hacia la actitud crítica y revisionista de los
ilustrados.
¿Se
sentía más ensayista que otra cosa?
Martín Gaite se sentía narradora y no quiero decir
con ello novelista. Para ella lo importante era contar bien una historia, ya sea
la de Macanaz, la de los usos amorosos, la de la Santa de Ávila o la de las
criaturas que circularon por su órbita doméstica y a las que vistió con los
ropajes de la ficción. Nunca concibió los géneros literarios como
compartimentos estancos. Todo para ella era un cuento que tenía que estar bien
contado: la Historia, el cortejo, los modelos literarios de la infancia, los
comportamientos femeninos en la España de 1940. La narración no tiene límite en
un género literario: se puede contar en un ensayo, un collage, un artículo o un poema. Los intereses
intelectuales de Martín Gaite fueron múltiples y se desplegaron en varias
direcciones: desde los géneros literarios consabidos a ese híbrido llamado “cuaderno
de todo”, desde la investigación histórica al periodismo, desde la traducción al collage.
Leyendo
cualquiera de estos ensayos, uno termina enganchándose a ellos, aunque a priori
de lo que hable (el conde de Guadalhorce, por ejemplo) le resulte lejano.
¿Puede decirse que es una escritora que escribe desde el entusiasmo, desde el
apasionamiento?
Cualquier tema era para ella algo vivo, que no venía
dado desde afuera. Por ello insisto frecuentemente en la particular relación bilógica
que mantuvo con su obra. Martín Gaite nos dejó la huella de su paso
sobre el proceso de Macanaz y sobre cualquier otro asunto del que trataba. Hasta en sus trabajos de investigación
histórica o de crítica literaria tuvo la necesidad de detallarnos las distintas
fases de su particular relación con el personaje retratado o con el libro
reseñado.
Precisamente,
el conde de Guadalhorce fue el único ensayo de los contenidos en este volumen
que no brotó de una curiosidad de la autora, sino que resultó un encargo. ¿Cree
que se nota en la redacción del mismo?
Martín Gaite tenía una raya nítida entre los
trabajos que nacieron de su real gana o los encargos, pero a ambos se dedicó
con igual tesón. Lo demuestra su biografía sobre Guadalhorce, su guion para
televisión de la vida de Teresa de Jesús, su adaptación de ‘Don Duardos’ y su
labor semanal como crítica literaria en ‘Diario
16’
desde 1976 a 1980.
Para
‘tirar del hilo’ en la figura de Macanaz, empleó seis años de su vida. ¿Podríamos
decir que la salmantina resultó a la postre el mejor interlocutor que tuvo el
político?
Su enganche con Mancanaz, el voto de fidelidad a “su
muerto”, como ella lo llamaba, surge en el Archivo de Simancas, cuando se dio
cuenta de que la montaña de cartas que don Melchor de Macanaz envió desde su
destierro a Felipe V y sus ministros nadie las había leído. Ella era la primera
lectora de esas cartas. Macanaz se estaba dirigiendo a ella doscientos años
después: tenía la obligación de serle fiel.
Y
ella, Martín Gaite, ¿encontró ese anhelado interlocutor a lo largo de su vida?
No sé si encontró al interlocutor soñado, pero a lo
largo de su biografía sí que consiguió buenos destinatarios para sus historias -todos
esos que parecen en las dedicatorias al frente de sus novelas y ensayos: Sánchez
Ferlosio, Juan Benet, Gustavo Fabra, su hija Marta, Lucila Valente, Ignacio
Álvarez Vara- y sobre todo lectores.
Hubiera
sido maravilloso que después de ‘Usos amoroso del dieciocho en España’ y ‘Usos
amorosos de la posguerra española’ hubiera podido terminar una trilogía con un –por
ejemplo- ‘Usos amorosos de la España postmoderna’. ¿Le gustaría a nuestra
autora estos usos amorosos modernos, las páginas web para encontrar a tu
pareja, las aplicaciones de móvil para buscar sexo, los chat de amistad...?
Martín no escribía sobre lo que no conocía o no le
interesaba. Desde luego los usos amorosos de la España posmoderna pertenecen a
otro cuento que no era el suyo. Supongo que los sitios web, las aplicaciones de
móvil, el chat le hubieran parecido “murallas” más que lugares propicios para
entrar en comunicación. Recomiendo que lean un artículo publicado en ‘La Vanguardia’ con el título de
"Murallas musicales" y que incluyó en la última edición de ‘La búsqueda de interlocutor’.
Una
última, más personal, sé que su ensayo favorito –algo que comparto- es ‘El
cuento de nunca acabar’ pero, de estos cuatro que compila el volumen, ¿por cuál
siente más querencia?
Quizá por Macanaz, ya que aceleró la conciencia de engarce
en su proyecto literario entre la Historia y las historias. Además seguirle el rastro
a Macanaz le ayudó a la narradora Martin Gaite a no dejar cabos sueltos en sus
historias. Las deudas de su novela ‘Retahílas’
con ‘El proceso de Macanaz’ son muy
evidentes. Pero, desde luego, su obra total es ‘El cuento de nunca acaba’r, que constituye una auténtica reflexión
sobre la esencia fundamentalmente narrativa de nuestro proyecto existencial y
su credibilidad.
Esther Peñas
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