Rafael Argullol, filósofo
Poco se puede añadir sobre Rafael Argullol, uno de
los pensadores más poliédricos patrios. Discreto, sereno, lúcido, poético. Su
escritura, transversal, anómala en cualquier caso, funde los géneros y detona
las lindes. Estimula. El también escritor y profesor Oriol Alonso ha querido
homenajearle en un libro que reúne más de cuarenta intervenciones de distintos
artistas que han seleccionado un texto del filósofo y una imagen que los
sustente. El resultado, ‘Archipiélago. Retrato polifónico de Rafael Argullol’
(Edicones del Subsuelo).
Bastante. Tiendo a decir de mí que no hablo como un
monólogo sino como una polifonía, no soy una isla sino muchas, es decir, no hay
un solo yo en mí, sino un conjunto de yoes. La idea de archipiélago es
simbólicamente atractiva porque reúne la unidad pero, al tiempo, una gran
multiplicidad. Es acertado decir que soy un hombre archipiélago.
De todas estas selecciones
personales que componen el libro, ¿ha
habido alguna en concreto que le haya sorprendido?
Varias, la gracia de este libro es que es un libro
muy experimental sobre el cual sabía muy poco, lo he visto al final, pero no he
conocido el proceso. Resulta sugerente plantear un hipotético retrato sobre mí,
convirtiéndose, cada una de las aportaciones, en un autorretrato, a su vez. Tiene mucho sentido los dos textos
que han hecho dialogar cada uno de los autores, la imagen que han elegido. Como
los participantes son muy variados, porque hay de todos los campos (fotógrafos,
arquitectos, escritores...), en algún caso me ha chocado la imagen o la cita
elegida. Creo que he tenido una especie de visión instantánea de muchos de mis interlocutores a través de este libro.
Hay una querencia notoria por su
obra ‘Visión desde el fondo del mar’. ¿Es el título con el que más se
identifica?
Me identifico con todos los títulos, cada uno en su
momento, lo que ocurre es que ‘Visión desde el fondo del mar’ es el título que
abarca los otros títulos; siguiendo con la imagen de archipiélago, si los otros
libros son isla, ‘Visión desde el fondo del mar’ es una visión del conjunto de esas islas, por
eso ha sido tomado mayoritariamente como referencia.
Por cierto, ¿prefiere la
polifonía al sonido dodecafónico?
La polifonía.
Un libro de homenaje, ¿invita a
la despedida o es un acicate para persistir en la hendidura (del pensamiento)?
No es un libro de homenaje, no me lo he tomado así,
sino como un libro de complicidad. Lo veo como un camino en el que me he ido encontrando
a interlocutores que he conocido a lo largo
de estos años, que a veces me han acompañado unas horas, unos días, algunos años,
que han aparecido, desaparecido... no lo tomo como un homenaje, me alegra que
no haya textos sobre mí, es algo pesado hacer un libro de elogios, este es un
libro de cruces de la vida, no es final de nada, ni tampoco el inicio de nada,
sino una parada en el camino.
En general, ¿lo españoles somos
más de acatar el razonamiento ajeno o de cincelar el propio?
Desde luego que la primera opción. En España, si se
pudiera hablar de alma colectiva, cosa bien difícil, porque los universales, en
cualquier caso, siempre son peligros, diríamos que el español tiene dos virtudes,
cierta espontaneidad y la generosidad, pero también dos grandes defectos, ser
cainita, el resentimiento, la envidia y, por otro, el gregarismo, que se manifiesta
mucho en la maldita pasión española por gritar; el grito es la manifestación de
ese espíritu gregario, con lo cual, demasiadas veces se espera al juicio del
otro, a la opinión del otro, incluso para pedir un plato en el restaurante
antes de dar la propia opinión, y esta falta de libertad propia es un gran
defecto y fuente de muchos problemas.
Da la sensación de que pasamos de
largo ante los acontecimientos, que vamos a un concierto y hacemos fotografía;
a una exposición, y desfilamos por los pasillos, que en vez de leer engullimos
los libros. ¿Qué ha ocurrido con nuestro modo de mirar?
