Grupo
Surrealista de Madrid:
“El
lugar propio del ser humano es la poesía”
(I
parte*)
‘Clavar
limas en la tierra’ (La Torre Magnética). Con este título, el Grupo Surrealista
de Madrid y alrededores, es decir, personas afines en forma y fondo a esta
manera de estar el mundo, la surrealista, reúne una cosecha de poemas que
interpelan a quien los habita a buscar(se), a reclamar(se) el derecho -el
deber- de vivir sin postergarse, y lo invitan a buscar “esa otra luz quizá ya
extinta”.
Al
encerado Julio Monteverde, José Manuel Rojo, Lurdes Martínez, Eugenio Castro,
Jesús García y Ángel Zapata, con quienes conversamos hasta que “las nubes
descendieron hasta tocar nuestras cabezas”.
Reivindicáis
la dimensión colectiva de la poesía, la poesía como hecho comunitario, como un sentimiento
de pertenencia que tiene que ver con la vida misma. ¿Os importa ahondar en esta
cuestión, para mí crucial?
Esto es un grupo surrealista;
como tal, pertenece a una tradición de casi noventa años, y siempre se ha
entendido -y se sobreentiende en términos generales, aunque con matices- que el
surrealismo como actividad es una aventura colectiva, y se sucede conforme a
esa naturaleza. A partir de ahí, el desarrollo de su actividad de la que va a
nutrirse lo hará conforme a ese punto de vista. Eso no quiere decir que anule,
en absoluto, la individualidad de los miembros del grupo. No hay ningún
antagonismo entre la actividad colectiva y la importancia el individuo dentro
de la colectividad.
La propuesta de que estos
poemas, esta actividad poética, apunte a lo común o a lo colectivo hay que
entenderlo como algo utópico o utopista, es una tendencia, exigencia o
dirección hacia la que apuntamos, que implica no sólo a quienes hemos
participado en este libro sino a una comunidad más amplia de gente a la que
puede interesarle estos poemas, y con los que podemos compartir pensamientos,
lucha política o formas de resistencia. Por otro lado, al participar en el
grupo con actividades de investigación, de debate, con distintas discusiones, etc.,
se crea una energía mental, una tensión mental y afectiva que suponemos que de
alguna manera se traduce en los poemas individuales. Es decir, dentro de
poéticas personales puede haber afinidades que vienen de esas otras actividades
en la que estamos implicados. No suele haber mucho debate o discusión entre
nosotros a propósito de cuestiones técnicas, no digo que no tenga su interés
pero no lo hacemos. Hablamos de poesía pero siempre más como experiencia, que
es lo que nos interesa: si se acerca al estado de delirio o autohipnosis.
Hablamos de lo común, pero eso no quiere decir que estos poemas que aparecen en
el libro se tengan que ajustar a una receta literaria ya dada, al contrario,
cada cual parte de lo suyo.
No era nuestra intención hacer
una antología; el tema de lo común tiene que ver con la actividad colectiva que
realizamos, en la que hay una constante interacción o intercambio entre
nosotros. La poesía parte de la individualidad pero alcanza el cariz colectivo.
Lo colectivo existe porque hay
un sustrato de sensibilidades que se comparten; la creación poética es algo que
hacemos individualmente, no solemos ponerla en común, como sí ocurre con textos
teóricos o cuando preparamos la revista, ‘Salamandra’, salvo algunas experiencias
concretas de poesía comunitaria, en la que se da un diálogo poético entre
varios. Existe lo común, lo colectivo, pero el poema está forjado de la propia
subjetividad.
No hay algo que se pueda
entender como una poética común, ni lo pretendemos, es un territorio que no nos
concierne, pero sí hay una comunidad de inspiración. Esto está muy presente en
el libro. Se palpa.
El aspecto comunitario es una
consecuencia más de una visión de la propia vida en sí, en nuestro caso surrealista.
Desde el momento en que el grupo se define así, como grupo, interactúa entre sí
para conseguir algo común. Partimos de la frase Lautréamont: “la poesía debe
ser hecha por todos”. Si esa frase significa algo es un intento de eliminar o de
salvar la excesiva concretización de la individualidad del poeta que se arroga el
derecho de acaparar la poesía para sí. El impulso colectivo ha abierto esa vía
de ruptura de esa introspección, individual, única, propia de ciertos poetas,
para intentar, al menos intentar, poner el poema al alcance del mayor número de
personas.
Donde hay una comunidad es en
la puesta en práctica del poema, que no se quedaría en el poema sino en ciertos
experimentos con el lenguaje allí donde existe un punto de vista comunitario,
colectivo, dentro del grupo, que a su vez es algo que corresponde y pertenece
al mismo recorrido del surrealismo como tal. Hay, por tanto, una concatenación
y conjunción de puntos de vista sobre el lenguaje y la importancia del lenguaje
que tiene para el surrealismo como medio de liberación. Nos aplicamos a un tipo
de trabajo con el lenguaje de carácter emancipatorio, para que la palabra no
nos pertenezca sino que sea emancipatoria, y ahí hay punto de vista común. Tratamos
de impedir por todos los medios que el lenguaje de los amos se sobreponga al de
cada uno de nosotros, y cuando digo ‘nosotros’ ahora no me refiero al grupo,
sino a un cualquiera. En el contexto del grupo insistimos combativamente contra
el dominio de un tipo de lenguaje utilitario, mecanicista, lógico, productivista.
A él nos oponemos con todas nuestras ganas y nuestra furia. Eso aparecerá en la
escritura de cada uno de nosotros de modo particular, tanto en textos como en poemas.
El
Surrealismo, como devenir histórico, rechaza el ‘yo poético’. Este
aborrecimiento del ‘yo poético’, tan en boga de un tiempo a esta parte,
¿incluye también la cuestión del ‘estilo?
Aborrecimiento me parece una
palabra que se ajusta mucho. No nos preocupa intelectualmente al nivel de
intentar imponer una estética común, esto es importante destacarlo. No
pretendemos hacer el mismo tipo de poemas sino partir de algunos acuerdos de
base.
Más allá de aborrecimiento del
yo literario, hay una aborrecimiento de la literatura entera, tal y como se
entiende en la industria cultural, un intento de apartarse también de ese
camino y de todo lo que ello conlleva. El estilo es uno de los ingredientes de
ese sello literario y de ese mundo. El ‘yo literario’ como constructo cultural
viene de unas líneas de poder muy claras, la de los amos, con las que el
surrealismo histórico quiso romper. La cuestión es que puede aparecer algo
parecido a un estilo, que más que un estilo literario es una cierta afinidad a
la hora de escoger temas, una cierta sensibilidad común, que a veces se
confunde con el estilo.
El rechazo al ‘yo poético’
tiene que ver con la idea de la poesía hecha por todos y el rechazo al poeta cuya
voz trata de imponerse ante los demás, al rechazo de la poesía como elemento de
prestigio, del yo puedo y tú no, del yo soy poeta y tú no… hay que entender
esta antipostura literaria desde la diferenciación que hace el surrealismo entre
la literatura y la poesía. El surrealismo ha rechazado la tendencia a convertir
la poesía en un coto privado de algunos, que la detentan y la reparten. La poesía
debe ser hecha por todos, y tiene que ver con aquello tan polémico que afirmó Eluard:
“poeta no es el que está inspirado, sino el que es capaz de inspirar a los
demás”. Lo importante para el surrealismo es la poesía, y no por hacerla se es un
privilegiado, el lugar propio del ser humano es la poesía, y desde ahí, hablar.
Lejos de ser un lugar privilegiado,
la poesía es un lugar de posesión. Es ahí donde lo que soy habla, pero no yo,
sino lo que soy. Y el soy tachado.
El surrealismo pone en quiebra
al sujeto individual occidental, conocido y reconocido. Le suponemos ciertas
formas de expresarse y comunicarse, pero su inconsciente hace que se quiebre
una y otra vez. Esto es lo que nos interesa, no un ‘yo poético’ que se
construya a sí mismo.
Podría entenderse que esta
crítica al ‘yo poético’ también lo es al individuo que crea o escribe poesía, pero
existe una tensión en el surrealismo entre lo colectivo y lo individual, y exaltamos
ambos a la vez, porque no puede haber uno sin el otro. Al igual que reclamamos
los lazos de lo común, también las prerrogativas del individuo más libre y
soberano. Es lo sabemos, una tensión irresoluble pero que se tiene que plantear.
Si se decanta uno de los dos actores surge el neoliberalismo burgués; si se decanta
el otro, un totalitarismo cualquiera. Solo si están los dos planos será posible
la liberación. En cuanto a ese rechazo del ‘yo poético’, hay dos referencias
claras dentro del surrealismo, ‘Una ola de sueños’, de Aragon, en la que se
refiere a que, al descubrir la escritura automática, nos dimos cuenta de lo
fácil que era escribir poemas, y de que el genio era un bluf; por tanto,
cualquier persona puede hacerlo. Otro texto es el de Breton cuando apunta a la
posibilidad de que cualquier persona puede acceder a su propio menaje automático,
a su propia riqueza poética, a través del inconsciente. Con esas dos referencia
está hecha la crítica al ‘yo poético’. Ese ‘yo poético’, en vez de estimular la
creatividad de cada uno la cierra, sin que esto suponga una crítica al hecho de
leer poemas.
El ‘yo poético’ tiene un
componente perverso, y al tiempo pusilánime. Es un refugio de
irresponsabilidad. Se intenta, con el ‘yo poético’, lo contrario del
surrealismo, establecer una división en el ser entre lo que se es y lo que se
hace, y que esa división sea perenne. Se aplica el ‘yo poético’ para excusarse,
como si fuera una figura ficticia separada del resto de lo que uno es. Como si
el ‘yo poético’ le pudiera redimir a alguien de algún sentido de culpa por lo que
dice y hace.
El
uso del lenguaje nunca es inocente, configura nuestra manera de mirar el mundo,
lo nombra y, por tanto, lo crea. Desde ahí, el lenguaje es siempre político.
¿Cómo se conjuga esa actitud contemplativa con la acción? Dicho de otro modo, cómo
incorporar el discurso más político sin renunciar a la belleza, al prodigio?
Nos han acostumbrado a pensar
que la poesía política es una especie de propaganda, algo aburridísimo, plano y
cansino; esto se piensa porque se coloca la importancia del poema en el mensaje
ideológico. Pero si se parte de otros presupuestos, como la imaginación
insurgente, que es el lema de nuestra revista, ‘Salamandra’, se trabaja sobre
una base distinta. La imaginación tiene una potencia política fortísima, capaz
de seducir desde el punto de vista estético, pero también social y político. El
modelo que se plantee tiene que ver con el modelo de individuo. El surrealismo habla
de un individuo atravesado por el deseo, por fuerzas irracionales y racionales,
y plantea otro tipo de escenario y de paisaje. Por tanto, desde el surrealismo,
la imaginación, lo maravilloso, cobra una dimensión política muy fuerte que
supone unos mimbres no sólo válidos para la creación poética sino para otros de
manifestaciones.
Creo que abordas el concepto
de belleza desde un punto de vista demasiado clásico. Un simbolista como Rilke dice
que la belleza es el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar, lo
que quiere decir, y esto lo asumimos los surrealistas, que en la belleza hay
algo de insoportable. La cuestión es ¿para qué, para quién? Para este orden del
mundo, y para lo que hay en cada uno de nosotros que responde a este orden del
mundo. En este sentido, la belleza es perturbadora en el terreno político, porque
mina el orden existente.
Algo no sólo insoportable,
sino convulso, perturbador, desordenado, imprevisible, inasible… que pone en
entredicho el orden existente. Ese algo que rompe los bordes y los límites. En ese
sentido, lo poético es político.
Es una cuestión, esta, que
plantea muchos matices. ¿Qué se entiende por poesía política? ¿Las protestas,
las reivindicaciones, las quejas que puede contener un poema o también que, a
través del lenguaje, se ponga en duda el mundo en el que vivimos, que se apunte
a una realidad superior, utópica, a una nostalgia? ¿Expresar un malestar que rompe
la felicidad en la que vivimos, poner en entredicho el lenguaje del poder, el lenguaje
que sirve para administrarse en esta vida de trabajo, de consumo o de entretenimiento
de masas, no es político?
Has
hablado de nostalgia. ¿Nostalgia de qué?
De la verdadera vida que en
realidad no vivimos, de la auténtica comunidad que se perdió, o que quizás
nunca existió, de la libertad plena que nunca experimentaremos, de aquello que
no se dará del todo en ninguna sociedad, porque nada saciará la sed de absoluto
que tenemos. La fotógrafa y teórica surrealista Claude Cahun ya explicó la
diferencia entre el contenido latente del poema y su contenido manifiesto, sobre cuál podía ser más
revolucionario. Y, hablando de poesía política o social como tal, ha habido
intentos admirables, como algunos poemas de Maiakovski, de algunos expresionistas
alemanes, como ‘The action’, parte del movimiento dadá berlinés, incluso dentro
del propio surrealismo, cuando Artaud regresa de México, o el Breton de ‘Oda a Charles
Fourier’. Hay poemas cuyo contenido revolucionario es mucho más manifiesto y no
tienen por qué perder la belleza. Pero la poesía política no sólo es aquella
con contenido político manifiesto y con lenguaje pedestre. Lo político también
está en el terreno de lo imaginario. En ciertos ambientes de la izquierda
hablar de lo imaginario, y analizar cómo el capital nos ha robado los sueños,
no está bien visto. O sí, pero tampoco se imagina una manera de vivir alternativa.
Una cuestión importante es el
uso de la metáfora. Nosotros, los surrealistas, nos reclamamos de su riqueza.
En momento de la historia, el surrealismo introdujo una voz poética más manifiesta
pero unida a la metáfora, en la que la imagen en el poema establece un maridaje
con respecto a esa voz política. Se me ocurre citar ‘Cuaderno de un retorno al
país natal’...
¡Estaba anotando ahora mismo
un verso de ese libro, de Aime Cesaire! “Bello como un decreto de expropiación…”.
Este tipo de lenguaje evita contar al lector lo que ya sabe para llevarle a
otra parte utilizando una metáfora explosiva.
A otra parte aparte de la
crítica económica política, por su propio desconcierto. Ese libro es una
embestida al colonialismo, utilizando un verbo exuberante y voluptuoso. Por lo
tanto, es posible entender la escritura poemática donde esas dos esferas se unan
sin que se peguen de ostias. Entre algunos poetas actuales en este país, dignos
de mención, está Enrique Falcón, y su libro ‘La marcha de los 150.000.000’, en
el que hace un uso de la palabra eminentemente surrealista, e incorpora todo el
aparato político, y esa fusión genera en cierto modo lo que Lautréamont había
dicho a propósito del encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas
en una mesa de disección. Falcón ha integrado los dos estadios subversivos del
lenguaje para conformar una nueva realidad explosiva en el lenguaje habiendo
dejado de ser dicotómico.
Uno de los lemas de Rimbaud
habla de cambiar la vida, más que de cambiar el mundo, aunque ambos pueden ser
simultáneos y actuar de manera conjunta; el surrealismo, en todo caso, ha
introducido esa idea de penetrar en el poder para hacerlo estallar a través de
las armas de las que se ha dotado: el deseo insurgente, el humor, lo
inconsciente, para, a partir de ahí, construir una vida nueva.
*El texto que antecede es la
primera parte del encuentro con parte del Grupo Surrealista de Madrid, a
expensas de publicarse la segunda entrega.
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