ÁNGELES CASO
“Escribes
por poner un poco de orden
en el caos”
Tres hermanas. Tres mujeres que comparten el
cuidado de su padre, de su hermano –a la deriva en la resaca del alcohol, que
hacen la casa y zurcen las camisas. Tres escritoras que en la intimidad de la
cocina se participan sus inquietudes literarias, y se acompañan en sus
historias. Tres. Charlotte, Emily, Anne. Brontë de apellido. Ángeles Caso ha
querido acercarse a la intimidad de estas tres jóvenes en su última novela,
‘Todo ese fuego’ (Planeta), una narración (parte recreada, parte fidedigna) que
permite al lector asombrarse de la sencillez de la grandeza, en tantos órdenes.
De estas tres mujeres,
que cuando uno va leyendo la novela ve que tiene muchas cosas en común, aunque
también cada una su propia personalidad,
¿por cual ha sentido más querencia?
Emily
tiene algo especial... Es una mujer extraordinaria; lo que más impresiona de
ella, sobre todo, es pensar que fue un genio, porque realmente lo era, y ni
siquiera fue consciente de ello. Lo vivió todo con una naturalidad y una
tranquilidad absoluta, sin darle ninguna importancia, a pesar de que los
escritores tendemos a llenarnos de nuestro propio ego.
Que Emily dejase no de
escribir pero sí de publicar, ¿es un acto de rendición, de desquite, de
inseguridad..?
Es
un acto de independencia. Es decir, era una mujer que había conseguido ser
autosuficiente en su propio mundo. Era feliz leyendo poemas mientras pelaba
patatas, caminando por los montes, teniendo sus momentos de éxtasis místico. Se
había sentido desvirgada por la lectura de los demás. Digo desvirgada porque es una expresión que utiliza el pintor Paul Gauguin
en algún momento. Dice que, cuando cuelga sus cuadros en alguna exposición,
siente que los espectadores están desvirgando
su alma. Sospecho que Emily sentía algo similar. Trata de evitar una excesiva exposición
ante los demás y se decanta por vivir hacia dentro. Digamos que era una mujer
profundamente secreta.
Leyendo el libro, y
aunque siempre se ha dado por sentado que el oficio de escritor es un oficio
solitario, da la sensación de que sin esa urdimbre personal entre las tres
hermanas no se hubiera dado esa triple faceta literaria.
Es
muy probable. Cuando son niñas y adolescentes tejen ese mundo propio de escribir
y seguramente ninguno de ellas en solitario hubiera sido capaz de desarrollar
ese talento inmenso que desarrollaron. Realmente es un milagro de la historia
lo que ocurre en esa casa entre esas cuatro personas (incluyo, aparte de las
tres hermanas, al hermano, Branwell, que se autodestruye). Pero esas tres
personas alimentándose el talento, un talento desmesurado, es una cosa única,
con una energía especial.
En un caso similar al
de la familia Panero, también escritores todos pero que serviría como contrapunto
a las Brontë: la destrucción en el caso español y la luminosidad dentro de toda
la tragedia del ejemplo inglés...
Pero,
fíjate, los Panero se parece a Branwell, siguen su ejemplo, es decir, hablamos
de gente muy inteligente, muy culta, muy sensible, que escoge el camino de la
autodestrucción. No sé si tiene que ver o no con la condición masculina. Ellas
encuentran esa fortaleza dentro de sí mismas, que es algo que nos pasa más a
las mujeres, que nos agarramos más a la tierra que los hombres. Ellas, en medio
de esa generalidad, en vez volverse locas o disparatadas, se agarran a la
realidad y, probablemente, el hecho de tener que ocuparte de la vida doméstica,
tener que cuidar de su hermano y su padre, las obliga a tener los pies muy bien
puestos en el suelo y las ayuda a expandirse, al contrario del caso de los
Panero. Quizá si todos hubieran sido chicos hubieran acabado destruidos...
¿Qué pasa por la cabeza
de una persona como el hermano que al final decide abandonarse a sí mismo?
No
lo sé pero he conocido mucha gente así. Cuánta gente en los años 80-90 con esas
características acabó destruido en el mundo de la droga, del alcohol... Son
personalidades que se repiten y que, además, suelen ser hombres. Quizá porque
son personas débiles. La inteligencia y el talento siempre tienen una
contrapartida: el sufrimiento. Supongo que hay gente débil que no es capaz de
superar las fases de sufrimiento que provoca la propia inteligencia o la propia
sensibilidad. Son los que se autodestruyen.