Hay un gran desequilibrio entre la cantidad y la
calidad, recibimos muchísima información. Hace 2.500 años, Heráclito, en uno de
los pocos fragmentos que nos han quedado de él, decía que no la mucha
información procura la comprensión. ¡Hace 2.500 años! Y eso se puede trasladar al
mundo de las palabras, pero también al mundo de la imagen, tenemos acumulación
inmensa de las imágenes, pero la calidad de la mirada, como usted dice, es muy
discutible, por eso hay un gran desequilibrio; miles de millones de turistas visitan
los museos, pero eso no significa nada. Vivimos en una especie de vértigo
inmóvil, continuamente nos da la impresión de que vamos rapidísimo, de que
hacemos muchísimas cosas, pero muchas veces alrededor de una especie de
inmovilidad. Recuerdo algo que me dijo un estudiante de Bellas Artes muy joven,
en Guadalajara, México: “han logrado (no sé a quién se refería) que estemos
continuamente cansados”. En efecto, estamos como sin fuerzas para leer con
calma un libro, para mirar con calma un crepúsculo, y es un cansancio que nos
creemos muy productivo pero es muy abismal.
¿La ética lleva implícita siempre
la mejor de las estéticas posibles?
En mi acaso van bastante juntas, para un artista, la
ética es la propia estética, y la ética quiere decir la verdad interior de lo
que está expresando. Este es un tema que me preocupa mucho, el tema de la libertad
interior que afecta a todos los ciudadanos y la verdad interior, que también
afecta a todos, pero en especial al artista. Eso no quiere decir la verdad con
mayúsculas, sino que uno ha de aprender a expresarse a partir de la valentía de
su verdad. Esto se echa a faltar en nuestros días, en los que tantos se
instalan en una cierta duda, en la que parece estar esperando más cuál es la
ley de la oferta de la demanda, qué se pide, qué está de moda, qué produce
impacto, qué es lo espectacular, antes de atender a su propia verdad, y así no
se puede construir una obra artística.
Los intelectuales de este país,
¿tienen predicamento? Pienso en Kristeva, en Francia, en Küns en Alemania, en
Eco en Italia y siento envidia porque, al menos lo parece, ellos siguen gozando
por lo menos del respeto de la escucha.
Hay una cierta decadencia. Hubo un momento
esperanzador, en los años 80 y 90, que parecía que España pasaba, por fin, por
un proceso modernizador, ilustrado, en el que la cultura tenía un peso en la
sociedad, pero en los últimos dos decenios se ha ido dispersando de manera
alarmante. La cultura tiene poco peso porque la sociedad quiere, no es cuestión
única de los políticos o de los maestros. Si la sociedad respetara la cultura ésta
tendría peso, y los políticos se verían obligados a atenderla. Pero cono no se
le otorga este peso, así estamos.
¿Por qué somos incapaces de
integrar (teoría y práctica, contemplación/acción, entre mirar y dejar empapar
por lo mirado) y tendemos siempre a escindir?
Toda mi vida ha sido un constante intentar integrar los
dos elementos, es una de las características de mi escritura, transversal, el
intento de unir pensamiento e imagen, sensaciones y conceptos. No hay una parte
del cuerpo y otra del espíritu, sino que se presentan juntos. También he
tratado de que la vida y el arte vayan unidos, con lo cual, he sido un hombre
que en parte ha mirado con un ojo a la
contemplación y, con el otro, a la acción. Defiendo la unidad, aunque no
siempre es fácil. Uno ha de estar dispuesto a estar alerta, a no estar de
vuelta como tantas veces dice la gente. Ha de ir en el tren de ida, con los
ojos abiertos, el contemplativo y el activo.
¿Qué le parece la propuesta de
Marina de que parte del sueldo del profesorado sea evaluable?
En teoría no está mal, he estado muchos años en la
universidad y es una injusticia que el profesor bueno y el malo sean tratados
con ese igualitarismo a la baja tan español. A mí me gusta la igualdad pero a
la alta, supongo que es una propuesta que va en esa dirección, la de Marina. Ahora,
es difícil que sea aplicable, deberíamos primero, toda la sociedad española,
valorar la excelencia, el proyecto ilustrado, pero como no es así, lo veo
difícilmente aplicable, aunque sea razonable, e interesante como provocación. Me
gusta la idea de la igualdad de la excelencia, y no la igualdad de la pereza,
la apatía y la indolencia.
Esther Peñas
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