Hugo Mujica, poeta y sacerdote
Hay personas que al hablar, abrigan. Que su voz
es tan importante como lo que va diciendo, que sus gestos aportan significado,
y su mirada concluye con una pequeña fisura. Como un casi. Porque nunca nada queda dicho de manera cerrada. Hugo Mujica
(Buenos Aires, 1942) presenta en España ‘El saber del no saberse’ (Trotta), un
provocar título que aglutina un conjunto de textos (“fragmentos de ningún
todo”) sobre el desierto, la Cábala, el no-ser y la creación.
A veces perdemos de
vista el sentido de las cosas por la obsesión de encontrar su significado. ¿Por
cultura, por incapacidad, por miedo?
Todo
junto. Por cultura, principalmente; la cultura occidental logró su éxito y, por
tanto, se engolosinó con comprender, que es la forma que tiene de dominar. No
entender pide la entrega. Sobre todo es el hecho de que hemos apostado por la
comprensión significativa de las cosas como cultura. El mito originario que
empieza con una palabra que se dice sobre el caos implica un mandato a ordenar
todo a través de la palabra. Curioso que en China hay un mismo mito pero del
vacío sale un aliento. Ahí termina el mito, no aparece la palabra. Nuestra
gracia y condena es tratar de meter todo en la comprensión.
Pero, ¿qué se puede
comprender desde el sentido, si es un acontecimiento mismo, si exige un
presente? Habrá que vivirlo, sin más, y no digo que sea poco, sino acaso
suficiente...
El
sentido es desde la vida a nosotros y el significado nosotros sobre la vida.
¿Nos incomoda el
misterio?
Simplemente,
como no entra en la comprensión, nos asusta, como todo lo que no es compresible, es lo extraño, es lo otro. El principio de
identidad es que A tiene que ser igual a A, si es diferente es una negación, y
si es el tercero hay que eliminarlo. Todo lo diferente es negado; es curioso
cómo funciona el principio racional. Lo otro es aceptado en cuanto que entra en
mí, en cuanto A es igual a A.
¿Por qué cuesta dejarse
transformar, calar, empapar por la vida y nos empestillamos en apresarla,
significarla, acotarla?
Fue
una opción cultural. Lo pasivo, en el sentido de padecerlo, de que nos afecte,
fue desvalorizado en Occidente, que primó la acción, la praxis; por eso
queremos modificar la realidad, como si fuera materia hecha para que nosotros
la manipulemos y nada más.
¿Fue una opción mala?
Fue
una buena opción; yo conozco bastante Oriente y, digamos, no han generado nunca
una aspirina, pero el problema es que, como nos fue tan bien con esa opción por
un tiempo, empezamos a descalificar a las otras opciones. La practicidad que
Occidente ha logrado a través de la técnica es algo admirable, pero no genera
otra cosa que eso. Aparece entonces la ausencia y la necesidad de sentido. El
capitalismo ha generado cualquier cosa pero no generó, a Dios gracias, sentido.
Si no, ya estaríamos adentro absolutamente. El agujero negro del capitalismo es
ese, que no genera sentido. Lo que genera es distracción que no nos permite
darnos cuenta que no tenemos sentido.
No tendrá sentido pero
nos absorbe...
Claro,
nos da distracciones; si no, te manda al psicólogo, y el psicólogo te pone de
nuevo ahí. Hay una defensa absoluta de que no encaremos la carencia que
significa la existencia.
¿Es necesario darle un
sentido a la vida? ¿Por que no escucharla, dejar que la vida nos traspase, que
ella misma en sí sea el sentido?
Darle
sentido pertenece al orden del dominio y del poder. Coincido contigo en que el
sentido de la vida es sentirla, pero vivimos alienados, nosotros funcionamos,
no vivimos; la gran nostalgia de nosotros, tácita, es la nostalgia de vivir.
Generamos un mundo y el mundo se tragó la vida. No somos capaces de entregarnos
a lo que amamos; calculamos, buscamos un rédito, una recompensa más allá de las
personas, no conservamos lo que amamos, en cualquiera de las formas posibles.
La vida entró en el mundo para sostener el mundo andando y ese es la nostalgia
que sentimos, no sabemos de qué y compramos cosas. Qué hace un escritor? Cuenta
lo que escucha que la vida le dice de lo que la vida aprende viviéndolo. Me
hago cargo de esa vivencia única de la vida que soy. La dejo, a la vida, que me
diga, la dejo vivirme.