¿Por qué el arte se siente
más cómodo dentro de la desdicha, el desamor...?
No
lo sé, personalmente opino al revés. Cuando estoy mal no escribo porque me
bloqueo... Necesito estar bien, tranquila, contenta, satisfecha, bien
alimentada para ponerme a escribir, pero es verdad que hay todo este aura
legendaria en torno al sufrimiento. Quizá lo que te moviliza a escribir es más
el sufrimiento que la felicidad. Más bien considero que lo que a uno le
moviliza a escribir es la insatisfacción. Cuando la gente es feliz tiende a
vivir y a disfrutar de la vida. Parece que no necesita contarlo, ya tiene
bastante con lo que está viviendo. Necesitas ponerte a contarlo cuando hay
negrura, cuando no entiendes lo que ocurre. Escribes por poner un poco de orden en el caos. Quizá por eso la literatura se
acompaña de sufrimiento.
El libro toca muchos
temas de forma directa o tangencial. Uno es de lo que sana la literatura. Para
ellas, la literatura es una forma de sanación. Hoy en día ¿también ejerce ese
papel la literatura?
Hay
una literatura muy masiva que es la del puro entretenimiento, que está muy bien,
la respeto mucho. Luego está la otra literatura, que es la que a mí me interesa
como lectora y como escritora. Nunca he buscado en un libro pasar un rato
entretenido. No es lo que busco ni lo que pretendo cuando escribo.
Caramba, pero ‘La isla
del tesoro’, ‘Moby Dick’ o tantos otros libros redondos también entretienen...
Sí,
a veces confundimos lo bueno con lo sesudo o con lo aburrido. ‘Todo ese fuego’
tiene una trama en la que no pasan muchísimas cosas, en realidad parece que no
pasa nada, es un día en la vida de unas mujeres que planchan y escriben. La
literatura que a mí me gusta hacer y que me gusta leer es la que reflexiona
sobre la condición humana, la que se cuestiona la vida. La poesía es otra cosa.
Un buen poema es un momento milagroso en la vida. Es un instante, pero ese instante
es un milagro con toda la belleza y el resplandor posible. Esto, por ejemplo, es
curativo y los que tenemos esa enfermedad sólo nos cura encontrar en algún instante
esa luz. Por desgracia, creo que a la mayor parte de los lectores les interesa
más la otra literatura, que hay lectores que no llegan a engancharse en cuanto
que encuentran un grado de profundidad, en el lenguaje, en los conceptos.
Me viene la imagen a la cabeza de la escena en la que María,
dirigiéndose al reverendo Wilson, pone en entredicho la predestinación.
¿Qué tiene más verdad la vida o la
literatura?
¿Son
cosas diferentes, tú crees? Para mí es lo mismo. Escribir un libro forma parte
del azar como el resto de las cosas que ocurren en la vida. Azar o destino.
Todavía no acabo de saber si el destino existe o no. Los libros que he escrito
no los he buscado yo. Las historias me han buscado ellas a mí. De hecho, pasé
una larga temporada de sequía como novelista que duró ocho años. Por más que me
empeñaba en encontrar una historia no la
encontraba. No soy capaz de encontrar una. Son ellas, las tramas, los asuntos, los
que me encuentran a mí. Por lo tanto, literatura y vida para mí acaban siendo
lo mismo.
¿Y cómo la encuentran
las historias?
Es
un momento extraordinario, una revelación. Lo vivo así. Es como si se me
encendiera una luz en la cabeza y digo: “esta es la historia”. Es un momento
mágico que no tiene nada que ver con la
voluntad.
Hay un momento en la
novela en el que Charlotte dice: “Nunca he dejado de pensar en las
interminables dificultades de ser mujer”. Casi dos siglos después del
nacimiento de estas hermanas, el mundo de la literatura en particular y el de
hoy en general, ¿sigue siendo tan machista?
