Remedios
Zafra, escritora y teórica española
Las mujeres en nuestra cultura tienen
un perverso linaje de precariedad.
un perverso linaje de precariedad.
Remedios
Zafra (Zuheros, Córdoba, 1973) escribe de tal modo que es imposible evitar el
roce. Nos cuestiona, nos interpela, nos propone. Inútil pretender salir ileso
de sus narraciones. Lo cual es ya la maravilla. Su último trabajo, ‘El
entusiasmo’, discurre por la precarización del trabajo creativo en nuestros
días, la mujer como objeto de pillaje capitalista, también en el territorio
artístico, y el entusiasmo como bujía de satisfacción fingida. Todo ello para
devenir en la frustración, que queda explicada por la estafa de la que hemos
sido objeto: nos hicieron creer que éramos libres. Alumbrado con el Premio Anagrama
de Ensayo, ‘El entusiasmo’ es un texto perfecto para embridar el año.
Frente al entusiasmo clásico, ese ‘éntheos’ con el que los griegos
llamaron a esa conciencia, a ese sentimiento de sentirse plenos de existencia,
en tu ensayo denuncias la perversión del término. ¿Cómo diferencia uno de otro?
Diría
que, a diferencia de la exaltación que conlleva ese entusiasmo vinculado a la
inspiración y a esa “plenitud de existencia”, el “entusiasmo fingido” es aquel
alimentado por un sistema competitivo y que se imposta para lograr “ser visto”
y “elegido” en una lista de candidatos a trabajos precarios. Justamente
aquellos que surgen cuando los trabajos estables y remunerados se desglosan y
ofrecen hoy como “premios” en sí mismos (esa beca no remunerada, ese trabajo
pagado con experiencia certificada o con “visibilidad”…) “El hombre fotocopiado”
del que hablo en el libro sería un ejemplo de este entusiasmo inducido, frente
al entusiasmo de quienes crean de manera sincera, o lo hicieron antes de sentir
estar perdiendo esa pasión. Una clave de la diferenciación puede verse en la
pregunta: “¿Cómo elegir al triste cuando está el entusiasta?”. Allí donde los
trabajos creativos suelen venir precedidos por altas dosis de motivación y en
muchos casos por vocación, se sigue legitimando que el entusiasmo puede ser un
valor añadido, no ya para trabajar mejor sino para demostrar que incluso se
puede trabajar gratis o por poco, porque dicen a menudo los entusiastas: “para
mí este trabajo es ya un pago”. Se normaliza la idea de que forman parte de un
“camino” laboral que cada vez se prolonga más en el tiempo (y que no afecta
sólo a jóvenes), derivando en una apropiación interesada, en primer lugar por
parte del sistema capitalista que naturaliza la precariedad y logra mayor
beneficio y producción con mínimo esfuerzo. En segundo lugar, como recurso impostado
de los propios damnificados, que se valen de la máscara entusiasta para lograr trabajar
en un contexto de mayor rivalidad.
Leyendo el texto uno se da cuenta de que las ramificaciones del
poder nos están inoculadas en territorios inimaginables (la mente, por
simplificar). Una vez introducidos esos tentáculos, ¿hay enmienda posible?
Entre
las múltiples formas de poder, las que más me interesa sugerir son aquellas que
se asientan y construyen nuestra vida cotidiana, las que atraviesan nuestras
decisiones y expectativas, sin ser apenas perceptibles. La enmienda es, me
parece a mí, la conciencia. O al menos empieza por ella. Creo que lo que nos
induce a tolerar estas formas de poder de las que se habla en ‘El entusiasmo’
no es que operen como potencia explícita que restringe, sino como potencia
silenciosa, que suele pasar desapercibida y normalizarse en la repetición y en
el “todos lo hacen”. Sin embargo, entender que las construcciones del poder son
“construcciones” y no vienen dadas porque sí en las personas, es decir,
identificarlas como formas convenidas y artificiales es clave para comprender
que son modificables. Es la base de la transformación cultural donde la
capacidad de agencia de cada persona
y también el poder político y simbólico de crear contagio son mecanismos que nos definen como agentes activos.
