Hugo Mujica, poeta
La carne reclama su lugar en
la vida.
‘Dionisos’ (‘El hilo de
Ariadna’) es un ensayo en clave poética sobre el exceso, sobre la vida, sobre
el aquí y el ahora (parámetros de lo real que siempre parecen escaparse), sobre
lo vital, de la naturaleza y de la celebración del cuerpo. Su autor, Hugo
Mujica (Avellaneda, Buenos Aires, 1942), poeta, religioso, labrador de grietas
y zahorí de lo múltiple, camina tras los pasos del dios del vino y la miel haciendo
hostería en reflexiones de textos órficos, Mirtida de Antedón, Hesíodo, Platón,
Giovanni Pico della Mirandola o Ramón del Valle Inclán. Habla y todo acontece. Conversar
con él, que reciba lo abierto de ciertas preguntas (“veo que sigues igual de loquita”) y que gesticule como si
comprobara la temperatura del agua es la maravilla.
El
exceso creador/ que se desborda creándose:/ excediéndonos”. Dionisos, el
poemario, ¿es una reivindicación del exceso?
Es un una constatación del exceso,
el exceso no necesita ser reivindicado, en todo caso lo que nosotros hacemos es
acotarlo porque el exceso nos excede y, como nos excede, nos pide la entrega y
nosotros estamos acostumbrados al dominio. Entonces, lo que pasa nuevamente es
que hay un brote creador que rompió toda esa estructura que por milenios nos
sirvió y que llamamos ‘Occidente’, que era la existencia sometida al principio
de identidad. Había una sola historia, el individuo era una sola cosa, dios uno
solo… dominó el parámetro de lo uno en detrimento y castigo de lo múltiple, de lo creativo, del exceso si querés, pensá que Dante manda a Ulises al infierno solo por haberse
atrevido a ir al mar. Todo ese mundo que nosotros configuramos, que fue
necesario porque resultó una época y una cultura entorno al dominio de la
identidad, se rompió, y apareció de nuevo la dignidad de lo múltiple. Lo
múltiple era menoscabo de lo uno y ahí hay como un renacimiento, el concepto de
infinito que occidente lo había anulado.
¿Por
qué lo proscribió?
Porque si hay infinito no hay
centro, si no hay centro no hay entorno en el que organizar todo, no hay un jefe,
un dios, un padre. Todo eso es lo que nosotros empezamos a sentir como ahogo,
como que ahora ya la cultura no nos contenía, eso es para mí el regreso de
Dionisos, en el sentido de que Dionisos es la physis, la naturaleza, lo que siempre entendimos que era eso que
crece, si querés decir el cultivo que nosotros hicimos cultura, y ahora la vida pide de nuevo
más vida. Nuestra gran nostalgia en los últimos tiempos ha sido de vida;
estamos funcionando, entendiendo, pero no estamos viviendo, perdimos la
desnudez y la cercanía de la vida y Dionisos es ese nivel donde las cosas
brotan y todavía no se hicieron cosecha. Nosotros tampoco logramos una cultura
nueva, no logramos simbolizar el exceso, pero eso lleva mucho tiempo.
“Estamos
funcionando, entendiendo, pero no estamos viviendo…” Martín Gaite lo dijo de un
modo hermoso: lo raro es vivir…
Claro, sí, es que lo raro es
vivir, porque la vida es un exceso, y nuestra cosa es cómo acotarla porque es
necesario para nuestro sistema de comprensión -que es de acotación y adaptación
a lo que podemos absorber-. El problema es cuando eso se cosifica (que con el
tiempo todo se cosifica) y ya no deja entrar más vida, empieza a vivir desde sí
mismo, vos metiste cuatro datos, empezaste a combinar cuatro datos pero no dejás que lo nuevo te toque y te
modifique. Y lo nuevo es la vida que pulsa por ser más vida. Somos un ratito de
un océano de vida.
A
mí este poemario me resulta una reivindicación de la épica de lo inútil, desde
su celebración.
Me gusta esa expresión, sí, es
eso. Precisamente, acabo de dar un curso sobre la vida errante, con la idea de que
ya en el siglo V y VI a.C. de que la gran sabiduría es no haber nacido. Las
primeras 34 palabras que tenemos, que
son de Anaximandro, hablan de que haber
nacido es una culpa, castigo y expiación, porque si hay un uno, todo lo que se
separa del uno le quita al uno. Pero si hay múltiple todo lo celebra.