¿Cuál es el mejor
camino para conocer lo amado, la palabra, el silencio, la proximidad física?
Y
todo... siempre tendemos a querer utilizar un único método, una misma cosa. El
arte consiste en saber cuándo la palabra concluye y deja paso al silencio para
que se exprese.
Dios, el universo y el
hombre son actos del lenguaje. ¿Puede hablarse de fracaso del lenguaje, por
ejemplo para expresar lo que sentimos, cómo nos sentimos?
No
creo que fracase, lo que fracasa es esa arrogancia humana de pedirle al
lenguaje que abarque la totalidad de la
realidad; el lenguaje está para señalar, como el nombre propio del otro está
para que nos relacionemos con él, no para saber o creer que ya sabemos porque
tenemos el nombre del otro. Lo que hicimos fue absolutizar la palabra y ahora,
de alguna forma, nos damos cuenta del desencanto, porque la palabra no logró
acallar las mil voces de la realidad, que son tanto musicales, como cromáticas
como de vibraciones. Todo eso que no está en la palabra, pero la palabra no fracasó,
lo que fracasó fue nuestra apuesta en que la palabra se convirtiese en la
herramienta de dominación de la realidad. Nada tenía que quedar fuera del lenguaje.
Y eso fracasó. Yo soy discípulo de la palabra, la palabra acaricia las cosas, las
roza, pero no está para agarrar, para coger.
“Penetrar en los textos
hasta donde ya no es final sino apertura, donde ya no dicen sino que acontecen”.
Lo que acontece, la experiencia misma, el sentir la plenitud, ¿suspende lo
racional, la racionalidad?
Lo
racional es muy pobre, aunque útil y muy eficaz en su pragmatismo. No, no lo
suspende, sólo queda integrado a un nivel muy rústico. La razón es torpe,
rústica, pero tiene poder y aplasta lo que no abarca. La razón queda integrada pero
como testigo, no deja de estar, lo que dejamos de estar somos nosotros a ese
nivel racional. La experiencia intensa, la experiencia de vida, manifestada en
cualquiera de sus posibilidades, tiene que trascender la palabra, la
significación, lo racional y sacudir otros niveles, digamos. De ese modo nos
liberamos de esa mecánica carcelaria de la mente en la cual estamos hablándonos
todo el día para explicarnos todo y alejarnos los miedos.
El Oriente no sucede
tanto. Usted recuerda cómo describen los textos la belleza del sabio rabino
Yohanán bar Nafha: hay que tomar un cuenco recién salido del orfebre, llenarlo
con los granos de una granada, cubrirlo de pétalo, colocarlo al mediodía, entre
el sol y la sombra, y el primer destello que reciba será casi tan hermoso como
Rabbí Yohanán. A un occidental le costará entender esta explicación.
Pero
es la quintaesencia de la creatividad. Eso es el arte, crear esa chispa; el
problema con la literatura y la poesía, como trabajan con palabra, es que la
gente busca lo conceptual, lo exacto, el mensaje, pero la función del arte, y
de la poesía especialmente, es que genere un acontecimiento en el otro de
sentido, que el otro cuando nos lea se sepa vivo en quien ha escrito el poema.
Se sienta convocado. Va más allá del significado. El significado es el apoyo,
igual que el diálogo entre personas es el apoyo para el encuentro, que pasa más
allá de la conversación. Uno se sienta con alguien que ama para estar, para
estar juntos, más allá del diálogo.
Definitivamente, no
sabemos sentir...
Mientras
comprendemos, controlamos, y mientras controlamos no necesitamos entregarnos.
Somos los que estamos frente a la realidad, sabemos lo que es la realidad y la sostenemos ahí, separada. El problema de
la realidad no es la carencia, es el exceso que es la realidad. La forma humana
de mantener ese exceso afuera es la comprensión, cuánto de ese exceso podés dejar que te llegue y significar. Sentir ese sentir
y significarlo. Tememos ese exceso de la realidad, tenemos miedo a la entrega.