Una de tus conclusiones es que el ámbito creativo/cultural se ha
feminizado porque es un ámbito ‘laboral’ de escasa rentabilidad (crematística)
para quien lo ejerce. Sin embargo, al ser un oficio en el que se forja, de
alguna manera, los valores más o menos sociales, ¿no resulta un arma eficaz
para la mujer, para que pueda ‘ocupar su lugar’
No
diría que es una conclusión sino una descripción. Lo que sugiero es que los
trabajos de las mujeres siguen promoviendo en ellas una mayor flexibilidad,
temporalidad, polivalencia, invisibilidad y precariedad y que, en los distintos
ámbitos profesionales (también en el cultural), siguen ocupándose de las tareas
menos remuneradas. Las mujeres
en nuestra cultura tienen un perverso linaje de precariedad con base en un
sistema patriarcal. Y me preocupa cómo ahora que se vende una mayor igualdad
pasamos por alto que estas características también describen las prácticas de
trabajo precario en los ámbitos culturales, académicos y creativos, justamente
cuando están más feminizados,
Que
las mujeres puedan acceder a cualquier trabajo, de cualquier ámbito, es una
cuestión de justicia social. Que puedan incluso “soñar” con ello es un reto
para la igualdad que debe movilizarnos, porque la imaginación está lastrada por
las herencias y referentes que reiteran determinados modelos. Claro que el
trabajo en los ámbitos creativos y culturales tiene el aliciente de los ámbitos
reflexivos que permiten imaginar y transformar mundos, pero sigue pasando que allí
donde hay trabajos más liberadores y creativos (también más prestigiados,
visibles y remunerados) siguen siendo mayoritariamente para los hombres.
La Sibila que empleas en tu ensayo (similar en algunas cuestiones
a la Jovencita de Tiqqun), ¿se engaña creyendo que vive ‘su’ vida o simplemente
no es consciente de que lo que vive es ‘una fotocopia’?
Bueno,
eso que parece una fotocopia y que coincide con las vidas de otras personas a
las que nos parecemos llamativamente es “la vida de Sibila”, lo irreal es esa
vida idealizada que aplazamos como proyecto futuro y que tanto moviliza como
frustra. Lo del engaño es un tema complejo. No obstante, no creo que en las
escenas que se narran en el libro Sibila se engañe pues surgen de una parada
reflexiva que conlleva una existencia asumida, “habitar el conflicto”, es decir
se producen desde una “toma de conciencia” de su precariedad que busca un
posicionamiento. Por otra parte, Sibila piensa en distintas maneras de
autoengaño que ella podría instrumentalizar para ayudarle a hacer más fácil su
vida entre trabajos temporales y pantallas, pero la conciencia terminaría
convirtiéndolo en un mero “juego de máscaras”. La especulación sobre formas inducidas
y electivas en la red es un tema que me interesa y desarrollo en el capítulo
dedicado a la pantalla como marco de fantasía.
¿Qué precio tiene “decir lo que se piensa, hacer lo que se quiere,
vivir como se sueña”?
Me
parece que es el juego de fuerzas entre la libertad y el miedo lo que permite
una mayor cercanía a ese estado, que es una motivación más que un estado. El
precio, por tanto, tiene que ver con las condiciones que nos permiten una vida
con mayores grados de libertad y menores de miedo. Raramente una vida precaria
lo permite.
Casi mil personas en el mundo no tienen acceso a la electricidad.
Cuando nosotros seamos puro avatar (en el sentido más tecnológico del término)
¿ellos serán la esperanza de lo humano?
No
creo que se trate de polarizar entre lo digital y lo analógico, o lo natural y
lo tecnológico. El mundo, incluso para quienes no están conectados, es
irreversiblemente un mundo globalizado y ciborg.
La esperanza es algo que se mueve para mejorarnos, pero nunca termina de
materializarse porque cada situación carga con sus conflictos, cada potencia
con sus amenazas. Las formas de vida que a menudo dibujamos como más naturales
no son panacea si esconden o incluso amplifican formas de desigualdad (sobre
todo para las mujeres). Pensando como mujer con una importante discapacidad
visual y habiendo nacido en un contexto humilde, no puedo creer ni que el
pasado sea mejor, ni que otras culturas menos tecnológicas lo sean. El mundo
tecnológico y en red es muy mejorable pero nos ha proporcionado muchos logros
que nos permiten ser algo más iguales, aunque conllevan nuevas formas de
opresión. En mi caso, todo esfuerzo por visibilizar sus zonas de sombra está
motivado por una crítica política que busca ser transformadora bajo un
compromiso de construcción y mejora social.