El
de la literatura sí, y el mundo en general, también, aunque muchísimo menos que
entonces. Escribiendo sobre ellas pensaba en la suerte que he tenido de nacer
en la época en la que he nacido. Yo he hecho lo que he querido. He sido una
persona, dentro de los límites de lo razonable, muy libre. Me he desarrollado
como he querido, he viajado lo que he querido, he trabajo en lo que he querido,
he dicho lo que he querido, y nadie me ha puesto trabas. Para ellas, la vida
entera era una traba. La vida de una mujer era una vida pequeñita, ínfima...
Aunque el machismo sigue siendo una realidad que todas, por desgracia, vivimos
en determinados momentos de nuestra vida o en determinados ámbitos, y el ámbito
de la literatura todavía tiene mucho machismo. La prueba está en que se sigue
hablando de literatura y de literatura femenina, como dos cosas distintas. Yo
estoy encantada de que se hable de literatura femenina y defiendo que mi
literatura no tiene que ser como la de
un hombre porque mi vida es distinta y mi vida es una vida de mujer. Yo escribo
desde lo que soy, y ser mujer condiciona todo, para bien y para mal. Acepto que
hablemos de literatura femenina pero exijo que hablemos de literatura
masculina. No dando por sentado que ellos son el gran tronco y nosotras una
rama menor. Para muchos lectores y críticos todavía seguimos siendo las
sensibleras. Ves las listas de los premios y ¿cuántas mujeres han tenido un
Cervantes?, ¿cuántas un Premio de la Crítica?
Ana María Matute, Elena
Quiroga... poquísimas, en cualquier caso...
Desde
el 59 hasta 2013 ninguna escritora publicó una novela en nuestro país que mereciera el Premio de la Crítica. ¡Por
favor! ¿Quién se va a creer esto? Charlotte sabía que la recepción de sus textos
sería muy distinta si se sabía que quien escribía era una mujer, por eso optó
por publicar con pseudónimo masculino.
Hay un momento en el
libro en el que se hace una distinción entre los seres que se amoldan y los
seres que van dando tumbos por la vida. ¿Por qué, si nadie quiere ser como
estos seres en su vida –los desnortados, los tarados- nos fascinan tanto?
Tienen
un atractivo especial. La gente inmadura, contradictoria, un poco loca, nos atrae mucho pero no me había parado nunca
a pensarlo. No sé cuál es la razón.
Le dedica el libro a su
sobrina Inés. ¿De qué depende que llegue a ser “esa gran mujer” que espera de
ella?
Estoy
segura de que lo será. Ya lo es, con nueve años. Es muy inteligente, muy
profunda y, al mismo tiempo, muy cariñosa, muy sensible y tiene una mirada muy
compasiva sobre el mundo. Vive en París y, hace poco, me contaba que en su
clase hay un niño que es el marginado y ella y sus amigas se organizan para que
todos los días en el recreo no esté solo. Me lo contaba con muchísima
naturalidad y a mí se saltaban las lágrimas. Pensé: “qué preciosidad de
criaturas, ojalá sean capaces de conservar esa capacidad de compasión por los
otros”. Ojalá mantengan eso vivo. Una niña que hace eso con nueve años lleva
muy buen camino.
Charlotte tenía miedo
de las críticas a su textos, ¿Usted también?
Muchísimo,
me aterra. Durante años, me hizo sufrir muchísimo la crítica porque creo que
fueron muy injustos conmigo. Me criticaron partiendo de un prejuicio: como
había trabajado en la televisión, creyeron que era una petarda famosa que
quería aprovecharme de eso para escribir. Y yo quería ser escritora desde pequeña.
Mi padre era catedrático de Literatura, leí ‘El Lazarillo de Tormes’, el ‘Poema
del Mío Cid’, ‘El Quijote’... me crié leyendo a los clásicos y esa especie de
menosprecio con el que me trataron me dolió mucho durante un tiempo. Me dolió
la falta de respeto. Ahora ya me duele mucho menos. Me he distanciado bastante
de eso. Además, ahora se me respeta bastante más.
Le
devuelvo en forma de pregunta algo que Emily tiene clarísimo: ¿Nadie se
muere por amor cuando la persona a la que ama se muere?
De
hecho, ellas mueren por amor. En ocho meses mueren las tres, sin haber estado
enfermas. Desarrollan la enfermedad y se mueren en un tiempo cortísimo. Emily
se muere por amor a Branwell y Anne se muere por amor a Emily. ¡Claro que se
puede morir por amor!
Esther Peñas
*Fotografías de Javier Lorente.
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