Vivimos sin haber tomado conciencia de
que no dominamos nada, porque yo no elegí nacer, ni voy a elegir morir, estoy
flotando entre dos decisiones que se llamó mi vida. Eso nos debería hacer
comprender que estamos sostenidos por una gratitud. El problema es el atreverse
a aceptar esa gratitud. Ese es un salto que uno no se atreve a dar, que nos
impide entregarnos. ¿Por qué no nos entregamos? Llámalo alienación, pecado,
hibris, como quieras, pero las narraciones cuentan el parto, que es partida;
desde ahí caminamos. Pero el ser humano no nació en armonía, sino en una
contradicción que tiene que resolver. Nosotros tratamos de resolver
racionalmente y eso no funciona. Pero esto ya lo hablamos antes.
¿Merece la pena vivir
sin entregarse a lo vivido, a lo que se vive?
Cada
uno llama vivir a lo que sabe; el que no se entrega no sabe que no se entregó.
Puede sentir carencia, pero no sabe de qué carece. El problema de nuestro
sistema es que te explica todo. Si tienes carencia, vas al psicólogo y él te lo
explica, pero es su explicación; el deseo fue captado, nos quitaron el deseo
último, que es el deseo de absoluto, es decir, de la nada, y nos colocaron
entre medias tantos deseos inútiles que nos cuesta llegar al auténtico.
El dolor ¿se mitiga, se
convive con él, se cierra, desaparece, alumbra, quema, sostiene, vivifica..?
Hay
dos movimientos, el dolor y el amor, flujo y reflujo de la existencia. Cuanto
más hondo cala el dolor, más espacio tendrá el amor para experimentarse y viceversa.
Occidente optó por negar todo el dolor.
El dolor siempre había sido la gran
conciencia humana, la conciencia de la acritud, pero en la actualidad el dolor
es un asunto técnico. Lo resuelven los médicos, ya no hay reflexión en el
dolor. Hemos eliminado los tres espacios que nos colocan en la reflexión más
honda: la vejez, la muerte, la enfermedad. Son los tres espacios que nos dicen que
nos vamos a morir y que nos enfrenta y nos enseñan que la vida tiene una
radicalidad.
Extraño que esto suceda
en Europa, tierra cristiana. Quiero decir que Cristo se encarna, por tanto todo
en la vida posibilidad el encuentro con lo sagrado. Pero también es cruz,
dolor, por tanto...
Es
que la religión cristiana se hizo cultura; somos cristianos por nacimiento,
pero... ¿cómo puede vivir dentro del capitalismo un cristiano? No hay una
opción real por el cristianismo. La cruz es lo que llevamos colgado. Recuerda
que ni siquiera los discípulos entendían la cruz...
¿Tiene que ser así?
No,
pero en concreto es lo que es. Debe haber excepciones, pero las excepciones, lo que está mejor vivido, no
aparece, el aparecerse son esferas de poder.
Una última. Un libro.
‘Los
peces no cierran los ojos’, de Erri de Luca.
El desierto, “esa página en blanco, ese silencio, esa posibilidad”. ¡Cómo sabe uno que se sabe por no saberse?
HUGO MUJICA nació en Buenos Aires en
1942. Estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y
Teología. Esta gama de estudios se refleja en la variación de su obra
que abarca tanto la filosofía, como la antropología, la narrativa como
la mística y sobre todo la poesía.
Entre sus principales libros
de ensayos se cuentan "Kyrie Eleison" (1991), "Kénosis" (1992), "La
palabra inicial" (1995), "Flecha en la niebla" (1997), "Poéticas del
vacío" (2002), "Lo naciente" (2007), "La casa y otros ensayos" (2008) y
"La pasión según Georg Trakl" (2009). "Solemne y mesurado" (1990) y
"Bajo toda la lluvia del mundo" (2008), son sus dos libros de cuentos.
Su obra poética,
iniciada en 1983, ha sido editada en Argentina, España, Italia, Francia,
México, Estados Unidos, Chile, Eslovenia, Bulgaria, Ecuador, Costa
Rica, Venezuela y Uruguay. En 2013 publicó "Poesía completa 1983-2011",
en la editorial Vaso Roto, México-España, en 2013 se editó su último libro de poesía: "Cuando todo calla",
por el que recibió el XIII Premio Casa de América de Poesía Americana.
Su vida y sus viajes han sido el material principal de su obra, hitos
como el haber vivido y participado de la década de los 60 en el
Greenwich Village de Nueva York, como artista plástico, o el haber
callado durante siete años en el silencio de la vida monástica de la
Orden Trapense, donde comenzó a escribir, son algunos de los mojones de
su historia.
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