“Rotos los lazos, cínico el sistema, obligados a competir, las
redes de apoyo, solidaridad y denuncia de los trabajadores enferman y se
desarman”. Pero, ¿la competitividad por el trabajo no ha sido siempre la gran
herramienta del poder? ¿Realmente esa competitividad ahora es más acentuada que
antes?
La
competitividad de ahora participa en la conversión del trabajo precario en “premio”
y lo hace tan a menudo que termina por normalizarlo perversamente. Nunca hubo
tantas personas formadas como ahora, tantas aspiraciones creativas como ahora.
La educación pública y los medios han facilitado estas expectativas que no han
sido paralelas a la propuesta social, evidenciando el profundo desajuste entre
la masa de posibles trabajadores y un sistema antiguo que no ha sabido
articular alternativas laborales estables y de calidad.. El sistema actual no
es capaz de construir una cultura apoyada en la creatividad, el trabajo digno y
la justicia social, pero debiera.
Sitúas en el fracaso la salvación de la solidaridad. ¿Por qué la
fraternidad, la solidaridad, la compasión parecen estar abocadas a no brotar en
la prosperidad, por modesta que sea?
Situó
en el fracaso la salvación de un grado de “libertad” que estamos perdiendo
cuando entramos en la maquinaria hiperproductiva. Hoy se nos vende una idea de
triunfo fácil, “tú puedes lograrlo”, llenando nuestras vidas de tareas que
dificultan el tiempo reflexivo, equiparando ganar a “tener”, hacer a
“consumir”. En este escenario, ‘El entusiasmo’ advierte del riesgo de ansiedad
que conlleva ese hacer sin descanso que aviva una ganancia superficial y
frustrante, frente a él sugiero un elogio de ese “aparente fracaso” que surge
cuando nos posicionamos y decimos “no”. Ese derecho a la negación que de pronto
nos devuelve tiempo y libertad aunque suponga renunciar a “tener” o a “estar”.
Sobre
tu pregunta, cuando la precariedad marca la vida de las personas y falla el
suelo sobre el que caminan, conseguir un sustento (un suelo) es la primera
motivación antes que la lucha política, de esto se valen quienes buscan
mantener un poder. Pero no tengo claro que la solidaridad y la fraternidad
broten sólo en la prosperidad. Hay muchas alianzas y vínculos que las
posibilitan.
Estamos siendo acostumbrados a que las ‘cosas’ sean a nuestra
medida (las tarifas de teléfono, el consumo de electricidad, la programación de
la televisión…), ¿quizás por eso cualquier disensión que encontramos que ‘no
encaja’ con nuestro yo (suponiendo que haya tal cosa) la rechazamos como si
fuera enemigo?
Coincido
contigo en cómo la personalización de los servicios define nuestra época. La
sensación de que todo es amoldable a nuestras necesidades nos hace vivir en el
espejismo de una diferenciación epidérmica que, sin embargo, nos homogeneiza
llamativamente en la estructura. Esta vida donde en casi todos los sitios nos
tratan como “clientes” puede que nos esté habituando a que si algo no nos gusta
“no lo compramos”, a que si algo no nos gusta “podemos desactivarlo”. Es así
como la vida en las redes siempre tranquiliza mostrando la posibilidad de
“apagar”, “cerrar”, “salir” y si hay que posicionarse mejor “gustar” que
disentir. Gustar crea pequeños lazos y alimenta la comunicación. Disentir los
rompe y este es un mundo donde el mercado manda y no paralizar el uso y el
consumo importa.
¿Hay alternativa al capitalismo o nos encomendamos a lo único que
no puede dominar, el azar?
Creo
que están por hacer y debemos ser capaces de imaginarlas y ensayarlas
colectivamente. Incluso cuando enfatizamos el poder de opresión simbólica y
real que conlleva un sistema como el capitalista, no podemos olvidar la
organicidad que lo sustenta, su facticidad, la posibilidad de infiltración y
modificación, el poder que la conciencia y el posicionamiento crítico y ético
tienen para las personas (como sujetos y como colectividades, incluso por
colectividades por venir). La injusticia moviliza especialmente al pobre y al
vulnerable, pero la ética afecta a todos, e interpela también a quienes ejercen
el poder, deben darse por aludidos.
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