Vuelve
a la idea de la gratuidad, tan presente en su obra…
Es que esta idea de la
gratuidad es radical. Vivimos desde el siglo XVII en la idea basada en la
productividad, que no es mala, pero el producto siempre está al final y no en
el mediante, y por eso tenemos nuestros esquemas de postergación de la vida: va
a venir el Estado sin clase del comunismo, va a llegar el banquete del consumo…
siempre hay un después que nos quita la posibilidad de estar habitando y, por
lo tanto, creciendo, arraigando en el presente, y eso hay que recuperarlo. En
la antigüedad, cuando brotaba algo se decía “Dionisos brota”. Dionisos era el
nombre del brotar y algo muy lindo es ese pasaje en el que Grecia está sumida
en la esterilidad y viene Dionisos y donde pisa sale miel y vino; a medida que
el vino se aleja de la fuente se agua. Nosotros, al revés, pusimos el vino al
final del camino, y caminamos por agua. La idea es recuperar esta vincularidad
con la vida, no con la existencia, que es una teoría sobre la vida, recuperar
el tacto, lo sensible, el cuerpo, todo eso que había sido negado porque lo
sensible es múltiple, porque el cuerpo no es lo ideal y entonces se equivoca. Negamos
la corporeidad que es nuestro contacto con la vida, vivimos el cuerpo, no en un
cuerpo.
¿Siempre
es preferible lo sensible a su abstracción?
Exacto. Vine a España para ver
la exposición sobre Francis Bacon y, al salir de ella, justo enfrente había otra
exposición sobre arte griego. Qué siente mi cuerpo al salir de la carne exacerbada
y entrar en el mármol idealizado. Las dos cosas son reales (en realidad las dos
cosas son mentira, son cuentos que nos contamos pero un cuento produce una cosa
y otro, otra). Y me parece que nos
quedamos demasiado en el mármol idealizado. La carne reclama su lugar en la
vida, estamos en la gratuidad. Todo es una narración que nos hacemos para
sostenemos en la existencia creativamente. Cuando me preguntan por el más allá,
por el sentido de la vida, cito a Lispector que dice algo bellísimo: mi vida es
algo demasiado rico para encerrarlo en un sentido. Por qué tiene que haber un
resultado, por qué tiene que haber un sentido, un por qué. Si le sacás el porqué te sacás la vida productiva de encima. Recuerdo, cuando fue trapense,
mis dos primeros años de formación. Había días que me mandaban a pasear al
bosque y me decían algo que entonces me parecía una herejía: andá al bosque, pero no reces, porque
eso es seguir sacando cuentas. ¿De dónde había inventado que yo tenía que hacer
la vida? ¿Y cargarla en el hombro, y darle un sentido? De repente todo estaba
ahí, brotando de nuevo.
Bacon
y el mármol idealizado me lleva a otra constante en su mirada, los contrarios,
no como contrarios sino como dos momentos de la misma cosa. Usted siempre lo
sintetiza así: flujo y reflujo.
Total, total, sí, porque
siempre estamos acomodándonos, es un trabajo en el sentido creador la vida, no porque
uno la tenga que hacer pero sí la tiene que significar, y uno prefiere el significado que le venden a crédito.
Deseo
de ser uno mismo, de desear ser consecuente con lo que se desea, pero, ¿cómo
saber lo que se desea, venciendo la inercia de uno mismo y sorteando los
estímulos que nos dicen qué desear?
El primer paso es la
deconstrucción, tienes que tener claro que todo es una escenografía, entonces juegas
con la escenografía pero no te la crees; las escenografías son reglas dentro de
las que tú podés jugar, si no hay
reglas es locura. Pero tenés que
saber jugar, crear, y saber que desde Sócrates, que inventó un daimón, una voz
interior, que todos tenemos ese daimón que nunca nos dice qué hacer, sino qué
no hacer; es parecido a cuando uno crea, no sabe lo que está diciendo, va detrás
de las palabras y lo que va sabiendo es cuando no es. Hay que poner atención
cuando uno siente qué hago acá, porque entonces cayó en la repetición, y solo en
el frescor de la vida todo fluye. Lo que tenés
que saber es lo que no va. Las pocas cosas que supe es cuando algo ya se había
agotado, y hay que ser fiel a eso, saber cuándo algo no dispensa más vida, porque
uno se mete en dos en tres cosas y piensa que son para siempre, fue educado así.
Y
luego nos frustramos…
Obvio. El todo da todo lo que tiene para dar, y a
todo le pedimos que sea dios.
Por un lado, el Eros, en el
sentido que nosotros heredamos (hay muchas tradiciones pero una heredó la academia),
la idea de que vamos detrás de lo que no tenemos, en el sentido de que es
carencia, pero hay otra idea de que vamos de celebración en celebración, el Eros
es esa pulsión que quiere más vida pero no en el sentido negativo sino en el
sentido generativo. Mejor la vida en plenitud en vez de pensar que uno está atrás
de lo que no tiene porque le falta. Uno está acá para celebrar, la vida tiene
ese plus que solo le da al que la celebra. Lo que trato de remarcar acá es un
nuevo concepto de identidad, nuevo en relación a lo que nos metieron en la
cabeza, de que soy un sujeto y ahí hay un objeto, o que Dios me hizo a mí… esas
dos cosas separadas es contra lo que me rebelo. Somos una cocreación, fuimos
mandados a la vida y en la vida empezamos a ver cosas y a responder. La vida
estaba antes y va a seguir después, y yo soy aquel que vino a contestar a las
cosas que me fueron viniendo de una forma que nunca habían sido contestadas
todavía. Lo mismo sucede con Dios, ¿no tiene que pasarle algo a Él conmigo?
