Francisco
Javier Guerrero, poeta
“La poesía puede jerarquizar el caos”
‘Las razones
del agua’ (Adeshoras) resulta un caudaloso discurrir que tiende a la totalidad,
a la plenitud, que roza lo absoluto (y si lo roza, siquiera con los labios del
verso, acaso lo contenga). Desprovisto de jerarquización de mayúsculas, de
pausas tipográfica, las tres partes en las que se divide el poemario
corresponden a las tres hosterías que conoce todo río, valle, vega y estuario.
Con el murmullo de la sucesión de Fibonacci (la sucesión infinita de los
números naturales que aparece tanto en las matemáticas y la computación como en
un extenso muestrario de configuraciones biológicas), y acompañado de las
ilustraciones de Lola Castillo, su autor, Francisco Javier Guerrero (Córdoba,
1976) crea un fluir exuberante y pródigo de mundo.
¿Cuáles son ‘las razones del agua’?
Son los testimonios
de todo lo que existe o, al menos, el vestigio de todo lo que puede nombrarse. Revelaciones
y juramentos revueltos, agitados. Porque no creo, como nos recuerda Borges
sobre el pensamiento de Spinoza, que todas
las cosas quieran perseverar en su ser. La piedra no quiere ser eternamente
piedra. Quiere surgir como otra cosa: no parecerse ya más a sí misma. Existir
es coexistir. Entender esto es aprender a construir nuevos vínculos con el
mundo para remozarlo de sensibilidad. Pensar como una nube o la hoja de un
árbol. Pensar ecológicamente si se quiere pensar líricamente y si se quiere
sobrevivir a la deshumanización, de la misma forma que el viento escribe su
poesía en el agua.
Articula el poemario como un juego especular de la sucesión de
Fibonacci. ¿Qué tiene de poético las matemáticas?
Pitágoras
escribió su poema “Los versos de oro” hace 2500 años. La naturaleza es una y la misma en todas partes, apunta en una de
sus estrofas. Que la matemática y la poética comparten muchos espacios no es,
por la tanto, una idea nueva. Como tampoco lo es que participen de esos mismos
emplazamientos la música, arquitectura, pintura. Se puede entender la geometría
como un delirio de la luz. El arte y la ciencia buscan dar respuesta al mismo misterio.
Y es bastante curioso –y excitante- escuchar a magníficos matemáticos defendiendo sus últimas conjeturas
y teorías más audaces no solo en función de su rigor científico sino por su
belleza. Igual que puede sostener cualquier poeta sobre sus versos.
Las tres partes en las que se jalona el poemario (Valle en V, Vega
y Estuario) están estructuradas siguiendo los quince primeros números de la
sucesión de Fibonacci: en la página 13, el 0 preside una hoja en blanco, y
siguen las páginas 15 y 17 con un único verso impreso sobre cada una de ellas,
la 19 con dos versos, la 21 con tres… ¿Esta construcción intencionada no
quiebra lo ‘desbocado’, lo indómito de la poesía misma?
La poesía no
es una sola cosa ni es solo de una forma. Entiendo la poesía como medio y no
como fin. En ella cabe el orden y el desorden, lo salvaje y lo manso; o la
anarquía dentro de un sistema. Creo que la poesía puede jerarquizar el caos.
Palabras como espirales, divina proporción, octógonos, caracoles
logarítmicos o el infinito también nos remiten a Fibonacci. ¿Es más bello la
curva o el ángulo?
La belleza
se abre paso, como la vida, en cualquier entorno. Existen ángulos curvilíneos y
ángulos mixtilíneos. La propia espiral áurea se encierra en el rectángulo
áureo. Esos templos vacíos que alguien
debe habitar, son sitios donde se forja lo bello, la delgada nervadura en las hojas de los espinos blancos, caracoles,
galaxias, octógonos, cómo no, el agua convertida en esquina, la divinidad.
Ya que discurre la poesía como en un río, la corriente ¿qué
arrolla, que expulsa, que contiene en su murmullo?
La gran
dificultad del poema era precisamente que se comportase como un río: en su
forma de nacer, crecer y desembocar. El agua es todo lo esencial que existe en
un río; y ese todo no se puede separar. Los temas tenían que estar disueltos
entre ellos, crecer juntos, tomar el caudal de otros cauces, encabalgarlos.
Encontrar un fragmento que solo tocase un asunto debía ser tarea imposible.
Porque el propósito era precisamente contarlo todo. Desde las luchas sociales
hasta la memoria personal. Y quien mejor lo cuenta todo, la vida, la
naturaleza, es el agua.
“El final desprovisto de adiós”, ¿es más definitivo, menos
intenso, acaso incierto?
La sucesión
de Fibonacci es una serie infinita y ese verso, por lo tanto, un guiño a esta
propiedad. Una exculpación del fin. El poema se termina sin acabar. Porque hay
un 610 y un 987 que no vemos. No existe solo lo que se ve. También vive el salitre invisible, los ovillos de oxigeno vertidos suavemente en el
pozo de un tórax que tiene la medida de un relato infantil sobre el tallo del
aire. Porque se puede ser sin ser. Solo con ser nombrado. El refugio del ser (y el ser mismo) se encuentra en las palabras. Y el
refugio de la eternidad está en los números. El final desprovisto de adiós es
el objetivo más profundo del texto, la búsqueda de la inmortalidad.
¿Cuáles son los “miedos laberínticos” del poeta?
Dejar de
sentir la voz del misterio. La poesía es, sobre todo, búsqueda. Pesquisa sobre
huella que causa una impresión. Andar a la caza del amor, la denuncia, los
colores, la historia, los paisajes desconocidos, la calma. Extraer su médula en
terrenos imprevisibles. El poeta necesita cierta confusión para escribir.
Precisa acercarse –solo- a la respuesta.
Un miedo laberíntico es, por ejemplo, encontrar la salida de ese laberinto.
Para que un cuento “no nos deje fríos”, ¿cómo ha de ser?
Genuino. A
veces la verdad es el mejor camuflaje. Un texto nunca debe faltar a las certezas
que expresa. Aunque éstas se enfrenten a las leyes de la lógica, de la historia
o del propio lenguaje.
¿Contra qué hacer “bramar
los cuchillos”?
Contra el
silencio. Contra el aburguesamiento. Contra el egocentrismo. El poema 8 da buena respuesta a esta cuestión.
qué será de nosotros si nos acomodamos
al silencio ovalado de las tumbas abiertas
al dolor de la infancia a la lluvia de otoño
al lapso horizontal que equilibra un presente
convulso y lapidario con su abrasador péndulo
cómo se puede ser siendo solo uno mismo
si somos la delgada nervadura en las hojas
de los espinos blancos su olor y su reflejo
¿De qué manera se hablan sus versos con las ilustraciones de Lola
Castillo?
Como obras
libres que se encuentran. Las ilustraciones de Lola Castillo son autónomas, no
necesitan un texto para sobrevivir. Cuentan historias que conectan con los
versos, los enriquecen y les dan un cuerpo. La capacidad de expresar una idea o
una emoción con una imagen sencilla está al alcance de su pincel. Poder
establecer este diálogo es una fortuna inmensa, porque las ilustraciones de
Lola Castillo son una forma genuina de hacer poesía con las imágenes.
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