Y
dentro de ese vivir la vida gozándola, habrá que permitirnos una porción de
ignorancia, que es un descanso necesario de uno mismo, como nos recuerda
Maillard…
Hay un exceso de conocimiento,
es un vicio saber para nosotros, no está en función de la vida sino del adorno.
Es
que el consumismo propone simulacros hasta de vida…
Porque en realidad si vos mirás la propaganda te das cuenta de que
está basada siempre en ese discurso muy esencial de la vida, te prometen
libertad, amor, ni ellos saben de lo que hablan, pero te están engañando, desde
la Coca-Cola al new age.
Diciéndote
qué cosa son las cosas…
Obvio. Esa es la problemática,
que te hacen creer que tenés eso a lo
que aspirás. Todos aspiramos a la
libertad, y ellos te dicen: esto es la libertad, y entonces te crees que
encontraste algo y dejas de buscarlo.
“El
Paraíso no fue perdido, perdimos el asombro”. Ganó la sospecha.
La sospecha es algo negativo,
el asombro es ese instante en que estamos con la boca abierta, no te separaste
de aquello ante lo que estás asombrado (ni siquiera eres ante, porque es una comunión
el asombro). Por condición humana te retirás
para decírtelo y ahí poder tenerlo y entonces lo perdiste. Se parte de lo que
ya sabe y a lo que ya se sabe se trae algo nuevo, pero se prefiere corroborar
una y otra vez nuestro discurso, y el asombro no pertenece al saber, sino al
estar abierto, a la pregunta. La respuesta es el cansancio de la pregunta, el
miedo. La pregunta, el asombro, ese estar en vilo no tiene contenido, es nuestra
apertura a lo otro.
Quizás
porque al mirar siempre colocamos el significado en vez de dejar que lo mirado
nos signifique…
Dejarnos afectar, eso es la creatividad,
hacernos vulnerables a que nos afecten las cosas, hacernos pasivos, que suena
mal, hacerse pasible a ser modificado, a que el otro te toque, pero no nos
centramos en el verdadero diálogo, en la mutua afectación y transformación.
¿Es
posible volver a religarse con la naturaleza, con el otro, con lo otro?
Sí. Sin querer ser apocalíptico,
estamos viviendo mutaciones impresionantes, estamos dejando de ser el homo
sapiens, se acabó esa idea de vincularnos con la vida a través del entenderla,
ese proyecto que terminó con más de cuarenta millones de muertes en el pasado siglo, con esta
idea de que íbamos a manejar la historia a través de la razón. Eso ya no vende
y se está cayendo todo, el fin de una simbolización, de Occidente. Y ahora no
sabemos qué viene. La apuesta que habíamos hecho por la comprensión el mundo se
perdió. Antes tuvimos al homo faber, que estaba en el mundo a través del hacer.
¿Has visto esa serie nueva de las hermanas Wachowski, ‘Sense8’?
No
tengo televisión ni nada que haga las veces de ella…
Tenés que
verla. Hicieron esta serie en la que simulan que, entre el homo faber y el homo
sapiens hubo el homo sense, que siente, el hombre que se comunica a través del
sentir, y me interesa muchísimo esa idea del sentir, lo que despierta al otro,
la vincularidad nueva a través de eso que fue negado. Pienso en Bacon y creo
que en realidad Occidente no tuvo cuerpo, sino idea de cuerpo, y tenemos que
reconciliarnos con él, con nuestro pedazo de naturaleza, hacerlo vulnerable de
nuevo.
“La
naturaleza, lo que nos es dado, no nos completa, en lo inacabado, creamos”. Y
esa creación, a su vez, ¿es inacabada?
Sí, porque si no significaría
que hay un fin sino un acontecimiento.
Y
el acontecimiento nos traspasa…
El acontecimiento, a
diferencia del hecho, de la historia de lo que sea, acontece, sin una razón, sin un destino, es
como la obra de arte, acontece, no se explica. La vida podría ser ese juego.
¿Qué
encuentra uno cuando abre el tajo, la hendidura, la grieta?
Nada, y esa nada es la mística.
De todo lo que digamos es el borde, no es el tajo. No hay que caer en la trampa
de la explicación. Son lugares, el tajo, lo que se abre, en el saber de no
saberse. El que corta tela sabe que lo
que se abre es lo que no estaba pero aconteció y regaló espacio.
¿Es
el tedio lo que nos mata? ¿Nos salvaría cantar la nada, como propone la
Negroni?
En realidad, el tedio fue uno
de los grandes temas del siglo II, la desidia, y uno de los años cincuenta, aunque
vos no estabas, así te salvaste de aburriste. Entonces descubrimos el
aburrimiento, con Moravia, con Antonioni, con Sarte… todo era aburrimiento, y
ahora vuelvo a ello y no me explico por qué me sentía tan bien sintiéndome tan
mal. Estoy muy en contra, casi militarmente, del nihilismo de la queja. No es
que antes fuera mejor, es que antes éramos jóvenes, solo eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario